Saber es poder: tableros de instrumentos para Windows, Android y Linux
En mi experiencia, al menos la mitad de los problemas de rendimiento que las personas encuentran con sus dispositivos tiene que ver con que computadoras y teléfonos son cajas negras. Y la otra mitad, me atrevería a decir, también.
Parecen cajas negras, vamos a aclarar, porque hay formas de averiguar y, llegado el caso, tener en pantalla un informe en tiempo real de lo que está pasando dentro del dispositivo. ¿Por qué es importante conocer los signos vitales de cualquiera de estas máquinas? Porque los recursos de un equipo electrónico no son infinitos, y posiblemente no vayan a serlo durante mucho tiempo todavía. Como en el caso de un auto, y salvando bastante las distancias, los recursos son el poder de cómputo (la potencia del motor, digamos), la cantidad de memoria RAM y el espacio de almacenamiento (cuántas personas pueden viajar en el vehículo). Como notaron, no hice ninguna analogía entre la memoria RAM y algún componente de un auto, porque en la parte mecánica de un coche no hay procesamiento de señales ni ejecución de instrucciones. Pero volveré sobre eso enseguida.
Dicho de otra forma, si a un utilitario que es capaz de transportar hasta una tonelada le cargás una locomotora, es muy probable que no solo no ande, sino que quede aplastado. Del mismo modo, y por mucha garra que le pongas, si en un auto entran, máximo, muy apretadas, cinco o seis personas, sería inútil que intentes que suban 120.
No obstante, esto es lo que muchas veces intentamos hacer; sin darnos cuenta, para peor, porque los recursos se van agotando a medida que corremos aplicaciones y guardamos archivos, y un buen día, casi seguro en el peor momento (Murphy es mi ídolo, ¿se los había dicho?), el sistema te va a decir que ya no queda espacio de disco (almacenamiento, en los celulares), la máquina va a tardar cuarenta días en cargar una planilla de Excel o eso que funciona genial en el celular de un amigo, que es de ultra-mega-alta-gama-y-fue-comprado-anteayer-en-Nueva-York, se arrastra de forma patética en el tuyo, que es algo veterano, pobrecito.
O sea, no hay que creerle a Hollywood. Los celulares no bajan un 1 GB de documentación antes de que termines de leer el subtítulo y las computadoras no borran un disco de un terabyte en 12 segundos, justito antes de que SWAT entre en el galpón abandonado donde ahora vive nuestro héroe, que ha sido acusado de un crimen que no cometió y es perseguido por varias fuerzas de seguridad, dos o tres mafias, cuatro carteles narco y su ex, que le reclama la tenencia del caniche.
Qué hace qué
El poder de cómputo es, dicho brutalmente, cuánta aritmética y cuántas instrucciones puede ejecutar un cerebro electrónico a cada segundo. En general, cuanto más moderno y más caro, mejor. No suele ser nuestra circunstancia, y menos en la Argentina, donde la tecnología es ridículamente costosa. Pero, por fortuna, el poder de cómputo se ha abaratado tanto que casi nunca es un problema. Casi, ojo.
El almacenamiento es el espacio donde guardás tus archivos y donde se encuentran también los programas, la apps, el sistema operativo, el caché de Spotify (que tiene el tamaño de la Antártida, más o menos) y otras cosas que requieren quedarse ahí incluso si apagás el dispositivo. En los celulares suele confundirse este espacio con la memoria RAM. Nada que ver. En los celulares, el almacenamiento puede estar en, digamos, 32 a 128 GB, mientras que la RAM será de 2 a 8 GB, salvo excepciones. Esto es, unas 16 veces menos.
Como dije, la memoria RAM es más difícil de comparar, y un poco más abstracta. En un coche no hay nada parecido. De modo que vamos a ponerlo así: la memoria RAM es el factor más importante (por lejos) para que un dispositivo funcione con cierta agilidad durante más tiempo, y que, de ese modo, puedas amortizar mejor tu inversión. ¿Por qué? Porque ahí, en esos circuitos, se ejecutan los programas, se almacenan temporalmente los datos que estás viendo o procesando, los servicios del sistema y sigue la lista.
Es decir, si el microprocesador es el cerebro electrónico, la RAM es el espacio de trabajo de ese cerebro. Traducido: importa poco si alguien es un genio con la matemática; si para que haga su trabajo le das una sola hoja de papel, un lápiz y una goma de borrar, va a pasarse más tiempo anotando, borrando y volviendo a anotar que ejerciendo su inteligencia.
En un celular, la RAM no debería ser menor a 4 GB (hoy). En una notebook, no me bajaría de 6. En ambos casos, si es más, mejor. El Galaxy S20 más avanzado tiene (en Estados Unidos) 16 GB de RAM. Así que ese valor es importante (dejando de lado un número de cuestiones técnicas), más allá de que casi nunca se lo menciona entre las especificaciones de los teléfonos. Lógico: la memoria es cara. Se ofrecen smartphones que impresionan por su pantalla gigante, pero cuando ves cuánta RAM y qué procesador tienen entendés por qué es tan económico.
Cierto es que está bien que un sistema operativo use la mayor cantidad de RAM que pueda, precisamente para evitar acceder al disco sin necesidad (más sobre esto enseguida). Pero cuando la cantidad de RAM es menor que la que haría falta para ejecutar esas 96 pestañas de Firefox, las ocho planillas de Excel, el sistema operativo, el antivirus, los 16 millones de servicios que corren en segundo plano y, ya que estamos, Spotify, que él solito se devora más de 350 MB de memoria (un tercio de giga, digamos), entonces no hay algoritmo avanzado de administración de memoria que mejore el rendimiento del equipo. Es como el dinero. Vos podés ser muy inteligente con la plata, pero si no hay plata, no hay inteligencia que valga.
OK, y qué pasa cuando alguno de estos valores empieza a agotarse. That’s the question.
Administrando la escasez
El poder de cómputo es hoy tan económico que tiende a no ser un factor relevante, salvo que corras ciertas aplicaciones especiales. Un videojuego muy realista, por ejemplo, le pedirá a la tarjeta de video (que tiene su propio cerebro electrónico) una potencia que quizá no está en condiciones de entregar. En cuyo caso, se verá horrible y andará a los saltos, si es que anda. Pero, en general, para usos normales, el microprocesador (conocido en la jerga como CPU, por Central Processing Unit) no va a ser una variable clave en una notebook. Salvo que sea realmente una lágrima, como ocurrió con las efímeras netbooks, más de una década atrás.
El espacio de almacenamiento sí es importante, sobre todo en los celulares, donde, gracias a nuestro amigo WhatsApp y las 18 millones de fotos y videos que sacamos, termina por agotarse. No voy a entrar en detalles, pero sin espacio de almacenamiento una máquina se empantana y anda cada día más lento, hasta que deja de andar del todo.
La memoria RAM, como dije arriba, es la más conflictiva. Porque cuando el equipo se queda sin memoria usa el disco como reserva, y resulta que los discos son cientos de miles de veces más lentos que la RAM. ¿Viste cuando cambiar de ventana lleva tres minutos? Es por eso. Y es por eso también que cuando compres un dispositivo tenés que insistir con que venga con no menos de 4 GB en un teléfono y no menos de 6 en una notebook para trabajos de oficina. Si el vendedor te dice que eso no es importante, cambiá de vendedor. En serio.
Escenas de la vida digital
El principal escollo aquí, sin embargo, es que en general no tenemos ni la más remonta idea de cuánto espacio, memoria y capacidad de cómputo están usando nuestras máquinas. Dada esa circunstancia, cuando la notebook se pone pesada y lenta o cuando el teléfono no responde de inmediato, nos dan ganas de romper todo. Y, se los digo por experiencia, romper todo nunca resuelve nada.
Sería mucho mejor si uno pudiera ver en pantalla cuánto espacio queda en el disco. Si el uso de memoria está al 98 por ciento. O si el CPU está al 100% y su temperatura ya roza los 90° Celsius. Estar al tanto de esos signos vitales nos ayudaría a diagnosticar los siguientes escenarios:
- Nos estamos quedando sin disco y hay que borrar cosas.
- Algo se está devorando la capacidad de cómputo, veamos qué es y si amerita dejarlo o es mejor matar esa tarea.
- Estamos usando más memoria (más plata) que la que tenemos. O sea, hay que reducir nuestros gastos (de RAM o de plata, es igual). O poner más RAM, cosa inviable en un celular.
- El disco, que es uno de los componentes que pueden ralentizar mucho el desempeño del equipo, está trabajando al máximo todo el tiempo. Habrá que ver si es el antivirus o alguna otra cosa; por ejemplo, que nos quedamos sin RAM y el sistema está paginando memoria como loco al disco. Exacto, por eso tardás tres minutos en cambiar de ventana.
- Y un muy largo etcétera; cada dispositivo es un mundo.
¿Pero cómo se hace?
Así que vamos a lo práctico. En Windows 10, basta apretar Mayúsculas+Ctrl+Esc para que se abra el Administrador de Tareas, un viejo conocido. Pero ahora tiene un as bajo la manga. Si le damos clic a la pestaña Rendimiento (arriba, la segunda) y luego hacemos doble clic en cualquier parte libre de esa ventana, se convertirá en un bonito monitor de recursos que muestra el uso del CPU y la RAM, actividad del disco duro y de la conexión de red, y el uso de procesador de la placa de video (en ese orden). Tengo eso siempre a la vista, porque, si no, es como volar un avión sin instrumentos de ningún tipo. Se puede, pero no es lo más prudente. Por desgracia, el monitor de recursos de Windows no dice nada de las temperaturas en el interior del equipo (otro signo vital importante), por lo que recomiendo SpeedFan.
En Linux, sigue siendo un número puesto el excelente (y mucho más inspirado) GKrellM, obra de Bill Wilson, a quien entrevisté aquí. GKrellM también puede instalarse en Linux desde Synaptic y es compatible con Windows, donde hay que usar SpeedFan (de nuevo) para monitorear las temperaturas.
En los teléfonos la cosa es bastante más sencilla. Olvídense de cerrar aplicaciones para desocupar memoria RAM, ver si el CPU está trabajando demasiado o medir las temperaturas. Los móviles se ocupan muy bien de administrar la memoria RAM porque, al revés que con una computadora, uno no dispone de una pantalla enorme y puede seguir abriendo docenas de aplicaciones entre las que vamos cambiando todo el tiempo. Android y iOS saben qué está en primer plano y se ocupan de usar la memoria de forma inteligente. Así que lo único que hay que hacer es comprar un teléfono con la mayor cantidad de RAM que podamos pagar. (Está fuera del tema de esta columna, pero sí es cierto que cuando una app se pone caprichosa cerrarla por las malas resuelve el problema; pero eso no tiene que ver con el consumo de RAM.)
Medir la temperatura tampoco es necesario. Eso se siente en la mano. Y si un teléfono está como para cocinar una tortilla de papas, entonces significa que alguno de sus componentes está trabajando mucho. Si eso dura solo unos minutos, suele ser normal. Si siempre está en ese estado, hay que averiguar qué pasa. El GPS, por ejemplo, va a poner el teléfono a temperaturas muy altas mientras usemos la navegación asistida.
Así que lo que en general termina dándonos un dolor de cabeza (aparte de tener poca RAM, cosa que no tiene solución) es el espacio de disco. Hay docenas de monitores para ver más o menos en tiempo real cuánto nos queda de almacenamiento interno en el smartphone. Uno que me pareció austero, simple y que actualiza el dato cada cinco minutos es Free Space Widget. El widget puede ser tan pequeño como 1x1 y, en mi caso, lo tengo siempre visible en la pantalla de inicio, junto con la agenda, Alarma de lluvia, la hora en varias ciudades del mundo y el pronóstico del tiempo. Porque saber es poder.