Parecen una forma excéntrica de tirar la plata, pero los NFT tienen sentido
Les agregan un valor único a obras que en internet pueden replicarse sin límite y sin control
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Esta es la tercera parte de una serie de tres notas. Podés ver la primera aquí y la segunda, aquí.
Así como la cadena de bloques (o blockchain, en la jerga) sirve para registrar y validar una transacción monetaria, también puede usarse para validar y certificar otras cosas. Por ejemplo, nuestra identidad. O un título de propiedad. Si me lo preguntan –y puedo equivocarme por mucho–, le veo más futuro a la cadena de bloques en este tipo de aplicaciones que en la del dinero; por lo menos en el mediano plazo. Ya veremos.
¿Cuál es la diferencia entre el dinero y, por ejemplo, un título de propiedad? El dinero es fungible y anónimo. El título de propiedad ni es fungible ni es anónimo. Bitcoin está pensada estrictamente para dinero, pero la plataforma Ethereum (su criptomoneda se llama ether) permite otras aplicaciones. Por ejemplo, asentar en la cadena de bloques registros que no son fungibles (al revés que el dinero) y que están asociados a una identidad en particular (al revés que el dinero).
De allí las siglas NFT, que vienen del inglés Non-Fungible Tokens. La palabrita que mete ruido acá es “token”. Explicación: cuando una unidad de la cadena de bloques es dinero, se habla de criptomoneda. Cuando se trata de otra cosa (un titulo de propiedad, un contrato, etcétera), se habla de token o criptotoken. Token podría traducirse en este contexto como “evidencia”.
Figuritas difíciles
¿Qué es un NFT? La prueba de propiedad y de autenticidad de una cierta obra digital. No, no es la obra por sí sola, sino una copia de la obra más un certificado de propiedad y de autenticidad. De hecho, el autor de esa pieza conserva el copyright. Es un poco como las serigrafías numeradas y firmadas por un artista famoso. O como una novela autografiada. Los autores conservan el copyright, pero tu copia numerada o tu libro autografiado tienen un valor adicional. En el caso del mundo digital, donde todo se puede copiar sin límites, este podría ser su único valor.
Ah, me vuelvo loco. Un momento, ¿hay gente que está pagando miles de dólares por algo que certifica que es dueño de una obra que todos pueden ver gratis en YouTube? Sí, señor. Es, por ejemplo, lo que pasa con Nyan Cat, que, como NFT, se vendió por casi 600.000 dólares, pero que cualquiera puede ver en YouTube.
Así que no es para volverse loco. Es una de las paradojas a las que nos somete la digitalización. Mientras que falsificar un Van Gogh es realmente complicado –y el resultado sigue siendo una falsificación, por minuciosa que sea; es decir, lo mismo que ocurría con el dinero físico–, una obra de arte digital no es sino una cadena de bits que pueden copiarse, descargarse, compartirse, enviarse o de cualquier otra forma replicarse, y el resultado es idéntico al original. De modo que para añadirle valor a algo que no tiene el valor de lo real-difícilmente-falsificable, ponemos una copia de esa obra embebida con el certificado de propiedad y de autenticidad en una cadena de bloques (por medio de una plataforma de subastas, típicamente) y alguien, llegado el caso, pagará por ese token. El token no puede robarse, replicarse o compartirse. Es mío, mío, mío. Y así, mientras el collage de Beeple es una maravilla, lo que tiene valor (monetario) es el collage en tanto NFT. Porque como collage es accesible para todos. Como NFT, no. Excepto que tengas 69,3 millones de dólares para pagarlo. Bueno, supongo que ya vale más.
Por otro lado, el creador de una obra digital recibe un porcentaje de la venta del NFT, y si el propietario de ese NFT a su vez lo vende, vuelve a recibir una parte de dinero de la transacción, aunque en una proporción menor. Por lo tanto, el que una obra digital sea muy popular y más gente se la copie empieza a ser una buena idea, porque su NFT debería apreciarse más. De nuevo, el Nyan Cat no se habría vendido por tanto dinero si no fuera tan icónico.
Aunque suene de lo más contraintuitivo, tiene sentido. Ya que la propiedad intelectual está en jaque en internet, donde cualquier documento puede copiarse muy fácilmente y resulta virtualmente imposible estar fiscalizando todo, lo que se hace con los NFT es tratar de (veremos si esta nueva explosión cripto-hormonal lleva a alguna parte) replicar en el mundo virtual el valor que tienen los objetos de arte reales. Arte o cualquier otra cosa; por ejemplo, figuritas coleccionables.
Etéreo, pero no tanto
Como dije, la cadena de bloques que se usa para los NFT es Ethereum, que le da soporte a otros tokens, no solo al dinero. Pero –y este es un problema de las criptomonedas en general, aunque no de los NFT–, en teoría, cualquiera puede crear su propia criptomoneda. Facebook andaba en eso, con Diem (antes Libra). Hasta donde me dijeron los economistas que consulté, eso conduce al mismo obstáculo que se pretendía evitar con Bitcoin; es decir, que haya superabundancia de dinero.
En el caso del NFT, sin embargo, esta característica despliega todo un horizonte de posibles aplicaciones para los productos intelectuales digitales, desde libros hasta discos. Kings of Leon ya vio el filón y será la primera banda en acompañar un disco con estos tokens; en su caso, darán acceso a contenidos extra y a entradas preferenciales para sus shows.
Así que ahí estamos, luego de un largo viaje que arrancó con la invención del dinero, tal vez 20.000 o 30.000 años atrás, y que nos deja en este presente en el que no importa si todo el mundo tiene una copia de la obra. Lo que importa es tener los bits en una cadena de bloques que certifiquen que esa copia es tuya y que es auténtica.
Algunos interpretan esta movida como una nueva forma de coleccionismo. Otros, como un lujo excéntrico. Todavía es temprano para saberlo, pero viene bien para volver a pensar cómo vamos a tender puentes entre lo real y lo digital. Y viceversa.
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