La paradoja de Moravec explica este interrogante que llama la atención de los científicos
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¿Seremos alguna vez capaces de crear un robot con las mismas capacidades que el ser humano? Con la explosiva aparición de ChatGPT y otros programas de Inteligencia Artificial la pregunta no solo se hace cada vez más relevante, sino que impulsa aún más la imaginación de los ingenieros que buscan crear un robot que piense y actúe como un humano.
A medida que avanzan los procesos, varias conclusiones van saliendo a la luz: hemos logrado, especialmente con la Inteligencia Artificial, imitar los complejos sistemas de razonamiento e incluso de creatividad de nuestro cerebro.
Pero, a la vez, un robot no puede atarse un zapato. La Inteligencia Artificial y la robótica pueden hacer que el pensamiento razonado requiera menos procesos de computación, mientras que actos en apariencia más simples que ejecuta el ser humano, como atarse los zapatos o recoger una bolsa del suelo, requieren un enorme esfuerzo computacional.
A esto se lo conoce como la paradoja de Moravec. Y para muchos expertos es la explicación de por qué no se ha podido construir un robot totalmente inteligente.
“Al ser humano le ha tomado cientos de miles de años de evolución hacer cosas tan simples como, por ejemplo, mantener el equilibrio, por lo que replicar todos esos procesos a un nivel computacional es casi imposible por el momento”, señala Gonzalo Zabala, investigador en Robótica de la Universidad Abierta Interamericana, en diálogo con BBC Mundo.
Zabala señala que lo contrario ocurre con los procesos razonados. “¿Hace cuánto que podemos hablar del hombre inteligente, de la razón? En comparación con otros procesos evolutivos, el tiempo es muchísimo menor, por lo que podemos codificar y replicar esto con mayor éxito”, indica.
Hans Moravec y Alan Turing
Uno de los precursores de la Inteligencia Artificial fue, sin duda, el científico británico Alan Turing. Dentro de los múltiples estudios que publicó durante su corta pero prodigiosa carrera, uno tiene que ver con una serie de preguntas que servirían para distinguir, en un caso teórico, a un robot de una persona.
Desde que fue formulado, en la década de 1950, ese fue el método que guio a los ingenieros y teóricos en torno al desarrollo de la Inteligencia Artificial.
Como lo señaló el profesor de robótica de Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Rodney Brooks, lo que ocurrió después es que los ingenieros se enfocaron en crear programas o artefactos que pudieran “engañar” a los interlocutores, respondiendo adecuadamente las preguntas del test de Turing para pasar por humanos.
Hacia finales de los 70, ese enfoque comenzó a tener un problema: que las respuestas lógicas no desarrollaban nada original y el camino señalado por Turing comenzaba a quedarse sin muchas salidas.
“Incluso la financiación de las investigaciones cesaron, porque no era claro el camino que se debía seguir y no se veían avances”, le dijo Brooks a la BBC. Entonces, se buscaron nuevas alternativas para avanzar en el desarrollo de la Inteligencia Artificial.
“El camino que se tomó fue el de crear circuitos similares a los del cerebro humano. No un robot que respondieran con lógica, sino un circuito que lograra pensar”, señala Zabala.
Fue entonces cuando apareció esa contradicción aún no resuelta: se creaban procesos de Inteligencia Artificial con cierta facilidad, mientras que las funciones básicas del ser humano eran básicamente imposibles de recrear en un robot.
Esto fue ampliamente observado hacia finales de la década de los 80 por especialistas en robótica como el mencionado Brooks, el austriaco Hans Moravec y el estadounidense Marvin Misnky.
Pero fue Moravec, profesor en la Universidad de Carnegie Mellon en EE. UU., quien lo expuso de mejor manera en 1988 a partir del trabajo de los tres colegas:
“Es comparativamente fácil hacer que las computadoras muestren un rendimiento de nivel adulto en pruebas de inteligencia o jugando al ajedrez, pero difícil o imposible darles las habilidades de un niño de un año en lo que respecta a la percepción y la movilidad”. Básicamente, los robots pueden ser tan inteligentes como incapaces.
“Lo que hizo la paradoja de Moravec fue darle sentido a lo que se estaba observando. Y cuando se nombra el problema, se nombran las posibles salidas al problema”, señala Zabala.
“Cuando se llega a este punto comienza algo muy interesante, que es conocernos mejor para poder replicarlo en robots: conocer cómo mantenemos el equilibrio, aprendemos a manejar, en fin”, agrega.
Robots sensibles
Tanto Moravec como Brooks y Misnky adelantaron proyectos con miras a dilucidar la paradoja. Brooks ha trabajado con la empresa estadounidense Boston Dynamics y una que él mismo fundó, conocida como iRobots.
El principio que siguieron, de acuerdo a Brooks, se resume en una premisa directa: “Si queremos construir un robot con inteligencia humana, primero construyamos un robot con anatomía humana”.
A partir de esto se han desarrollado proyectos de robots que presentan un aspecto más cercano al nuestro. Por ejemplo, un equipo de científicos europeos ha desarrollado un prototipo que se conoce como ECCERobot, que tiene un esqueleto termoplástico completo con vértebras, falanges y caja torácica.
El ECCERobot tiene tantos grados de movimiento como un torso humano y, lo más importante, todas estas partes están repletas de sensores.
Pero, los mismos científicos que desarrollaron el robot han señalado que el inconveniente no se superó: la complejidad del ECCERobot es tan grande que apenas puede agarrar una taza. Por lo que no se puede esperar que tenga un comportamiento inteligente.
“Construir un robot humanoide inteligente, uno que pueda interactuar sin problemas con humanos y entornos humanos de forma natural requerirá avances en la informática y la eficiencia de la batería, sin mencionar un salto cuántico en el equipo sensorial”, le dice a la BBC Rolf Pfeifer, quien coordina el proyecto de ECCERobot.
“Un desarrollo realmente crucial será la piel. La piel es extremadamente importante en el desarrollo de la inteligencia porque proporciona patrones sensoriales tan ricos: tacto, temperatura, dolor, todo a la vez”, añade.
Pero los expertos señalan que, a pesar de los problemas presentados por la paradoja de Moravec, la posibilidad de un robot inteligente como un ser humano, aunque lejana, no es imposible.
“Lo que hizo la paradoja de Moravec fue poner en evidencia un problema para que los investigadores buscaran salidas. Una de ellas, sin duda, es la que estamos viendo con la revolución de la Inteligencia Artificial, donde hemos dado un paso hacia la creación, no solo a las respuestas lógicas”, explica Zabala.
Y para el experto, queda claro que esa revolución no es una amenaza para la extinción. “No creo que signifique el fin como lo han planteado varios analistas. Es una herramienta que nos facilitará muchos procesos en el futuro”, concluye.
*Por Alejandro Millán Valencia
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