Paltas a control remoto y otras delicias del comercio electrónico
Entre las muchas actividades que tuvimos que trasladar a la virtualidad durante la cuarentena, el comercio electrónico apareció como una de las que más desafíos impuso. Vengo comprando software y hardware por internet desde el siglo pasado, literalmente. Pero algo me decía, al principio de la pandemia, que aplicar esa experiencia a las remolachas o las heladeras no iba a ser tan sencillo. Por varias razones.
La primera y más obvia es que en informática estamos habituados a especificaciones claras y minuciosas. No comprás 8 gigas de RAM. Comprás 8 gigas de RAM con un número de características lo bastante extensa como para no llevarte sorpresas; por ejemplo, su velocidad. ¿Velocidad para leer o para escribir datos? Ambas. Con este nivel de detalle es posible comprar de forma segura componentes sin haberlos visto nunca.
La segunda, y esto cuenta en particular con el software, es posible probar algo antes de poner la plata. Si es lo que buscabas, seguís con la compra. Si no, pasás al siguiente candidato en tu lista.
Sin tocar
Los que empezamos a comprar bienes y servicios por internet hace más de dos décadas advertimos en marzo que había ciertas cosas que no podían adquirirse con la misma facilidad de forma remota. Pondré un ejemplo costoso, pero gráfico: las paltas.
¿Cómo se elige una palta? Exacto, es un arte. Porque, además, no podes ponerte a manosearlas. ¿Por qué? Porque si todos los clientes apretaran las paltas para verificar cuál está en su punto justo, en menos de 3 horas todos esos frutos estarían arruinados. Así que uno, con los años, aprende a interpretar el color, el brillo de la cáscara y la lozanía general.
Dado que soy el cocinero oficial de esta familia y por lo tanto hago todas las compras, iba a tener que entrar en terreno no cartografiado: elegir comestibles frescos a ciegas. Después de darle muchas vueltas al asunto, me di cuenta de que tenía que encontrar un comercio donde me conocieran, del que fuera un cliente de años. Puse a prueba mi teoría, y funcionó.
El comercio de cercanía –al que antes de la pandemia iba todos los domingos muy temprano a hacer las compras para la semana y en el que, en parte por mi personalidad, conocía a todo el mundo– eligió correctamente los alimentos frescos, sin fallar ni una vez. Quizá es su política en general, no lo sé. El caso es que dio resultado.
Super simple
Como es muy raro que compre en el supermercado alimentos que hace falta elegir a mano, supuse que saldaría la cuestión con cierta facilidad. No tan rápido. Fuera de que al principio los sitios de los supermercados funcionaban muy mal (lo que era comprensible, como ya dije en otro lado) y de que algunos todavía hoy tienen buscadores cuya lógica resulta algo incomprensible, el obstáculo iba a presentarse en otro lado. Más específicamente, en la crema de leche.
Como ya conté, mi helado de menta es un hit aquí. Además, la menta abunda en mi jardín. Eso sí, hace falta crema. Crema para batir. Pues bien, lo que en el local real habría saltado a la vista, en el sitio web no resultaba tan evidente. Sin darme cuenta, compré dos potes de una crema que el fabricante denomina “para cocinar” y que, obviamente, no monta jamás.
Eso me dejó una segunda lección: revisar minuciosamente el carrito antes de concluir la compra. Parece una obviedad, pero cuando uno está habituado a la góndola real, puede pasar por alto una leyenda de apariencia insignificante en el envase. Y todavía quedaba otra cuestión.
Cuando uno pone, digamos, cuatro zapallitos en el carrito, sabe que son cuatro y que no serán más de cuatro hasta que los consuma. En la virtualidad el asunto es más peliagudo. Lo descubrí cuando en una entrega recibí una cantidad homeopática de pasas de uva. Pero tenía una teoría.
Así que la siguiente vez observé con cuidado qué pasaba en el carrito en el momento de poner, por ejemplo, 250 gramos de pasas de uva. Descubrí así que mi teoría era cierta: existía cierta demora entre que ponías la cantidad de cierto producto y ese dato se actualizaba en el carrito. Si pasabas a otro producto antes de que en el carrito figurara la cantidad correcta (100 gramos en lugar de 250, por ejemplo), entonces para la plataforma habías comprado 100 gramos. Así que ahora, y hasta que resuelvan ese bug, me tomo el trabajo de revisar con mucha atención las cantidades antes de pagar.
Un vaso de agua
Comprar electrodomésticos me resultó un poco más familiar, y posiblemente por ese motivo cometí un error de principiante. La historia es así: decidimos que nuestro refrigerador ya tenía suficientes años como para no tener un plan B en medio de una pandemia. Así que fuimos a la web, elegimos un modelo y, por costumbre, revisé los datos técnicos. No le presté atención a esa cosa en el frente. Era un dispenser de hielo, obviamente.
Bueno, no. En realidad, era una canillita conectada a un tanque de dos litros de agua. Como el modelo sin dispenser de hielo (es decir, de agua) no estaba disponible, decidí que el dispenser de hielo (que resultó ser de agua) era inofensivo. Es una opinión personal y no me gustaría que nadie se sienta mal, pero en mi mundo si algo se puede hacer con mínimo esfuerzo y cero mantenimiento, como es el caso de las cubeteras, considero que cualquier máquina solo vendrá a complicar las cosas. Pero como hubo un clamor generalizado aquí en favor del dichoso dispenser de hielo, y como el precio de ese equipo de muy buena marca y especificaciones técnicas impecables era más que conveniente, procedimos a pagar.
El clamor generalizado se convirtió en decepción aguda cuando llegó la heladera y se hizo evidente que a) eso no era sino un dispenser de agua y b) que difícilmente por el precio que habíamos pagado la heladera iba a venir con otra cosa que un tanque para dos litros de agua y una canillita. Pero esto me enseñó que en la virtualidad uno ve lo que quiere ver. Las especificaciones que no leí (porque no me interesaban) decían claramente que no tenía máquina para hacer hielo. Fuera de eso, fue una buena compra, aunque me deja el campo libre para una recomendación más.
El metro patrón
Hay que tener siempre a mano un metro. De esos que se enrollan. Si es posible muy extenso y bien fabricado. No tengan miedo en invertir unos billetes más en un buen metro. En la web las dimensiones se trastocan, al punto de es más fácil evaluar el tamaño de algo por su precio que por la foto. Las medidas están en las especificaciones, por supuesto, y hay que prestarles atención. Pero si un equipo va a ir en cierto espacio o si necesitamos almacenar en su interior cierta cantidad de alimentos, los números dicen poco. ¿Es grande un freezer de 72 litros de capacidad? ¿Cuánto decía, sesenta o sesenta y seis? No es lo mismo, cuidado.