Pregunta incómoda: ¿qué tal si nosotros fuéramos robots?
Hablábamos con Ricardo Sametband, en la última edición de Señales –el podcast de tecnología de LA NACION–, acerca del futuro, las predicciones delirantes y los pronósticos acertados, de los errores que cometemos al anticiparnos (si es que lo son, está por verse) y de visiones de muy largo plazo en las que incluso la definición de humano podría cambiar. En los últimos 350.000 años algunas cosas se han alterado sustancialmente (pasamos del Animismo, en el que le otorgábamos personalidad e intención a, por ejemplo, la Luna, a caminar por la Luna). Pero otras no han cambiado en absoluto.
Tengo la impresión de que la única forma de más o menos acertar (nunca nadie va a poder anticipar los detalles finos; y esta es una predicción #facepalm) es hacer planteos incómodos. El futuro tiende a ser incómodo para mucha gente, porque para poder sobrevivir necesitamos adaptarnos al presente. Por eso las épocas de cambios constantes, rápidos y disruptivos, como la actual, resultan tan perturbadoras y nos tientan a oír a el canto de sirena de los augures, que, ya se sabe, meten la pata todo el tiempo. Invertimos mucho esfuerzo en adaptarnos a la realidad en la nacemos, y resulta que de pronto todo eso se vuelve obsoleto.
Pero, para bien o para mal, es la historia de la civilización. Tratamos de predecir un porvenir que en realidad no queremos que llegue. Por lo tanto extrapolamos el presente y eso a lo que llamamos "Futuro" en realidad es un "Presente versión 2.0", un "Hoy con upgrades". Pero las cosas no funcionan así. Si en mi adolescencia hubiera anticipado que en 40 años las personas iban a sacar fotos con sus teléfonos, me habrían internado. De hecho, toda vez que predije que una cierta actividad iba a desaparecer, me saltaron al cuello. Porque nos costó adaptarnos y ahora no tenemos más energía para volver al pupitre. Porque de esa actividad dependen nuestros ingresos. Porque las personas, salvo que tengan un problemita psiquiátrico bastante serio, prefieren sentirse seguras y vivir en paz, sin conflictos. Así que no está mal equivocarse al predecir el futuro. Está bien, es sano, desde un punto de vista psíquico.
Para demostrar eso habría que salir un poco de la zona de confort. ¿Vamos?
¿Hay mañana?
Toda vez que se habla del futuro intento poner en tela de juicio el supuesto implícito detrás todas estas especulaciones. Esto es, que existe algo así como el futuro. ¿Estamos seguros de eso? Veamos.
Para empezar no estamos haciendo los deberes para que este pequeño planeta siga siendo habitable para la especie humana en los próximos 50, 500 o 1000 años. Así que, todo bien, pero para especular sobre el futuro primero hay que construir ese futuro. Y resulta que estamos haciendo todo lo contrario. Seguimos consumiendo energía como si sobrara y como si no contaminara; le prestamos escasa atención a la economía circular; y nos colgamos de cada slogan políticamente correcto, sin analizar con verdadera frialdad si esa nueva tecnología es realmente beneficiosa para el medio ambiente. Para los distraídos, medio ambiente es eso sin lo cual no hay futuro alguno.
Aparte de esto, que depende de nosotros, existen fenómenos que nos superan. Hoy estamos pensando en detectar a tiempo los grandes asteroides que podrían destruir este planeta en un santiamén. Pero hay otros peligros, cierto que remotos, como los brotes de rayos gama, que esterilizarían la superficie terrestre sin dejarnos mucho porvenir.
En todo caso, la cuestión más incómoda acerca del futuro es que no lo tenemos asegurado. Ni siquiera nos estamos tomando muy en serio aquello que podríamos hacer para garantizarnos un futuro mediato. En ese contexto, nos ponemos a pronosticar la Singularidad Tecnológica o los coches voladores. Bajen un cambio, muchachos.
De hombres y de máquinas
Dejando de lado el hecho de que estamos haciendo poco y nada para que haya un futuro sobre el cual especular, me gustaría, a modo de ejemplo, poner patas para arriba algo de lo que hablamos a diario cuando se trata de nuevas tecnologías: la inteligencia artificial y los robots.
Me llevó bastante tiempo notarlo. Pero díganme si no somos un poquito ingenuos y a la vez soberbios al hablar de los robots como si nosotros no lo fuéramos.
Tranquilos, no me cambiaron la medicación. Pero ocurre que para hablar en serio del futuro hay que ser bastante cartesiano. Ponerlo todo en duda. ¿Fabricamos robots? Sí. ¿Eso significa que nosotros somos qué, exactamente? Producto de la evolución biológica en le planeta Tierra, ¿cierto? Sí, claro. Es la explicación aceptada y, por favor, créanme, soy de esa idea.
El problema (a la hora de anticipar el futuro) es que las explicaciones aceptadas pueden llevar a conclusiones ridículas. Anticipamos lo que harán los robots o la inteligencia artificial sin preguntarnos primero si acaso nosotros no somos la fabricación de una civilización sobre la que no tenemos ninguna noticia. Puesto que hacemos electrónica (a la que juzgamos muy avanzada, pero esperen 50 años) basada en circuitos de silicio y cobre, entonces creemos que todas las maquinarias deben ser así. Y resulta que un transistor es hoy 400 veces más pequeño que un glóbulo rojo. Ups.
Dicho de otro modo, ¿cuál es el obstáculo para imaginar una civilización que desarrolló tecnologías basadas en los cromosomas, los genes y la bioquímica del carbono, y cuyos resultados no se parecen en nada nuestros smartphones o nuestros robots, sino que se parecen a la biología terrestre? Ningún obstáculo. Ni siquiera es una idea nueva.
Reitero, antes de que alguien se enoje mucho y me venga a tocar el timbre de casa, no creo que esto sea así. La cuestión es que podría serlo. (Ahora que lo pienso, el verdadero riesgo aquí no es que me toquen el timbre de casa, sino que baje una nave espacial en mi jardín con unos extraterrestres muy enojados porque descubrí su Plan Maestro.)
El hecho es que en nuestro propio origen hay suficientes puntos oscuros como para empezar a observar los robots y la inteligencia artificial con otros ojos. ¿Cómo se originó la vida en nuestro planeta? No lo sabemos con certeza. ¿Cómo obtuvimos el don inigualable del lenguaje, sin el cual no tendríamos ninguna ciencia? Hay teorías, pero no estamos seguros. ¿Qué es la consciencia? Carecemos de una buena definición, lo siento.
Diré todavía más. Imaginemos que en realidad no hubo ningún Plan Maestro (zafé de la nave espacial). Al más puro estilo Stanislaw Lem, podríamos imaginar que los ladrillos básicos de la biología terrestre, desarrollados por una civilización extinguida hace millones de años, llegaron en el momento justo al planeta adecuado e hicieron aquello para lo que habían sido diseñados: replicarse y evolucionar. Quizás esa civilización no nos reconocería como los descendientes de sus robots, pero lo seríamos. Tres mil millones de años después, cosas fabricadas con una tecnología ajena alcanzaron la consciencia, progresaron, se creyeron fruto de la evolución natural en ese planeta y un buen día se pusieron a fabricar robots.
Podríamos tejer muchas otras historias. Casi ninguna del todo original. Por ejemplo, que en realidad nos plantaron aquí intencionalmente (ahí viene la nave de nuevo). O que la realidad es una simulación de computadora, como en The Matrix. La cuestión es que la forma en que especulamos sobre los robots es contradictoria. Por un lado, son algo diferente de nosotros. Nosotros somos humanos, biológicos, fruto de la evolución natural en la Tierra. Ellos, los robots, son fabricaciones. Decimos inteligencia artificial, ¿no?
Pero, al mismo tiempo, nos la pasamos figurándonos que esas máquinas no solo serán cada vez más semejantes a nosotros (¿Pueden los robots sentir emociones o ser creativos?, nos preguntamos cada vez que queremos parecer tecno-filosóficos), sino que en un punto nos superarán. Elon Musk, con su particular aptitud para tirar títulos, dijo hace unos años que "la especie humana podría ser el diskette biológico de arranque de una civilización mecánica". Musk es bueno para los negocios, pero no se hará popular escribiendo ciencia ficción. Primero, porque ya pensamos en eso media docena de veces antes (mínimo) y, segundo, porque, como señalé antes, da por sentado que ser biológico descarta que seamos una fabricación.
Así que, por favor, pongámonos de acuerdo. Si estamos creando algo que va a independizarse, entonces hay dos conclusiones inmediatas: que en algún punto dejarán de ser fabricaciones, y, como consecuencia, nosotros podríamos ser también el resultado muy avanzado de tecnologías alienígenas.
Una vuelta de tuerca más, ya que estamos. ¿Y si esa civilización que creó los primeros robots orgánicos, antepasados remotos de la humanidad, estaba constituida por maquinarias de otra tecnología todavía más exótica? ¿Maquinarias creadas por quién?