Quizás es posible que un día las máquinas produzcan humanos
Este será otro intento, supongo que tan vano como los anteriores, de plantear los posibles futuros de la civilización. Procuro, dentro de lo posible, evitar los papelones. No suele salirme bien. Para peor, predecir el futuro es una de las formas más eficientes de meter la pata. Así que me abstengo de anticipar el destino de tecnologías cercanas, para no caer en el blooper de John Dvorak, que en 1984 escribió: "No hay evidencia de que a la gente le interese usar estas cosas". Se refería al mouse de la Apple Macintosh. Luego se desdijo, pero se había equivocado por mucho.
Una de las pocas veces que hablé sobre un producto actual fue cuando salió Windows 95. Casi todos anticiparon que fracasaría. Mi opinión fue que tenía todo para volverse popular. Vendió un millón de copias en cuatro días. No digo que fuera bueno, porque sería un poquito exagerado. Pero Microsoft había hecho los deberes para facilitar el uso de su plataforma, que dominaba por completo el mercado, y la predicción resultó acertada.
Pero en general mis pronósticos son a muy largo plazo. De ese modo, si hago un papelón (lo que es muy posible) ocurrirá tan lejos que no me preocupa demasiado.
Por eso, cada tanto oigo el canto de las sirenas y caigo en la tentación de hacer augurios. Ya he dicho en otra ocasión que, simplemente, hay veces en que veo posibilidades. O las sueño. Algunas resultan más delirantes que otras. Sé que estas son las que tienen más probabilidades de volverse reales. ¿Pero cómo saberlo? En fin, ahí vamos.
Una oración perturbadora
No recuerdo dónde leí esta frase: "Hubo un tiempo en que los hombres hacían máquinas. Luego las máquinas empezaron a hacer máquinas. Y después de eso, las máquinas comenzaron a hacer hombres".
La tengo anotada en un archivo donde guardo mis ideas y los conceptos que encuentro por ahí y que me parecen interesantes o inspiradores. Desafortunadamente, no asenté la fuente. Hice mil búsquedas, le pregunté a varios amigos que podrían tener idea del origen de esta afirmación, que parece literaria, pero no tuve éxito. Es improbable que se me haya ocurrido a mí, porque está escrita en inglés. Así que agradeceré cualquier ayuda al respecto. Me tiene muy intrigado.
El hecho es que esta frase me quedó dando vueltas en la cabeza desde hace al menos seis meses. La afirmación era provocativa, pero poco viable, fuera de la ciencia ficción. Eso pensé al principio.
Entonces, hace alrededor de dos semanas, me puse a pensar en cómo se decodificó el genoma humano. No lo hicieron a mano, ciertamente. Entra en escena la bioinformática, una disciplina que combina biología, genética, estadística, matemática, química y, claro, computadoras.
La noticia de que China había editado el genoma de dos gemelas en 2018 (en Un mundo feliz Huxley predijo algo semejante), y la todavía más perturbadora novedad, para nada sorpresiva, de que esta técnica, que buscaba inmunizarlas contra el sida, no había funcionado y que podría haber dado lugar a mutaciones inesperadas, me permitió entender que no es en absoluto delirante que las máquinas, al final, terminen siendo capaces de fabricar personas. Un hallazgo de 2017 ya ha preparado el camino para que los humanos creen humanos en un laboratorio, desde cero.
Así que las máquinas tienen la información, tienen el poder de cómputo, tienen las herramientas y tienen los planos; es decir, el genoma. Técnicamente, lo que falta para que podamos ser cultivados, como en The Matrix, es una cuestión de grado y, por supuesto, que a la inteligencia artificial se le ocurra hacer algo así. Que tenga la intención.
Es decir, no estoy anticipando que vaya a ocurrir; es más, creo que no va a ocurrir. Pero sí que van a tener la capacidad (y que sin regulaciones y controles férreos esta capacidad podría tener aplicaciones ominosas).
¿Por qué creo que no va a ocurrir? Porque la inteligencia artificial se topa aquí con el mismo dilema de siempre, el de la consciencia. En la ciencia ficción, los robots se comportan no solo como si supieran que son robots, sino con un espíritu de grupo y una agremiación propios de los humanos.
La cuestión es que la inteligencia artificial del mundo real, la que tenemos hoy, no tiene esos rasgos, y no parece haber ninguna posibilidad de que llegue a tener consciencia, porque la consciencia es una función no definida. Aunque la palabra algoritmo está muy de moda, en general no se tiene muy claro qué es. Por lo tanto se la carga con montones de significados absurdos o mágicos. Los algoritmos solo funcionan si el problema que deben resolver está bien definido. Puede tratarse de problemas enteramente nuevos e inesperados, siempre y cuando sigan reglas que el algoritmo conoce.
No es el caso de la consciencia humana. Existen muchas razones para esta laguna en nuestro conocimiento. Una de las más irresolubles es que la que construye definiciones es la consciencia, y en este caso el asunto se vuelve urobórico: la consciencia debe intentar definirse a sí misma. Se nos complica.
Por lo tanto, es, por ahora, una asignatura pendiente. Sin embargo, la inteligencia artificial ha demostrado ser capaz de producir espontáneamente el equivalente de procesos psíquicos, y de ser creativa, aunque de modos no humanos. Quiere decir que hemos alcanzado un punto en el que el código ha adquirido cierto grado de independencia de sus autores. ¿Es alarmante? Creo que sí, pero sigamos con el razonamiento.
Me pregunté entonces: ¿existe la posibilidad de programar la curiosidad, aún en ausencia de consciencia? Si la respuesta es sí, si podemos definir curiosidad y codificarla, entonces las máquinas serían capaces de hacerse preguntas. Algunas de esas preguntas resultarían bastante problemáticas, porque, como se sabe, podrían llevar a otras, y así. Eventualmente, llegarían tal vez a plantearse si las máquinas pueden producir humanos, de forma semejante a como los humanos fabrican máquinas. ¿Por qué no?
Que las máquinas son capaces de crear máquinas es un hecho. Que lo hagan por voluntad propia es imposible (por ahora), pero los algoritmos pueden escribir software al vuelo para resolver problemas nuevos; por ejemplo, al interpretar el lenguaje humano, que produce desafíos en cada oración, aunque basados en reglas bien definidas; de otro modo, no es un desafío, es una frase agramatical.
Ahora bien, si cruzamos la ingeniería genética con máquinas curiosas y preguntonas, ¿qué podría salir mal? Se me ocurre que es cuestión de tiempo. Tienen la información, tienen el poder de cómputo, tienen las herramientas y tienen los planos. Solo necesitan hacerse una pregunta. ¿Por qué no?