Moto Razr: probamos el smartphone plegable con la actualización a Android 10
Por estos días estuve probando de nuevo el Moto Razr, el smartphone de pantalla plegable que Motorola presentó en noviembre de 2019. En esa ocasión tuve la posibilidad de usarlo (conté mis experiencias acá), pero ahora el teléfono recibió la actualización a Android 10 y salió a la venta en la Argentina, así que merecía una segunda vuelta, sobre para compararlo con el Galaxy Z Flip de Samsung (que también estuve probando, y que se vende en el país desde abril de este año).
Como smartphone
Una forma es analizarlo es como un smartphone común, cuando lo tenemos abierto (es decir, cuando lo usaremos como computadora de bolsillo en su formato convencional): un teléfono de gama media/alta con un chip Qualcomm Snapdragon 710 de 8 núcleos, 6 GB de RAM, 128 GB de almacenamiento, una batería de 2510 mAh, una cámara principal de 16 megapixeles, una pantalla de 6,2 pulgadas (2142 x 876 pixeles), conexión USB-C, sensor de huellas digitales en la barbilla. También tiene uan cámara interna para videollamadas. El tema del hardware no es menor: una vez que pasamos lo obvio y llamativo (¡es un teléfono que se dobla!) tiene que servir para mandar Whatsapps, ver la Web, YouTube, un juego, etcétera.
La buena noticia es que logra hacer todo esto sin complicaciones, y aunque es un poquito angosto es super cómodo en la mano, y la combinación de plástico, vidrio y metal es muy atractiva. No es el más veloz ni por asomo, y Samsung se las ingenió para meter mucho mejor hardware en el mismo concepto (es casi un Galaxy S10), en un tamaño idéntico y por el mismo precio. Peso sobre peso, gana Samsung. Aunque en la práctica lo recomendable es, salvo que gastar 130.000 pesos no sea problema, esperar a la segunda generación, de la marca que sea. Invertir ese dinero en un smartphone convencional, dejar que otros sean quienes prueben qué funciona y qué no en un teléfono con pantalla flexible, y mientras tanto tener (por ese precio) lo mejor del mercado convencional.
Como promesa
No hace falta repetirlo, pero sigue siendo una locura: es un teléfono que se dobla a la mitad y no se rompe. La pantalla sigue funcionando mientras está doblada. Entra en cualquier bolsillo porque queda super compacto. Y tiene algo genial, que mejora con Android 10 y que supera ampliamente a la propuesta de Samsung: una pantalla externa, color, táctil, de buena definición, de 2,7 pulgadas. Ese panel es clave.
Toda la gracia del smartphone plegable es, claro, hacerlo más pequeño cuando no está en uso. Pero si cada vez que desbloqueo el celular (porque me llegó una notificación, o quiero hacer algo) tengo que abrir el equipo, se transforma en un incordio. Depende de qué estadística se mire varía el número de veces que en promedio desbloqueamos el celular cada día, pero siempre es un número de dos cifras. Samsung lo sabe, y por eso el Galaxy Fold (el que pasa de teléfono a tableta) tiene una pantalla en el frente que permite usarlo como un equipo común la mayor parte del tiempo. El Z Flip, por alguna razón, no: sólo tiene una pantallita ínfima que muestra la hora y anuncia si tenemos alguna notificación.
Motorola hizo algo genial con el Razr: le puso esa pantalla enorme en la tapa, y aprovechó las notificaciones interactivas que ya ofrecía en otros modelos y las mejoró: primero, permitiendo responder esas notificaciones con textos predefinidos o dictado por voz; ahora, con Android 10, muestra -cuando se desbloquea el teléfono- las notificaciones completas que vemos en un teléfono tradicional, con colores, imágenes y la posibilidad hasta de desplegar un teclado en esa pantalla externa para escribir un texto particular. También permite usar esa pantalla para tomar una selfie, o hacer una llamada. Todo, sin abrir el teléfono, es decir, sin esa instancia intermedia que al principio es novedosa (un teléfono con tapita como antes) y luego se transforma en farragosa (para cualquier pavada tengo que abrir el teléfono).
No es infalible: hay cosas que inevitablemente se deberán resolver abriendo el teléfono, en la pantalla grande interna. El teclado externo no es una maravilla (pero te saca del apuro y más); la superposición de dos métodos de ver las notificaciones (sólo texto sobre fondo negro, o con toda la riqueza multimedia) puede resultar confuso. Pero tiene un propósito claro, y una ventaja notoria a simple vista: tengo un teléfono chiquito que se hace más grande, pero para las mil tareas rutinarias como ver quién le puso like a una foto o poner "ok" como respuesta a un Whatsapp, no me obliga a tomar el teléfono con dos manos y abrirlo, que es una intermediación molesta para algo tan breve como despejar una notificación. Una contra menor es que la barbilla (donde está el sensor de huellas digitales, el conector USB y los parlantes) no colabora con la integración de los gestos de Android 10 (deslizar el dedo del borde lateral al centro para ir para atrás, del borde inferior hacia el centro para ver la lista de aplicaciones, o las que están activas) y será más cómo seguir con el esquema clásico (tres botones de control). Por suerte Android 10 admite ambas configuraciones. Esto, dicho sea de paso, no pasa en el Galaxy Z Flip, que no tiene esa barbilla y por lo tanto no sufre ese inconveniente.
Como precursor
Al igual que el Galaxy Z Flip de Samsung (y el Huawei Mate X), el Razr es, aún hoy, una incógnita. Yo quiero que un teléfono por el que pagué una suma muy alta dure un montón, y no sabemos (con ninguno de ellos) cuánto tiempo de vida tiene esa pantalla de plástico que se dobla (aunque no se marque el doblez porque se curva como una gota) y que se marca con algún granito de arena o algo pequeño, sólido y puntiagudo (y la naturaleza está llena de ellos); ni esa bisagra, que ya rechina un poco en un teléfono flamante.
En el Razr, además, el Snapdragon 710 hoy va bien, pero a mediano plazo resoplará un poco a medida que las aplicaciones se vayan haciendo más complejas y pesadas. Y la cámara es mediocre: no está mal, pero seguro no es la que se espera por ese dinero. Y la batería está al límite: el espacio que libera en el bolsillo o la mochila deberá ocuparse en una batería externa o un cargador.
Pero su diseño aprovecha que está cerrado y trata de no estar en el medio; nos facilita la vida en esa configuración; tiene sentido. Da la sensación de que en Motorola lo pensaron un poco más (de qué te sirve que se haga más compacto, cómo evitás que eso sea un inconveniente, cómo lo transformás en una ventaja) aunque no llegaron con el hardware. En el Galaxy Z Flip de Samsung es a la inversa: el hardware es magnífico, pero el teléfono queda más como una proeza técnica (es un S10 que se dobla y nada más) antes que como un dispositivo que habilita un uso nuevo, que es algo que sí hacen el Galaxy Fold (es un teléfono y una tableta en un mismo dispositivo) o el Huawei Mate X. Otro lado donde se nota ese amor por el equipo es en la caja, que viene con un estuche tipo anteojera para los cables y el cargador, y una caja que sirve de parlante pasivo (y buen sostén para las videollamadas).
Y es, casi seguro, el camino que seguirán todos los demás fabricantes (o que deberían tener muy en cuenta): un smartphone plegable, cualquiera sea su tamaño, debería tener una pantalla externa que permita usar la mayor cantidad de funciones del dispositivo sin obligarnos a desplegarlo. En eso, en ese concepto, el Razr acertó; le queda corto el hardware de esta primera versión, pero demuestra se puede; no es un producto maduro; habrá que esperar una o dos generaciones más para eso, pero va en el camino correcto.
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