Quién es Elon Musk: la historia del empresario rebelde y polemista al que el presidente Milei admira
El sudafricano es una mezcla de superhombre nietzscheano y estrella de punk rock, irreverente y políticamente incorrecto
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Es el segundo hombre más rico del mundo, y eso no solo habla de este hombre, sino también del mundo que lo hizo rico. Elon Musk, emprendedor serial y polemista incansable, es un fiel reflejo de los tiempos en los que le ha tocado vivir. Cree dominarlo todo. Pero es más bien al revés. Él mismo es el resultado de una sociedad agrietada –más agrietada de lo que siempre estuvo–, y a Elon se lo ama o se lo odia; sin grises. En una era en la que la verdad está ahogada por lo que se ha dado en llamar la posverdad (y que no es sino un conjunto de burdas patrañas), Musk se entretiene lanzando afirmaciones que son solo parcialmente ciertas o de las que luego se desdice enteramente. En un mundo en el que el relato manda, es uno de los más prolíficos redactores de su propia narrativa. Este hombre es quien hoy recibirá a Javier Milei en su fábrica de autos Tesla, en Texas.
Por ejemplo, a fines de marzo del año pasado dio a conocer una carta pública en la que pedía que se detuviera el entrenamiento de los modelos masivos de lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés) durante seis meses, por el peligro que implicaban para la civilización; el leitmotiv de salvar a la humanidad es una suerte de constante en el discurso de Musk. Pero cuatro meses después fundaba su propia compañía de inteligencia artificial destinada a entrenar modelos masivos de lenguaje, llamada x.AI. Coherencia, por favor.
Atractivo
Su atractivo es evidente y ha cautivado incluso al (se supone) fogueado Walter Isaacson, que produjo una biografía que naufraga demasiadas veces en la escasez de fuentes. Pero Musk es atractivo menos por sus logros objetivos –que innegablemente los tiene– que por el personaje que ha construido, mezcla de superhombre nietzscheano y estrella de punk rock, siempre rebelde, irreverente y políticamente incorrecto. Así expuesto, el empresario parece hacer y decir lo que se le da la gana, algo que, en una sociedad organizada, encandila a muchos. Sin embargo, todo este ruido mediático es una buena forma de ocultar lo que Elon calla. Y calla mucho.
Elon Reeve Musk nació en Pretoria, Sudáfrica, de madre canadiense, por vía de la cual consiguió la ciudadanía en esa nación, y de padre sudafricano, acaudalado y obsesionado, como Elon, con la paternidad (Musk tiene 11 hijos); a juicio de ambos, la baja tasa de nacimientos es el principal enemigo de nuestra especie. En otros contextos, Musk ha señalado a la inteligencia artificial como la principal amenaza para la humanidad. Elige tu propia historia, digamos.
En Sudáfrica Elon conoció los horrores del apartheid, pero de esa lección no parece haberle quedado mucho. Un trabajador de la planta de Tesla en Fremont le ganó un juicio por discriminación racial; no es ni por asomo el único caso de maltrato laboral en el que se lo involucra. Él mismo workaholic, pretende que sus empleados trabajen 80 horas por semana. Raro, considerando que Errol, su papá, fue funcionario de un partido progresista en Pretoria. Es que nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestros padres.
Por otro lado, su abuelo materno, Joshua Elon Haldeman, militaba en una agrupación llamada Partido del Crédito Social de Canadá, que tuvo, al menos al principio, un espíritu antisemita y acusaba a los bancos judíos de estar detrás de los problemas del mundo. Eso fue en 1945. Sus padres, Maya y Errol, contribuyeron económicamente para que Elon y su hermano menor, Kimbal, fundaran el primero de los emprendimientos del hoy todopoderoso dueño de Twitter, una guía turística online llamada Zip2.
Zip2 fue adquirida por Compaq en 307 millones de dólares en 1999. Sí, es un número delirante (más de 560 millones de hoy) para una simple guía turística online. Pero esto ocurrió cuando se estaba empezando a gestar lo que luego se llamaría la burbuja puntocom, cuyo estallido dejaría un tendal en 2002, con pérdidas de 5 billones de dólares (12 ceros).
Primeros millones
De los 307 millones en efectivo, Elon recibió 22 millones, de donde sacó 12 millones y fundó X.com. ¿Igual que el nombre que le puso a Twitter ahora? Sí, el mismo. Tiene una fijación con esta letra, parece. X.com (el emprendimiento de 1999) fue uno de los primeros bancos online con garantía del Estado en Estados Unidos. Luego de una fusión con otra compañía y varias idas y vueltas, X.com se convertiría en la bien conocida y exitosa PayPal. En ambos casos, el temperamental Elon fue corrido del mando de las compañías, y, al final, eBay adquirió PayPal por 1500 millones de dólares (en acciones).
Pero ojo, porque Musk –uno siempre vuelve a los orígenes– quiere que X.com (antes Twitter) se convierta en una “everything app”. Es decir, banca, finanzas, compras, ágora digital, citas, mensajería, etcétera. Un tipo de aplicación que funciona bien en los países con regímenes autocráticos de partido único en los que todo está controlado por el Estado.
Volvamos atrás, tras la venta de X.com a eBay en 2002, con más de 175 millones de dólares, Musk estaba para cosas más grandes. Ir al espacio por ejemplo. La historia es bastante larga, nos llevaría a Rusia y a una serie de tropiezos, pero al final Elon decidió que si no podía conseguir al menos un cohete como la gente, lo iba a fabricar él mismo. Nació así SpaceX, que hoy le brinda servicios a la NASA; es otra buena idea en la que, lamentablemente, mezcló promesas exageradas, ingeniería de primera línea y su hábito anómico de pasarse por alto las reglas.
Con los lanzadores en orden, nacería Starlink, una compañía que ofrece Internet satelital y que estuvo en el ojo de la tormenta (y es una de las lagunas más serias de la biografía de Isaacson) cuando decidió cortar la cobertura sobre la costa de Crimea, para evitar el ataque ucraniano a la flota rusa y, según Elon, “desencadenar una guerra mundial”. Tiende a meterse en rescates épicos, como el de los niños atrapados en la cueva de Tham Luang, en Tailandia, en 2018. En ese caso, declinaron su oferta. Ucrania no podía darse ese lujo.
La principal fuente de ingresos (un 75%) del hombre más rico del mundo no son sin embargo las naves espaciales, los trenes de alta velocidad en túneles subterráneos (The Boring Company), o su proyecto de conectar el cerebro directamente a una computadora (Neuralink), que recibió la autorización para ensayos en humanos.
La máquina de hacer dinero de Musk es Tesla, una compañía que no fundó, pero en la que se involucró en 2004 con una inversión de más de 6 millones de dólares y de la que poco a poco se fue apropiando. Intentaría hacer lo mismo con OpenAI en 2018, pero se encontró con el astuto Sam Altman, que se alineó con su equipo para rechazar una oferta del magnate y Musk terminó renunciando al directorio.
Finalmente, tras un número de sonoros aciertos corporativos, Musk se levantó un día con la idea de comprarse Twitter, y, según Isaacson, se arrepintió casi inmediatamente; ha sido, como anticipó LA NACION la misma semana en que se supo la noticia, su primer gran traspié en el mundo de los negocios. Por su carácter impulsivo o por el motivo que sea, quedó encerrado en su propio laberinto y terminó pagando 44.000 millones de dólares por la red de los trinos, que ya venía muy golpeada, y que –según el propio Musk– vale la mitad de lo que la pagó. Ahora lleva perdidos más de 75 millones de dólares porque las grandes marcas le están retirando la publicidad, debido a los contenidos extremistas que aparecen en la red de los trinos.
Su forma de racionalizar lo que parece haber sido un capricho, o un ataque de hybris, es que adquirió Twitter (ahora X) para terminar con el virus “woke”; traducido, woke se refiere al progresismo y la izquierda, que, según sostiene Musk, podrían conducir a la debacle de Estados Unidos. Mientras él se entretenía con esto, OpenAI lanzó ChatGPT el 30 de noviembre de 2022 y se quedó con el premio mayor de la atención pública. Todo el culebrón de Twitter de pronto empezó a sonar a cosa vieja.
Una mala noticia para el empresario, porque todas sus compañías están bajo alguna clase de investigación legal, y la presencia mediática es uno de sus principales blindajes. Por daño ambiental investigan a SpaceX; por violaciones a las leyes laborales, a Tesla y a X; por cuestiones éticas, a Neuralink, y por asuntos más serios, como el haber fraguado el piloto automático, a Tesla de nuevo.
Pero lo que más dolores de cabeza le viene trayendo al magnate sudafricano-canadiense es su propia lengua. Un tweet en particular, en el que aseguraba que tenía el financiamiento para convertir a Tesla de nuevo en una compañía privada, encendió todas las alarmas en la entidad que regula el mercado bursátil en Estados Unidos (SEC; por sus siglas en inglés). Dicho simple, uno no puede ventilar este tipo de cosas cuando una empresa cotiza en Bolsa. Va contra las reglas.
Pero a Elon no le importa. Sabe perfectamente dos cosas. Primero, que con una fortuna de más de 200.000 millones de dólares es muy difícil encontrar resistencia; por ejemplo, más de 160 investigadores abandonaron sus pesquisas sobre X por miedo a las represalias de Musk. Dato: de todas las redes sociales, X es la que más desinformación ha generado sobre el enfrentamiento de Israel y Hamás. Segundo, que a las palabras se las lleva el viento. O, al menos, ha sido así hasta ahora.
Ese es Elon Musk. Autodenominado “absolutista de la libertad de expresión” (una combinación de palabras sintomática y reveladora), sigue en la cima del mundo, pese a sus contradicciones, declaraciones polémicas y el bien conocido estilo de confrontación permanente. O quizás es al revés. Quizás Elon Musk es el más rico porque este mundo está marcado a fuego por la contradicción, el conflicto y la confrontación.
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