Quién es Elon Musk, el hombre que compró Twitter
Pagó 44.000 millones de dólares por la plataforma; es señalado como excéntrico, caprichoso y polémico; desea poder vivir en Marte y apuesta por el cuidado del medio ambiente con sus empresas
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Hace días que se habla acerca de que la red social Twitter, nacida en 2006, quería ser comprada por el hombre más rico del mundo, Elon Musk, el empresario sudafricano de 50 años. Hoy, finalmente, el directorio aceptó la oferta que había rehusado hace unas semanas y vendió la empresa por 44.000 millones de dólares.
¿Pero quién es este empresario, que llegó a comprar una de las redes sociales más polémicas y adictivas del momento para la franja de mayores de 30 años, que dice que quiere vivir en Marte, que hace poco vendió la única casa que posee, que hace unos años lanzó al espacio un Tesla con un maniquí de un astronauta solo como una suerte de capricho sin objetivo alguno, y al que The New York Times lo definió como un “Troll filántro”?
Elon Musk, un visionario que acumula billones y sueña con viajar a Marte
Elon Musk es mucho, muchísimo, más que un empresario controvertido. De hecho, es mucho más también que el hombre más rico del planeta, medido en fortuna personal, una credencial que ostentó durante buena parte de este año, según el listado Bloomberg Billonaires Index. Allí figura el dato, estimado en función del valor de sus posesiones registradas a la cotización del día: al momento de este texto, son 282 mil millones de dólares; unos 126.000 más que un año atrás. Los fanáticos de Musk, y tiene muchos, hacen cuentas sobre cuánto ganó cada día, cada minuto; sobre cuánto vale su tiempo.
El principal factor de ese crecimiento asombroso –que le permitió desplazar a Jeff Bezos, creador de Amazon, en esa preciada cima– es la evolución de las acciones de Tesla, la compañía de autos eléctricos que lidera hace poco más una década: subieron un 40% (Musk es dueño de un cuarto de la empresa). También, claro, la evolución financiera de su emprendimiento de tecnologías de exploración espacial, SpaceX, valuada en 43 billones. Queda para el registro la jornada bursátil en la que su compañía automotriz trepó ferozmente en su cotización 36.000 millones de dólares y superó la valuación de la petrolera Exxon tras la decisión de la empresa de vehículos de alquiler Hertz de comprar 100.000 unidades de Tesla. Bautizada en honor al pionero de la energía eléctrica, tuvo también un año récord: no solo logró producir 1 millón de sus autos eléctricos sino que lanzó el S Plaid, el modelo de mayor aceleración jamás fabricado, alcanzando los 100 km/h en 2 segundos. Otra proeza.
Aunque lo de Musk parezca, o sea, una desmedida e inédita acumulación de riqueza personal, cierto es que en el selecto universo de billonarios ganar incontable dinero es la prueba de estar haciendo las cosas bien, al menos medidas en reconocimiento externo, expectativas o negocios reales y potenciales. “Ser el 1″, en el paradigma en el que habita Musk, es parte de una trama que cruza ambición, tenacidad, idealismo, magnetismo y megalomanía.
Referente poco habitual de la Generación X, con 50 años, este sudafricano radicado en los Estados Unidos se ha establecido como un verdadero icono del hombre de Silicon Valley (lugar al que llegó a sus 20 años), que anhela cambiar el mundo tanto como dejar su marca personal en él. Si para hacerlo debe convencer a muchos, Musk entendió que debe empezar por los inversores. Lo supo tempranamente: dejó la universidad de Stanford tras un paso fugaz y se volcó a los negocios y, ya a los 30, hizo su primer billón vendiendo su start-up, la empresa PayPal de servicios financieros digitales. Alumbrado en la era de oro digital, cuando Steve Jobs y Bill Gates disputaban su guerra económica y conceptual, Musk era demasiado joven para la primera ola de Internet (Jeff Bezos tiene 57 años) pero más grande que los referentes de la llamada Web 2.0 y las redes sociales (Mark Zuckerberg, 37).
Como sostenía un analista describiendo el año del emprendedor, su arte es tanto el de prometer de más como el de cumplir de menos. De hecho, el Wall Street Journal se dedicó a enumerar y numerar las veces que sus anticipos no fueron cumplidos: más de 20.
A distancia de la política orgánica, coqueteó con el gobierno republicano de Trump y con los demócratas (es donante de ambos partidos) y si se busca una definición entre liberal y libertario, un cuadrante del que Musk es icono global, él ofrece la más tajante sobre el rol del Estado: “No creo que deba imponer su voluntad por sobre la de los ciudadanos. En todo caso, cuando interviene debe hacerlo para maximizar la felicidad”. Hace horas se pronunció en contra de los fuertes estímulos impositivos a la compra de autos eléctricos, su principal negocio, anunciados por el presidente Biden: trae excesivos gastos públicos innecesarios.
Pero es equívoco mirar a Musk solo por el valor de sus activos económicos. O insuficiente. Fue noticia por asuntos vinculados a su particular estilo de vida y su también valioso capital cultural. Veamos… Primero, durante noviembre de 2021 se dio el gusto de presentar en sociedad a su hijo más pequeño durante una videoconferencia: el pequeño X AE A-Xii (tal su nombre, no es un error tipográfico), a quien tuvo junto a la artista de pop conceptual Grimes, se robó la tierna escena durante una entrevista. El empresario se pronunció, luego, sobre el fin de la especie. Padre de siete hijos, advirtió que las personas deben tener más descendencia para detener el posible colapso de la humanidad por la baja fertilidad que advierten los especialistas.
Para quien crea que Musk vive en estado permanente de declaración de principios vaya este dato: el hombre más rico del planeta no tiene propiedades. Su última casa de lujo (una casona ubicada Hillsborough, en pleno Silicon Valley) fue vendida en diciembre de 2021 en unos 30 millones de dólares, según Mansion Global. Así, cumplió su anunciada decisión de desprenderse de varias casas suntuosas y cumplir con la premisa de época: el acceso a bienes es tan importante como poseerlos. “Creo que me quita foco y energía para concentrarme en la tarea más importante: lograr el viaje a Marte”.
The New York Times le dedicó una columna a su estilo poco común: Troll filántropo. Y dedicó un profundo artículo a cuestionar los avances del sistema de inteligencia artificial Autopilot, el mecanismo ideado para el autocomando de vehículos. Casi una promesa de campaña de Musk para la revolución automotriz, el diario sostiene, avalado por ex empleados de la firma, que la presión del CEO está forzando los límites para mostrar mejoras. Un tiempo atrás, el propio Musk había anunciado el prototipo de un robot con forma humanoide y capacidad motriz para el año próximo.
Todo esto, dijimos, fue solo en una semana. Sus frases son títulos sobre los que se opinan, sus fotos asuntos que abren conversaciones. Héroe americano de estos tiempos, el auto más veloz, la conquista del espacio, los robots inteligentes o el fin de la humanidad forman parte de sus temas cotidianos. Si hubiera una relación directa, deberíamos conceder que su fortuna de 2021 le hace justicia a su vocación por empujar los límites. O a su provocación.
A lo largo de ese año, Musk también fue protagonista de diversas polémicas en la que se expresan no solo su perfil iracundo de criatura del Silicon Valley sino la personalidad pública fogueada entre los amores y odios, la polarización exacerbada, de las redes sociales, más concretamente Twitter, su preferida, donde ostenta más de 80 millones de followers y cosecha por igual fanáticos devotos con haters. Tantos como pocos empresarios pueden lograr: su sagacidad muchas veces encandila al punto de ser realmente una figura de la cultura popular y protagonista de infinidad de memes por sus frases o por su gestualidad ampulosa.
Las simpáticas apariciones en shows televisivos como Los Simpsons (le dedicaron un episodio entero) o Big Bang Theory durante la década pasada se combinan con las fuertes críticas a su estilo de liderazgo que excede lo no-convencional para llegar al abuso o al bullying de sus empleados. Sus tuits, además, tienen repercusión: fue duramente demandado por la autoridad de control financiero de los Estados Unidos, la SEC, por hacer públicas de manera anticipada decisiones sobre las acciones de Tesla Motors. El mes pasado, anunció que vendería el 10% de sus acciones en una publicación que logró tres millones de likes. Lo hizo.
En otro momento simbólico de este mismo año, protagonizó un tembladeral al participar de corridas bursátiles alrededor de las criptomonedas. Sucedió en mayo. En ese entorno de inversores atomizados en el que se mezclan especuladores de vieja escuela, escépticos de los Bancos Centrales y las grandes instituciones financieras y millenials en busca de fortunas fáciles, unos pocos caracteres de Musk en Twitter alcanzaron para sacudir el mercado, alterar cotizaciones de empresas líderes y generar corridas.
En un editorial de esos días, una referente del tema expresaba en una columna del Washington Post: “Las criptomonedas tienen un problema con Elon Musk. En una industria supuestamente descentralizada, que previene de algunos defectos, las cotizaciones pueden crecer o desplomarse por la fuerza de un tuit de una sola persona. Si la volatilidad contribuye a que muchos lo vean como un entorno poco seguro, el efecto de Musk es indudable”. La secuencia completa es elocuente: en febrero, Musk anunció que su empresa Tesla destinaría un porcentaje de sus tenencias a la moneda Bitcoin. Alza récord. Meses después, afirmó que abandonaría esa decisión por el efecto que la creación (minado) de esa moneda digital tiene en el consumo de energía eléctrica. Desplome récord. Lo hizo pocos días después de ser el conductor invitado del popular programa de comedia Saturday Night Live, donde presentó a la estrella Miley Cirus. El perfume de Musk en su mejor expresión.
En definitiva, como afirmaba un experto: puedes creer que es un visionario que fantasea con salvar a la humanidad. O apenas un insolente narcisista. Desde ese contraste, y montado en la máxima fortuna, es una de las figuras que al mismo tiempo expresa y le da forma al comienzo de este siglo.
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