Qué tienen en común la física cuántica, Pitágoras, Van Gogh y los teléfonos inteligentes
Todo avance técnico se apoya sobre las ciencias básicas, y de eso hablamos poco y nada
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La especie humana se diferencia de todas las demás por su lenguaje natural y porque este lenguaje le ha permitido desarrollar una serie de disciplinas que tienen nombres bien conocidos y sobre las que volveré luego. Antes, me gustaría poner el foco sobre las nuevas tecnologías. En particular las que llegan al consumidor y que, por esto, tienen mucha más visibilidad. Eso está bien, pero conduce a un problema, porque al leer una noticia tecno vemos una foto, un fotograma, y no la película.
Si por un momento pudiéramos ver toda la película y en particular si pudiéramos ver la película durante mucho tiempo –digamos, medio siglo o más–, advertiríamos algo de lo más interesante. Las nuevas tecnologías están en un estado de inminencia constante. Me explico.
Todo lo que nos ha puesto como locos durante los últimos 15 años –los móviles– cambiaría sustancialmente si descubriéramos una forma de acumular energía diez veces más eficiente que la que tenemos hoy. Un aumento de solo un orden de magnitud en la autonomía de las baterías (o un consumo diez veces menor de la electrónica, para el caso es lo mismo), y toda esta industria sufriría una transformación monumental. Por un lado, podrías irte una semana de vacaciones sin llevar cargador; por otro, lo que hoy te come la batería en tres horas (transmitir en vivo, el GPS, los jueguitos) tardaría más de un día en impactar la carga del teléfono.
Otra característica que está ahí, pero no termina de cuajar: los dispositivos extensibles y las pantallas flexibles. ¿Qué va a ocurrir con esto? Que la industria va a estirar (nunca mejor usado el término) los polímeros que conocemos hoy hasta que una persona o, más probablemente, un equipo de personas en alguna parte diga, como Arquímedes, ¡eureka!, y tengamos un nuevo material, capaz de cambiar de tamaño y de forma sin sufrir fatiga. Los nuevos materiales han sido clave en la historia de las nuevas tecnologías. En su momento fue el grafeno, que sigue evolucionando, o, si vamos a mirar la película durante un buen rato, el concreto, que permitió la construcción de rascacielos. Y si realmente vamos a mirar la película completa, los metales; cambiaron el rumbo de la historia.
Aparte de los nuevos materiales están los procesos. Ahí caen desde la cerveza y el pan hasta la capacidad de almacenamiento en los discos duros. Seagate acaba de anunciar que en 2030 podrá ofrecer discos rígidos de 100 terabytes (TB). Eso es algo así como cien veces más de lo que tenés en tu notebook y como 400 veces más que el disco de una ultra portátil. Lo que diferencia esos discos de los actuales es el proceso mediante el cual se registran y recaban los bits en la unidad.
Por lo general, cuando hablamos de estos avances describimos las características salientes de un nuevo material o un nuevo método, y ya. En el caso de los discos que promete Seagate, por ejemplo, explicamos que es menester calentar una zona muy pequeña –de verdad muy pequeña– de la superficie del plato para que el método funcione. Pero no mencionamos ni la palabra láser ni el concepto de difracción. Hay motivos para dejar la noticia ahí. Si quisiéramos ir más hondo, el artículo se convertiría primero en un fárrago de 500 páginas y, de hacerlo sin reduccionismos, lo transformaríamos en un paper universitario repleto de ecuaciones y fórmulas. Ningún lector quiere eso, ni siquiera el ingeniero especializado en discos duros.
Nuestro trabajo es dar la noticia, y es una misión fundamental; de otro modo, cada uno viviría en la burbuja informativa de su especialidad, y ya. Pero detrás de la mayoría de las noticias hay historias largas y muy complejas. Las nuevas tecnologías no son una excepción, con un añadido.
Ponelo en números
Vuelvo al principio. El origen último de todo desarrollo tecnológico es el verbo, el lenguaje humano. Gracias a que somos capaces de combinar un conjunto pequeño de sonidos en palabras y luego armar oraciones con esas palabras, somos asimismo capaces de construir ecuaciones, fórmulas y de enunciar leyes universales. Hagan lo que hagan y aunque cuenten con la ayuda de todos los terraplanistas del mundo, Newton siempre tendrá razón en este marco de referencia. Este tener razón se expresa mediante sus ecuaciones. No hay sarasa.
Ecuaciones, fórmulas y leyes se apoyan a su vez sobre dos prodigios previos: la lógica y la matemática. No podríamos estar hablando del nuevo iPhone o de TikTok, de no ser porque alguna vez inventamos el cero.
La impresión que deja la crónica diaria es que las nuevas tecnologías funcionan como un edificio. Los cimientos, una vez plantados, no se tocan más. Y esto no es así. Es al revés. Tendemos a creer que ya sabemos cómo funciona la naturaleza, el universo y todo lo demás. Que han sido catalogadas todas las especies de la Tierra. Que todos los procesos biológicos, cósmicos y físicos están claritos. Y que la matemática está ahí, fija en un cuadro que los científicos consultan cuando hace falta.
Sin embargo, hay millones de cosas que aun no podemos explicar, y cada nuevo hallazgo abre las puertas a nuevos interrogantes. Cada tanto, alguna respuesta (una entre cientos de miles) permite un avance monumental. Un caso reciente y bien conocido es el de las lámparas LED. No serían posibles si no hubiéramos desarrollado el concepto de pozo cuántico, y este concepto no habría visto la luz (hoy estoy picante, se ve) sin esas cosas que Planck, Bohr, Schrödinger y todos los demás cranearon hace un siglo.
Claro que Planck, Bohr, Schrödinger y todos los demás no podrían haber craneado nada sin una larguísima tradición científica que se remonta hasta el nacimiento del teorema del genial hijo de Jonia, e incluso antes, con los egipcios y los babilonios.
Decisión política
No voy a decir que un teléfono de última generación no me deslumbra, porque estaría mintiendo. Si me dedico a escribir sobre estas cosas es porque me entusiasman, y posiblemente me entusiasman por razones formativas. En casa se vivió la revolución de la electrónica y, en particular, la del silicio y del cómputo, en vivo y en primera persona.
Pero ese teléfono de última generación es menos un prodigio por su pantalla LED, por sus algoritmos de inteligencia artificial, por la inconcebible miniaturización de sus chips y por su colosal capacidad de cómputo y almacenamiento que por los siglos de investigación básica que lo preceden. No estaría ahí, sobre mi mesa, con miles de veces más poder que mi primera PC, que pesaba unos 15 kilos, si no fuera por todas las personas que se dedicaron y dedican a la investigación básica. Y ahí hay un problema que no tiene que ver con la ciencia, sino con la política.
Ya saben, es raro que hable de política. Pero la investigación básica es la infraestructura de cualquier avance técnico, y como ocurre casi siempre con la infraestructura, no te trae votos. No se ve, como el tendido de agua potable. Ni siquiera entendemos qué es lo que está haciendo ese equipo de personas repitiendo el mismo dichoso experimento desde hace diez años. No lo entendemos por ignorancia, no porque estén perdiendo el tiempo. Y un buen día el equipo grita ¡eureka! y tenemos los LED brillantes que hoy están cambiando la ecuación energética de la civilización (justo cuando más lo necesita).
Pero durante todos esos diez años hay que solventar sus investigaciones, sin garantías y sin entender. Es un poco como el arte. Las ciencias básicas nos definen como humanos, no menos que un cuadro de Van Gogh, y en ambos casos no es raro que no se los comprenda o se los menosprecie. Cien años después, sobre las ideas de un conjunto de personas que fueron el hazmerreír de su tiempo, construimos una industria multimillonaria. Deberíamos razonar entonces. Hoy también hay investigadores explorando los misterios de la naturaleza, haciendo las preguntas últimas, atreviéndose a desafiar los enigmas más herméticos de lo que existe e incluso de lo que quizá no existe. Pues bien, la política nunca parece tener tiempo para estas cosas complicadas. Ese es el problema.
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