Son padre e hijo, son de San Nicolás y ganaron la Copa Asimov de Sumo Robótico
Elio Páez, ingeniero y docente, creó un equipo de Sumo Robótico con sus hijos y alumnos en una escuela técnica de San Nicolás. Ganaron varios campeonatos locales de esta disciplina inspirada en el tradicional deporte japonés y sueñan con competir a nivel internacional
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En la ciudad de San Nicolás, a Elio Páez todos lo conocen como Fito. No es músico, pero vive cerca de Rosario y tiene una “banda” compuesta por sus hijos Nicolás (29) y Ramiro (20), junto a alumnos y exalumnos de la Escuela Técnica del Barrio Somisa. Con ellos creó un equipo de Sumo Robótico que no se cansa de ganar campeonatos de lucha. El último trofeo lo obtuvo junto a Ramiro, su hijo menor, en la Copa Asimov que organizó a comienzos de agosto el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA).
Elio es ingeniero electrónico y docente universitario, terciario y secundario. Hace más de 10 años llegó a la escuela técnica donde trabaja una invitación a participar de una competencia de sumo robótico. Y junto a su hijo Nicolás, que por entonces cursaba en la institución, y otros alumnos, armaron un taller de robótica como materia extra curricular. Pronto el taller se trasladó al garage de su casa, y los viernes y sábados el grupo se juntaba a matear y armar pequeños robots luchadores.
“La robótica es una disciplina muy completa: se aprende programación, electrónica, mecánica y trabajo en equipo”, dice Elio. “Hay que armar placas, soldarlas, y aprender a programar estos robotitos, que imitan los movimientos de los luchadores de sumo, y son mucho más complejos y divertidos que un brazo robótico industrial”, comenta el docente.
“Además -aporta Ramiro-, el que arma el robot no es el mismo que lo programa o el que lo maneja, con lo que el trabajo de equipo es importante para poder competir. En casa dividimos las tareas con mi hermano (Nicolás). Él mira competencias de sumo para pensar la estrategia. Grabamos las peleas, y cuando perdemos, aprendemos”, afirma.
Un deporte milenario en versión 4.0
El sumo es un arte marcial surgido en Japón hace unos 2500 años y hoy es considerado deporte nacional. Existen crónicas sobre estas luchas rituales que datan del siglo I antes de Cristo, bajo la dinastía del emperador Suinin. Se trata de un combate donde dos hombres de gran tamaño y masa corporal se enfrentan (al día de hoy, no hay mujeres que lo practiquen) con el objetivo de desplazar al rival fuera del área circular o “tatami”.
En la década del 80, esta disciplina se trasladó a la robótica, y pronto las competencias comenzaron a popularizarse, respetando las reglas y rituales del sumo tradicional.
Actualmente, las peleas de robots pueden clasificarse en dos tipos diferentes: radiocontrolados o autónomos. El primer caso es más lúdico, ya que los movimientos del robot se comandan en tiempo real, mientras que en el segundo caso se requiere programar una estrategia usando algoritmos de inteligencia artificial.
Para lograr empujar al oponente fuera del rival, los robots de sumo tienen sensores, brazos mecánicos móviles y rueditas para desplazarse. Al igual que en el sumo tradicional, “los combates robóticos duran pocos minutos, ya que se fuerza el motor”, explican los Páez, quienes compiten con robots autónomos en las categorías Sumo (el tamaño es similar a una caja de zapatos) y Mini Sumo (media caja de zapatos, con dimensiones de 10x10 cm).
Garra, inversión y programación
El equipo de los Páez se compone de varios luchadores robóticos. Cada uno con sus características y “habilidades”. Marvin, Filo y Crespín (en honor del abuelo de la familia), ganaron los tres primeros puestos de la Copa Asimov en la categoría Sumo. En tanto, D10S (un guiño a Diego Maradona) y Venom hicieron lo propio en Mini-Sumo. Coraje (el robot más chiquito), Tétanos (un robot cuya chapa se había oxidado) y Tachame la Doble, son otros integrantes del equipo.
“En temporada de campeonatos, viajamos casi todos los fines de semana a competir. Para ahorrar costos a veces vamos y venimos en el día, mientras yo manejo, los chicos van programando atrás”, cuenta Elio.
“Fabricar un robot requiere una inversión importante, entre US$ 2000 y 3000″, dice. “Si se hace en una escuela técnica, muchas de las herramientas y componentes están disponibles, pero hay piezas que son importadas y su valor aumentó mucho”, apunta. “Pero vale la pena porque los chicos se enganchan mucho y aprenden cosas que después les sirven para trabajar en la industria, que hoy está cada vez más automatizada y robotizada. Estamos tratando de que se sumen chicas al equipo, ya que al igual que ocurre en la escuela técnica y en la facultad, la mayoría son varones. Pero esta es una actividad que no distingue géneros”, apunta el docente.
Con garra, pasión y muchas horas de programación y armado en el taller-garage de su casa, los Páez llevan ganados cuatro campeonatos nacionales de Sumo Robótico y sueñan con ir a competir al exterior. “Hay equipos de Colombia, Brasil y Bolivia que tienen mucha tecnología, pero nosotros tenemos buena programación y somos buenos fabricando los robots. Tenemos chances”, aseguran.