“Nuestro trabajo es evitar convertirnos en una sociedad como la de ‘Minority Report”
Te propongo un reto: intenta enumerar todos los libros y películas que, en los últimos años, nos han contado cuentos para no dormir ambientados en distopías tecnológicas. Está claro que no sería un tema tan recurrente si, en muchos casos, no estuvieran cada vez más cerca de cumplirse. Recientemente, China ha implementado un sistema de rating por el que una serie de algoritmos deciden si puedes comprar una casa o si tus hijos podrán ir a la universidad. Y no hay que ir tan lejos para ver otros ejemplos: en cada vez más países te pueden sacar de un proceso de selección solo por lo que dice de ti tu identidad digital.
La Comisión Europea tiene muy en cuenta estas preocupaciones, a las que pone voz el responsable de su departamento digital, Roberto Viola (Roma, 1960): "Tenemos que evitar convertirnos en una sociedad como la de Minority Report. Nuestro trabajo es impedir que crucemos esa barrera".
El italiano nos recibe en las oficinas de la institución en Madrid aprovechando su visita a la capital. Comienza haciendo apología de la tecnología local sin olvidar que hay ciertas áreas en las que queda bastante trabajo por hacer. "Si nos fijamos en la industria de la electrónica o la robótica, Europa ha alcanzado cierta excelencia. Además, estamos en una posición dominante en lo que respecta a infraestructuras abiertas", defiende.
La tendencia hacia la adopción de una política de datos abiertos, un aspecto que lidera España dentro de la Unión sólo superada por Irlanda, tiene sentido en un mundo conectado como el nuestro, en el que los algoritmos se alimentan de información y, gracias a ellos, muchas empresas podrán ofrecer servicios que mejoren la vida de los ciudadanos. Con esta reflexión en mente, la Comisión presentó en abril una nueva directiva en esta línea que moderniza la actual en tres aspectos fundamentales: expande la obligación de aportar datos abiertos a todos los sectores que trabajan con los Estados miembros, ahonda en la necesidad de que sean dinámicos —que estén actualizados y aporten información en tiempo real— y profundiza en su carácter público. "Esta información pertenece a la gente y no puede quedar oculto en los acuerdos privados entre las Administraciones públicas y terceras partes con las que tratan", remarca.
Inteligencia artificial y blockchain
Viola sostiene que, para que Europa sea competitiva, es necesario que desarrolle la mejor tecnología y que el talento se genere y se mantenga en el continente. Y considera que puede hacer un buen trabajo en inteligencia artificial y blockchain. Esta apuesta estratégica tiene su fundamento en la diversidad de ámbitos a los que terminarán afectando ambas tecnologías.
En lo que respecta a la cadena de bloques, la Comisión ha creado un Observatorio para recolectar las experiencias y casos de uso más interesantes y ha fomentado una iniciativa para que los Estados miembros trabajen en una infraestructura pública basada en esta tecnología. "Nuestra idea es potenciar un ecosistema que garantice redes de confianza para aplicaciones de administraciones públicas, salud o energía", explica. "Queremos que todas las partes interesadas trabajen juntas en el desarrollo de estándares de confianza para blockchain".
Una de las aplicaciones más atractivas que tiene esta tecnología en la Administración es su uso para votar en procesos electorales, pero quizás sea uno de los ámbitos más delicados. "Necesitamos toda la monitorización posible para controlar unos procesos electorales. Hay que ver si los datos están bien codificados y esto todavía necesita más desarrollo", sostiene Viola. "Creo que veremos elecciones con blockchain, pero cuando seamos capaces de ofrecer la seguridad adecuada".
Por otro lado, el camino a seguir en lo relativo a inteligencia artificial está más dibujado: el primer paso es decidir cómo la usaremos."Esta tecnología puede mejorar nuestros sistemas sanitarios o simplificar nuestro trabajo, pero necesitamos hacerlo bien desde el principio", aclara. En primer lugar, destaca la importancia de que su entrada en nuestras vidas se produzca de la forma más transparente posible: un paciente tendrá que poder decidir si prefiere que su diagnóstico se lo haga un médico basándose en su criterio profesional, que se ayude de algoritmos o que sea una máquina la que se encargue de interpretar sus síntomas. "Quien decida esta última opción tiene que poder confiar en el sistema porque se le haya explicado cómo funciona, del mismo modo que cuando vas en avión no te preocupas porque esté puesto el piloto automático", compara.
Para poder confiar en esta tecnología, conviene preocuparse por sus implicaciones éticas y poner límites a su comportamiento. Uno de los principales factores de riesgo es la parcialidad de los datos. "Si una inteligencia artificial para fintech se alimenta con datos de conferencias bancarias en las que prácticamente todos los ponentes son hombres, tendrá una perspectiva masculina del sector". La solución de Viola es sencilla: invertir recursos y dinero en limpiar los datos para terminar con esa parcialidad. "Nuestra sociedad todavía no ha alcanzado la igualdad a la que aspira en muchos sentidos. Si damos este impulso a los algoritmos, podremos ayudar a que las cosas sean diferentes en el futuro".
Una de las guerras que más duramente ha peleado la sección tecnológica del organismo europeo tiene que ver con la adopción del mercado único digital. Y todo apunta a que pronto ganarán una importante batalla. El próximo 3 de diciembre entrarán en vigor una serie de medidas que buscan terminar con el geobloqueo injustificado eliminando las barreras transfronterizas en la compra online, facilitando las entregas y protegiendo los derechos de los compradores. "Hoy, los clientes pueden adquirir un mismo producto o servicio a distintos precios dependiendo del país desde el que lo paguen, ya que muchos e-commerce les redirigen a través de la web de su versión local", explica Viola. "A partir de ahora, cuando alquiles un coche en una web europea, lo harás en la página original de esa web, con las mismas condiciones que en el resto de países miembros"
Pero Europa tiene otros fantasmas: el continente suministra un 5% de los recursos de las supercomputadoras a escala mundial y, sin embargo, consume un tercio de ella. La Comisión ha fijado un presupuesto de 3.500 millones que, sumado a los cerca de 500 que se han comprometido a aportar los países miembros, constituyen una cantidad importante con la que paliar este déficit. Con este dinero, se pretenden mejorar las instalaciones existentes y construir nuevos centros para supercomputadoras. "Si hay un campo en el que debemos avanzar es este y tenemos que hacerlo rápido", insta. "Y, tal vez en diez años, estaremos enfocados en computadoras híbridas para trabajar con computadoras cuánticas. La tecnología cuántica será uno de los grandes cambios que veremos próximamente y supondrá toda una revolución; podrá resolver problemas que hoy parecen irresolubles".
Tampoco se puede obviar el reto en educación: en los próximos años, nueve de cada diez trabajos requerirán habilidades digitales y, según datos de la Comisión, el 44% de los europeos no poseen las básicas. "En España, Italia y otros países del sur de Europa sucede un fenómeno contradictorio: hay muchas vacantes digitales y demasiados jóvenes sin trabajo. Y la razón es que hay una diferencia abismal entre lo que la industria necesita y lo que la gente aprende en la escuela", lamenta el italiano.
Fomentar la cooperación entre universidades, emprendedores y gobiernos es una de las primeras maneras para atajar el problema, pero el problema trasciende a los estudios superiores. "España ocupa una buena posición en lo relativo a graduados tecnológicos, pero no es suficiente con estar a la cabeza en educación universitaria: el cambio tiene que partir de abajo, de la formación profesional y de la gente que ya está trabajando", concluye.