Acelerar los audios no alcanza; vamos por más (y crucemos los dedos)
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Seamos honestos: amamos la nueva función de WhatsApp que acelera los mensajes de audio. Sí, esos que, con numerosos escándalos virales en el medio, nos fastidiaron hasta la exasperación. Con la mano en el corazón, no me digan que no disfrutaron poner en 2x a ese hiperdenso que siempre envía audios de cuatro minutos y un poco más. No solo porque ahora perdemos menos tiempo, sino porque hay algo de revancha en oírlo como si fuera un muñequito hablando desde un estante en una película 3D para niños. Revancha se llama.
Por otro lado –y anoto esto porque es importante–, la nueva función de WhatsApp potenciará la viralización a niveles nunca antes vistos. Así, podremos oír los escabrosos comentarios de una celebridad o de un funcionario no solo como fueron dichos, sino también en modo parodia. Solo de imaginar algunas de esas declaraciones impúdicas pasadas a alta velocidad ya me da un ataque de risa. Memes con turbocargador, digamos.
Así que ya lo tengo configurado para que reproduzca todos los audios en 2x, o sea al doble de velocidad. Créanlo o no, muchos mensajes que antes me ponían los pelos de punta ahora no solo me divierten, sino que es bastante común que los vuelva a pasar. Por desgracia, la configuración de la velocidad de reproducción de los mensajes de audio de WhatsApp es para todos, indiscriminadamente, y, francamente, no le haría eso a una persona querida. Sí, ya sé, hay personas queridas que también abusan de su locuacidad, pero me gustaría que pudiera configurarse por contacto, no de manera global. Además, cuando uno dice que vivimos en una aldea global hay que tomárselo en serio. Es posible que le entienda a casi todos mi contactos argentinos a 2x, pero a mi querida amiga Paulina, que es mexicana, al doble de velocidad le entendí lo justo. Ni hablemos si me mandan mensajes en inglés, francés, italiano y así.
Redes de humo
Pero de todos modos, punto para Facebook (los dueños de WhatsApp). Porque de paso consiguieron que habláramos de otra cosa, y no de privacidad y de los graves problemas que las grandes tecnológicas enfrentan en este momento, no ya en Europa, sino en Estados Unidos, con un proyecto de ley para ponerle límite a su desenfrenado nivel de concentración y con la asunción de Lina Khan, crítica implacable de los monopolios, al frente de la Federal Trade Comission. Así que parecería que los colosos tecno no van a poder seguir haciendo lo que se les ocurra, sin límite, transformando internet, de suyo un ecosistema fértil para la innovación, en un páramo donde solo prosperan las ideas de un puñado de empresas. Habrá que ver qué dice la letra de la ley y qué hace Khan en la práctica, por supuesto; ya saben que tengo mis dudas que en un escenario tan disruptivo como el que estamos viviendo (y que vamos a seguir viviendo) los mecanismos legales convencionales sean el remedio adecuado. Tal vez sea peor el remedio que la enfermedad. Lo dejo anotado. Ya veremos si mi escepticismo era justificado o no.
The Wall
Pero para no dejar caer sal sobre la herida y ponerle un poco de humor a la cotidianidad dislocada que estamos atravesando, se me ocurrieron una serie de ideas que quiero generosamente ofrecerle a Facebook para volver a meter al genio dentro de la lámpara. Por genio no me refiero a Zuckerberg, que también estuvo estos días en las noticias cuando Roger Waters, el ex bajista y uno de los fundadores de Pink Floyd, rechazó ferozmente una oferta de Mark para usar Another brick in the wall para una campaña de Instagram. Con The Wall, no, Zuck.
Por genio me refiero a los dichosos mensajes de audio. Acelerarlos está muy bien. En estos días en que reírse un poco parece también cosa del pasado, la función vino muy bien. Pero Facebook, como todos estos gigantes tecnológicos, está poniendo todas las fichas que tiene en el bolsillo y un poco más en inteligencia artificial (IA). Por ejemplo, sus algoritmos ya pueden reproducir la letra de una persona, a partir de una sola palabra (¿la palabra “o” alcanzaría?) y hasta detectar deepf fakes y saber de dónde provienen. Grosso. Pues bien, con los mensajes de audio tienen una oportunidad sin igual no solo para ayudarnos un poco con los gárrulos digitales sino también para entrenar a la IA.
Resumí
Sí, lo sé, aquí hay un temita de privacidad. Lo charlamos en otro momento. La cuestión es que la IA, que tiene la ventaja de pensar más rápido que nosotros (Watson, el sistema de aprendizaje automático de IBM, puede leer un millón de libros por segundo) y de no tener que soportar WhatsApp todo el día, podría analizar el mensaje de tres minutos y 45 segundos que nos mandó Fulano hasta dar con el corazón del asunto y ponernos un textito que resuma: “Dice Fulano que llega tarde”.
Pero no termina ahí el cuerno de la abundancia (o la Caja de Pandora, como más les guste) que nos traerá la inteligencia artificial. Otra opción es que no solo las redes neuronales de Facebook analicen los insufribles mensajes de audio, sino que también los respondan. Sé que estamos ingresando aquí en terreno resbaladizo, pero si acelerarlos a 1,5x y a 2x ya nos hizo reír un rato largo, imagínense cuánto más interesante se volvería nuestra vida social si dejáramos en manos de la IA al menos una parte de nuestras interacciones. Qué digo, ya estamos a nada de esto. Observen.
En las redes sociales nunca vemos lo que queremos ver, sino lo que las redes sociales quieren que veamos; y los algoritmos que se ocupan de darle más o menos visibilidad a nuestros contenidos cambian además a cada rato. Además habrán notado que Outlook.com sugiere respuestas cada vez más ajustadas al contexto y que Gmail se adelanta a lo que vamos a escribir y lo autocompleta con odiosa precisión (ahora, ¿no es una forma de influir sobre lo que vamos a escribir el redactarlo de antemano?). Creo que ya les conté que hace poco un editor fotográfico me preguntó si no tenía otra foto para ilustrar una cierta nota, y una de las respuestas que me ofrecía Outlook era “¡Ya te mando otra!” Lindísimo. Sobre todo porque no tenía otra.
Cuatro categorías
Pensarán acaso que estoy siendo sarcástico. O sea que no creo que realmente haya que dejarle a la IA el trabajo de responder los mensajes de audio de WhatsApp (o todos los demás, para el caso). Pero no. Lo digo en serio. Por razones obvias, deberíamos contar con una lista blanca (vieron que estos días se pusieron de nuevo de moda las listas), donde colocaríamos a los contactos delicados. Tu jefe, ponele. No vaya a ser cosa que la IA sufra algún suave desliz de interpretación.
Ahora, para todos los demás audios, el resultado podría ser de lo más enriquecedor. Llegado el caso, deberíamos poder configurar ciertos parámetros, como la sinceridad. Habrán notado que en nuestras sociedades la sinceridad no está muy bien vista. Recuerdo que una vez una señorita me llamó por teléfono y me preguntó si iba a asistir a un cierto evento. Le respondí “No”, y solo obtuve un largo silencio. Se ve que no esperaba tanta sinceridad, pobre chica.
La cuestión es que si se ponen a analizar los mensajes de audio, verán que caen en más o menos cuatro categorías: pienso en voz alta; te lo mando por audio porque es una excusa; la descarga emocional, y los mensajes legítimos. Lo primero que aprenderá la IA, si es de verdad inteligente, es que estos últimos son los más breves. Con todo lo demás, y de acuerdo con cómo la hayamos configurado, debería responder en consecuencia. Puesto que la IA es muy buena imitando, podríamos añadirle la característica de enviar también mensajes de audio emulando con total perfección nuestra voz y forma de hablar.
Así, al menos en mi caso, a la primera categoría no le respondería nada; todos tienen derecho a pensar en voz alta, pero que no lo hagan donde estoy intentando trabajar.
A la segunda, le respondería con un “mandámelo por mail, por favor”. Eso cancela cualquier excusa. Por WhatsApp todos tenemos pretextos, pero por mail es otra historia.
A las descargas emocionales les respondería de acuerdo con mi nivel de empatía de ese día, que el teléfono podría advertir fácilmente leyendo las respuestas que vengo dando por otros medios. Si estoy en un día benévolo, le pondría un “qué problema”. Si no, le respondería con un “No entiendo por qué me estás contando esto a mí”. Y si mi seteo de sinceridad está en 100 por ciento, le respondería con un “No me interesa”, y a otra cosa.
Al final, qué bendición, solo me restaría oír, tal vez escuchar, los mensajes legítimos, esos que te dicen algo concreto y sustancioso, conciso, preciso, fuerte y claro. En esos casos, lo único que le dejaría a la IA es la misión de responder con un franco, incluso emocionado, “gracias”.