¿Por qué son tan tóxicos los grupos de WhatsApp?
Es simple. No estábamos preparados para los grupos de WhatsApp. Los veteranos, que atravesamos las violentas escaramuzas de Usenet y el IRC, a mediados de la última década del siglo pasado, aprendimos a los golpes una serie de lecciones. Eran golpes duros, que te dejaban grogui por varios días y te hacían pensar en que toda esa novedad de Internet, que horas antes te parecía una maravilla, era en realidad una cueva de malandras irrespetuosos, sociópatas verbales y trolls sin vida, pero más hostiles que un T-Rex con gastritis.
Poco a poco, trompada tras trompada, empezamos a cultivar normas convivencia, como la de no abusar del ancho de banda o no escribir todo en mayúsculas. Estas reglas de etiqueta se mantuvieron más o menos en vigencia, migrando de plataforma en plataforma, como una suerte de tradición de la Red, incluso cuando el número de sus usuarios, a principios de este siglo, se disparó. Entonces apareció WhatsApp y, literalmente, explotó todo.
De suyo, los grupos de WhatsApp son una gran idea, algo así como redes sociales hechas a la medida de las personas, al revés que Facebook o Twitter, en los que tenés tantos amigos como para llenar un teatro, una cancha de fútbol o una nación. No son amigos, lógicamente, sino contactos, pero pudimos procesar bien esa ambigüedad. Los grupos de WhatsApp son también una buena idea porque suelen fundarse con un fin específico.
Lo que no vimos a tiempo, y por eso explotó todo, es que, al revés que en Usenet, IRC, Facebook o Twitter, en los grupos de WhatsApp nos conocemos personalmente. Cierto, he hablado en en el mundo real con un puñado de amigos de Facebook y Twitter, pero son la excepción. En WhatsApp esa es la regla. Y no solo nos conocemos personalmente, sino que solemos tener intereses comunes. Suena bien, pero sobre los intereses comunes pueden surgir pujas que escalan hasta la guerra de exterminio. Los grupos de la escuela donde van nuestros niños es un ejemplo de manual.
Conocerse personalmente, en este contexto, no significa que seamos amigos, familiares, ni siquiera conocidos. Significa que existe una probabilidad muy alta de encontrarte con esas personas con las que te cruzaste mal (pero mal, ¿eh?) en el chat.
Con WhatsApp, Internet se interseca con la realidad. O, al menos, eso parece. Esa sensación de que una batalla campal en un grupo va a afectar nuestras realidades es lo que convierte esas flame wars en tan tóxicas, tan enojosas, tan brutales y tan perniciosas. WhatsApp no es 100% virtual, ese es el gran dilema.
Además, todo lo se dice en un grupo puede reenviarse con enorme facilidad a otro, donde posiblemente también hay personas a las que conocemos y con las que compartimos intereses. Así, la viralización se transforma más bien en una pandemia. Especialmente cuando un mensaje se reenvía sacado de contexto, con o sin malicia.
El problema no está en los grupos de WhatsApp. El problema es que las reglas de convivencia que durante los primeros 20 años de la Internet pública funcionaron razonablemente bien necesitan una actualización. Esa reescritura debe ser un trabajo colectivo, como lo fue la prima versión, pero, ya que estamos, aquí van algunas ideas, basadas mayormente en mis experiencias y, por lo tanto, sujetas a revisión.
No pasa nada
Creemos, como dije, que una trifulca en WhatsApp va a traer alguna clase de consecuencia en la realidad. No es así, desde mi punto de vista. Los grupos operan más como una válvula de venteo que como una forma de alterar un estado de cosas con el que no estamos de acuerdo. Descargamos la bronca, y ya. Te peleás a muerte con la mamá de un chico que va al mismo colegio que el tuyo y al día siguiente la saludás como si fueran grandes amigas. O, al menos, como si fueran personas. Porque, de hecho, lo son. Lo llamo el "Efecto Guapo de WhatsApp", y nos transforma en energúmenos virtuales. ¿Por qué? Porque el chat es evanescente. Ese efecto se cancela en cuanto nos trasladamos a la mucho más concreta realidad. Lo que me lleva al siguiente punto.
Cara a cara es otra historia
En WhatsApp el otro está ausente. Ocurre lo mismo en cualquier plataforma virtual. Y ya saben cómo es. En persona no le dirías a un conocido del grupo del fútbol ciertas cosas que le tirás sin filtro en el chat. Simplemente, te medís, porque cara a cara es diferente. Cara a cara pueden terminar a las trompadas. Pues bien, mientras es improbable que alguna vez te cruces con alguien con el que te vivís peleando en Twitter, en WhatsApp es exactamente al revés. Por lo tanto, cualquier enfrentamiento allí deja una sensación mucho más desagradable. La buena noticia, no obstante, es, como dije, que las personas tendemos a socializar bastante bien –salvo casos patológicos– y tan pronto nos vemos con esa persona con las que casi nos matamos en el chat, todo vuelve a la normalidad.
No es cierto
El hecho de estar indignado no te da la razón. Punto. Podés estar indignado y además tener razón. Pero podés estar indignado porque creés en algo que no es cierto, y por lo tanto no tenés razón. ¿Cómo funciona esto en WhatsApp? Algún participante tira una premisa falsa, casi seguramente sin saber que es falsa, pero sin haberse tomado el trabajo (la responsabilidad, como se verá enseguida) de comprobarla, y a continuación lanza una serie de mensajes indignados. Bueno, eso equivale a rociar todo con querosén y tirar un fósforo. Lo que sigue es un incendio de proporciones.
Tarde o temprano, alguien informa que tal premisa es falsa, pero para entonces ya estamos todos con quemaduras de tercer grado. Entre otros motivos, porque la agresión es contagiosa. Con un agravante. Como no existe posibilidad alguna de que todo el mundo mire todo el tiempo el chat –esta posibilidad es inversamente proporcional al cuadrado del número de participantes–, muchos no van a enterarse de que la premisa era falsa. O no van a presenciar siquiera todo el pugilato. ¿Quién puede con 500 mensajes por hora? Tarde o temprano, por lo tanto, el conflicto volverá a surgir.
El eterno retorno
No sé si lo notaron, pero en la mayoría de los grupos de WhatsApp hay temas recurrentes. Fuera de la malicia, que siempre jugará un papel en toda comunidad humana, pero que en general no es la regla (de otro modo ya nos habríamos extinguido), este extraño fenómeno de circularidad, este reciclado de las refriegas, se apoya, a mi juicio, en dos hechos. El primero es el que mencioné en el apartado anterior. No todos leen todo todo el tiempo. Segundo, la creencia –falsa– de que lo que se grita en WhatsApp va a cambiar en algo la realidad. Y no es así. Las cosas cambian cuando actuamos, cuando intervenimos, cuando nos comprometemos, no cuando chateamos.
Un puñado a las piñas
Esto se viene repitiendo desde los orígenes de los grupos, foros y canales virtuales. Es decir, los que arrojan bombas Molotov son unos pocos. Cada vez que alguien se queja de la toxicidad de los grupos de WhatsApp, le aconsejo siempre lo mismo. Que se fije cuántos participantes tiene ese grupo (pongamos 126), y luego, que cuente cuántos son los que incitan a la riña (son 7). Exacto, el 5,5% del total. Muy pocos y siempre los mismos. Era así en 1997 en el IRC. Es así veinte años después en cualquier grupo más o menos concurrido de WhatsApp. El resto esquiva y tolera como puede las esquirlas, lo ve como algo divertido o, con mayor frecuencia, ni siquiera le presta atención.
Netiquette 2.0
A las reglas de buen comportamiento online que, mayormente, son bien conocidas, habría que agregarles algunas normas que tomen en consideración que los grupos de WhatsApp son híbridos. Sí, es espacio virtual, pero se trata de tu vecino. Sí, sí, es un chat, pero es también tu primo. Cierto, es Internet, pero estás peleándote con el padre de un chico que va al mismo colegio que tu hijo. Se me ocurren algunas cosas para que los grupos de WhatsApp se vuelvan más civilizados, y un experimento en el que estoy participando parece demostrar que esto es posible. Ese grupo tiene una sola regla: no agredir. Es mágico. Pero elaboraré un poco más.
* Respetá al otro, incluso si el otro no te respeta a vos; es lo peor que podés hacerle a un irrespetuoso y lo mejor para el grupo.
* Nunca respondas los agravios con agravios; es exactamente lo que busca el alborotador.
* No todo lo que se dice en un grupo es verdad, y si vas a decir algo, verificá que sea cierto; todos somos responsables de eso ahora.
* Tu indignación no garantiza que estés en lo cierto ni que lo que estás divulgando sea verdad.
* Las opiniones son opiniones, nada más.
* El tono de lo que el otro dice lo ponemos nosotros. Por ahí no quiso ser tan agresivo, irónico o sarcástico.
* No uses WhatsApp para decir algo que no dirías cara a cara o que no querés que se haga público. Nunca.
* Los mensajes de audio, con mesura, por favor.
* No te preocupes tanto; en general, lo que ocurre en WhatsApp se queda en WhatsApp.
* Y una cosa más: hay vida fuera de los grupos de WhatsApp.