¿Quién aguanta todas esas notificaciones?
Hemos inventado la máquina de la interrupción perpetua; se llama smartphone
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Vamos a ponerle un poco de humor a esto, porque lo del Covid ya se pasó de castaño oscuro, como decía mi madre. Así que pensemos juntos. ¿Cuál es el factor tecno que más ha contribuido en los últimos 10 años a aumentar nuestros niveles de cortisol? Es decir, nuestros niveles de estrés. Correcto. Dejando de lado la pandemia, la inflación, el desempleo, la inseguridad, la incertidumbre, las decisiones arbitrarias, los caprichos partidistas y la ausencia completa de políticas de Estado, la principal causa de estrés son las notificaciones del celular.
Me dirán que a estas alturas esto es algo que ya debería haber asumido. El agua es húmeda, el cielo es azul y las notificaciones machacan todo el día. Sí, todo bien, pero si realmente es así y esta industria se ufana de unos avances que reíte de los Supersónicos, entonces deberían haber implementado hace rato alguna forma de notificarnos de lo que sea que nos quieren notificar por medios menos radiactivos.
Para empezar, ¿soy yo o el color rojo de los circulitos de las notificaciones es puro y simple sadismo? Miren que hay colores a montones. ¿No daba un azul mediterráneo? ¿Un verde esperanza? No. Rojo. Un insolente 72 blanco dentro de un círculo rojo a las ocho menos cuarto de la mañana. ¿No duerme la gente? Ah, claro, los bots. Y el resto de la fauna autónoma. Y no hablo solo del correo, que viene importunándonos desde 1971, sino de todo lo demás. ¿De verdad hasta un servicio de música por streaming tiene que advertirnos en bermellón furioso que tenemos algo que responder, mirar, verificar, resolver o atender? Por favor.
Pero decía: nuestras vidas serían como un millón de veces más llevaderas si en lugar de esos círculos rojos con cifras escalofriantes en blanco tuviéramos otros matices, por decirlo de alguna manera. Ciertos launchers para Android permiten desactivar el número y mostrar solo un punto. Es algo. Pero también permiten, válgame Dios, quitar por completo toda noticia sobre las notificaciones. ¡Pero de qué sirve eso, si de todos modos sabemos que siempre hay notificaciones! Peor el remedio...
Cierto es, para ser enteramente justos, que hay temas (por ejemplo, para los Galaxy de Samsung) que cambian el color del fondo del dichoso circulito de notificaciones por un azul de lo más confortable. O que son monocromos. O sea, blanco y negro. Es un avance. Pero si nada más elegir un ringtone como la gente te lleva todo el día (uno sabe que aquél se compró un teléfono nuevo porque está probando ringtones sin parar en un rincón), al final nos quedamos con los circulitos rojos, y a padecer. También hay apps para esto, ¿pero quién tiene tiempo?
Además, aparte del color está la persistencia. No sé si notaron que hay aplicaciones que cada tanto se vuelven locas y por mucho que te hayas anoticiado de lo que te tengas que anoticiar (que por lo general no es algo importante), de todos modos insisten en mostrar el iconito en la barra superior del teléfono y, lo que es más irritante, en el ícono de la app. O sea que sí, tenemos íconos dentro de íconos. Más distópico no se consigue.
Por ejemplo, cuando alguien empieza a transmitir en vivo en Instagram, ¿es necesario que la notificación siga ahí hasta, supongo, que la antedicha transmisión concluya? No lo sé. En mi caso, despliego la barra de notificaciones y borro todo.
Después: mucha inteligencia artificial y algoritmos y demás yerbas, y resulta que a LinkedIn le da exactamente lo mismo que un contacto que no tenés ni la más remota idea de quién es (como suele ser el caso en LinkedIn) publique algo que si una persona que conocés desde la secundaria te está chateando. ¿Alguna vez entraron en la configuración de las notificaciones de LinkedIn? Lo intenté una vez. Estaba entre eso y un posgrado en mecánica cuántica. Hice mal. Debería haber elegido la mecánica cuántica.
O pongamos WhatsApp, al que le decís que silencie un grupo y de todas maneras el grupo sigue apareciendo; está bien, tampoco queremos salirnos del grupo. Entonces le ponemos que no muestre notificaciones. Y lo mismo: abrís la app y el avatar está ahí de nuevo, impertérrito. ¿No se les ocurrió la opción No quiero saber más nada hasta que me arroben de manera directa un número de veces? Ah, y que puedas elegir el número de veces; por ejemplo, 12. Caramba, no es tan difícil. ¡A Mark le costó 22.000 millones el mensajero verdecito!
Pero no. Y ojalá fuera solamente esto. Vamos a Twitter. Todo bien con la red social del pajarito azul que se estancó en 330 millones de usuarios y en el que sin embargo los gobiernos siguen gastando toneladas de plata de los contribuyentes para poner trolls a pelearse entre ellos mientras el resto de nosotros intenta seguir con sus vidas en medio de la pandemia. Todo bien, decía, pero no he logrado que me muestre notificaciones. Lo que constituye algo así como la copia en papel carbónico de este problema. Porque uno sabe que siempre tiene notificaciones en Twitter, pero para verlas es menester entrar en la app. No sé. Quizá me pase solamente a mí. Pero es muy frustrante. No tanto por lo que ocurra en Twitter, que es un mundo aparte, sino porque de un lado hay notificaciones para absolutamente todo, desde que la sensación térmica subió un décimo de grado hasta que en un grupo –al que nunca pediste que te subieran, pero te da vergüenza bajarte– alguien preguntó dónde conseguir una reposera de madera que sea buena y no demasiado cara, y del otro, en Twitter, las notificaciones no aparecen nunca o lo hacen al azar.
De todos modos, a no preocuparse. Si bien Twitter está peleadísimo con mi versión de Android, del launcher de mi Android o con alguna otra cosa, las notificaciones son un área de mejora del tamaño de Neptuno, más o menos. Por ejemplo, tengo una interlocutora (válida) en WhatsApp que siempre (pero siempre) me envía mensajes en ráfaga. Lo habrán notado. Está el que te envía un texto largo como Rayuela de un tirón (y después te pide disculpas) y estamos los de la vieja escuela (en el IRC a esas parrafadas se las llamaba flooding), que mandamos muchos mensajes cortos. Pues bien, mi interlocutora siempre manda mínimo tres mensajes seguidos. No falla. ¿Cómo es que WhatsApp no se da cuenta de que es ella y, por ejemplo, le responde OK por mí, y listo?
Está bien, les doy la derecha en eso: por ahí uno se metería en problemas si delegara a la inteligencia artificial esto de responder de forma autónoma el chat. ¿Pero es realmente así? Hagan la prueba. En los mensajeros, y especialmente en WhatsApp, da más o menos lo mismo lo que respondas: Sí, No, OK, Paso, ¿En serio?, etcétera. Estamos todos tan absolutamente saturados de notificaciones y mensajes que ya nos da lo mismo lo que nos dicen o nos olvidamos instantáneamente. ¿O me van a decir que nunca, pero nunca les pasó de salir de Facebook para ir a WhatsApp porque vieron la notificación de un mensaje desplegarse desde la parte superior de la pantalla y cuando llegaron al grupo no solo se habían olvidado de lo que iban a decir, sino que ya había 500 respuestas para el antedicho mensaje?
Por añadidura, y con esto me voy a ver todos esos chats que hace media hora que están sonando en mi teléfono (le sale humo, ya), no solo nos vuelven locos las notificaciones, sino que al final nos terminamos haciendo adictos. Les habrá pasado: despertarse un día y mirar con horror que no hay ningún circulito rojo en el teléfono. ¿Qué pasó? ¿Llegó el fin del mundo? ¿Nos invadieron los extraterrestres? ¿Colapsó la infraestructura de telefonía celular? ¿El gato masticó el cable del router? Sí, nos sentimos un poco como en el arranque de una mala película de ciencia ficción. Pero no. Nada que ver. Todo lo que ocurre es que, en el encierro de la pandemia, nos habíamos olvidado de que era domingo. Y hasta las notificaciones descansan.