Ni te imaginabas que podías sacar fotos así con tu celular
Es una paradoja frecuente, pero no por eso deja de llamar la atención. Dicho de forma genérica, nuestros equipos suelen ser capaces de hacer mucho más de lo que suponemos, y con frecuencia es cuestión de conocer media docena de datos para sacarles mucho más provecho.
Un clásico de este principio es la cámara de los buenos smartphones. Aparte de todos los trucos de la inteligencia artificial para que salgan fotos aceptables, eventualmente bastante buenas, los teléfonos traen un modo Manual, a veces también llamado Pro. En pocas palabras, en ese modo vamos tener control sobre dos de las tres variables que modifican la cantidad de luz que llega hasta el sensor (suena hermético; enseguida se revelará que es muy simple). El problema de estos modos avanzados, manuales o profesionales es que, salvo que hayas estudiado fotografía, sus siglas, números e íconos son casi incomprensibles. Así que volvés a la cámara automática. Sin embargo, tu teléfono es capaz de hacer mucho más que sacar fotos estándar, y comprender los dos o tres conceptos para operar estos equipos en modo manual no es para nada complicado.
Efecto fotoeléctrico
Hay una afirmación, arriba, que es poco clara, lo habrán notado. Dice que se pueden controlar dos de las tres variables que modifican la cantidad de luz que llega al sensor. Lo sé, suena a laboratorio de armas nucleares o algo así. Pero pensá en lo que gastaste en ese teléfono y vas a ver que tal vez vale la pena profundizar un poco. ¿Seguimos?
Antiguamente, las fotos se tomaban usando una película de plástico con una capa de bromuro de plata, un compuesto sensible a la luz. Tras el revelado (una reacción química que se hacía en un laboratorio, a mano o mediante máquinas que automatizaban el proceso), ahí donde había llegado más cantidad de luz, el material sensible se ponía más opaco. Donde la cantidad de luz era menor, se ponía menos opaco. Donde la luz no había llegado, quedaba transparente. Se obtenía así el negativo, y toda la historia es un poco más complicada, pero en resumidas cuentas la foto iba a salir bien si la película recibía la cantidad justa de luz. Ni más, ni menos. En ese caso decíamos que la película había quedado correctamente expuesta. Si había poca luz, podía quedar subexpuesta y, viceversa, si nos pasábamos de luz, iba a quedar sobreexpuesta.
Ambos defectos tenían soluciones, ninguna sencilla. Dejando de lado una serie de cosas (hice laboratorio varios años; sepan disculpar los veteranos algunas lagunas, que son solo para no extenderme demasiado), si la película estaba subexpuesta había revelar por inspección, es decir, con una lamparita verde tan tenue que llevaba como 15 minutos verla. Si había zonas sobreexpuestas se usaba el reductor de Farmer, un lindo nombre para el ferricianuro de potasio.
Hoy ya no usamos película, sino un sensor que se basa en el efecto fotoeléctrico. Pero la regla básica sigue siendo la misma: el sensor debe recibir la cantidad de luz correcta para darnos una foto decente. De esto, hoy, sin que nos preocupemos por todos estos tecnicismos, se ocupan una serie de algoritmos que, la verdad, hacen un gran trabajo. Hasta que querés sacarle una foto a la constelación de Orión, como en la foto que se ve abajo. Y no hay caso, sale cualquier cosa.
En un parpadeo
Ahora bien, ¿cómo controlábamos con las cámaras profesionales la cantidad de luz que llegaba a la película? Para entender eso primero hay que ver cómo funcionaba el mecanismo que dejaba pasar la luz hasta la película. Estaba compuesto –básicamente– por dos partes: el obturador y el diafragma.
El obturador funcionaba como los párpados, abriéndose y cerrándose para dejar pasar la luz.
El diafragma era equivalente al iris de nuestros ojos; si estaba más abierto, dejaba pasar más luz; viceversa, menos. Dejo de lado –otro aviso para expertos– toda la cuestión de las distancias focales, el valor f-stop y la luminosidad de los objetivos, porque, simplemente, en los celulares no tenemos control sobre nada de esto.
La tercera variable era la sensibilidad de la película, que se medía de varias maneras, pero la más popular era el valor ISO, que iba de 50 a 400, en general, y que podía forzarse hasta 1600, durante el revelado. En el caso del valor ISO, cuanto menor el número, menor la sensibilidad de la película. O sea, más luz necesitaba para quedar correctamente expuesta.
Velocidad de obturación
Los teléfonos, en modo manual, permiten controlar dos de esas tres variables (ahora es menos oscura la frase): la velocidad de obturación y la sensibilidad. La apertura de diafragma es fija, por una serie de motivos técnicos que no viene al caso revisar. Así que vamos a ver cómo puede ayudarnos la velocidad.
La velocidad de obturación se mide en segundos. Cuanto más rápido se abre y se cierra el obturador, menos luz pasa. Según el modelo del teléfono, la velocidad puede ir desde un décimo de segundo (1/10) hasta 1/24.000 de segundo. Otros modelos no van tan alto, pero sí llegan a 30 segundos, lo que está muy bien para fotos en casi total oscuridad. Se la representa con la letra S (por Speed) o con un ícono parecido a una flor, pero que en realidad representa un tipo obturador que funcionaba como un diafragma.
Puesto a elegir, prefiero un smartphone que me permita llegar solo a 1/3200, pero que baje hasta 30 segundos. Enseguida quedará claro el porqué, cuando integre todas las variables. Un datito antes de ir al tema de la sensibilidad. Por debajo de 1/60, salvo que tengas el pulso de Superman, vas a necesitar un trípode o un punto de apoyo. El techo del auto, una mesa, la rama de un árbol, casi cualquier cosa sirve.
Menos es mejor
Los teléfonos también permiten establecer la sensibilidad. No es igual a la de la película, porque aquí no hay película, sino un chip. No obstante, estos sensores intentan emular la sensibilidad de la película, para no tener que reescribir el manual. Arrancan en el valor estándar (ISO 50) y, según los modelos, trepan hasta 800, 1600, 2400 o 3200. Parece que nos resuelve todo, porque si hay poca luz aumentamos la sensibilidad, y listo. No tan rápido.
Tanto con la película como con la electrónica, las sensibilidades más altas producen defectos visuales. Con película en blanco y negro, esos defectos quedaban lindos, porque la distribución de los granos de bromuro de plata era completamente azarosa. Con los sensores, salvo casos desesperantes, es preferible no subir de 400. La misma escena, exacta, a la misma hora y desde la misma posición, dará una imagen llena de ruido si usamos una sensibilidad muy alta, y una impecable con una sensibilidad baja, como se ve abajo. En esto, menos es mejor.
El control de la sensibilidad aparece representado en los smartphones con las siglas ISO.
En modo manual, los buenos teléfonos permiten también controlar el balance de blancos (no entraremos en eso hoy) y el enfoque; esto último puede resultar muy útil cuando la inteligencia artificial se pone pesada con eso de detectar rostros y convencernos de hacer una imagen estándar, cuando en realidad queremos ser creativos.
Uniendo los puntos
Muy bien, ahora vamos a integrar todo sacando una foto convencional (para empezar). Podríamos usar el modo automático y saldría perfecta, pero vamos a empezar a tomar control de la cámara del celular. Supongamos una habitación bien iluminada, pero con cortinas, al mediodía, en primavera. Las ventanas apuntan al norte y el sol, por lo tanto, en esta época del año, a esta hora, no entra directamente (ya se está moviendo al sur). Es buena luz, pero no un derroche. Pero, si hay buena luz, el primer paso es siempre reducir la sensibilidad al mínimo, ISO 50. Esto es clave. Menos es más, reitero.
Luego, y es un lujo poder hacerlo de una forma tan sencilla, ajustamos la velocidad hasta que en la pantalla veamos la imagen exactamente como la queremos. En mi caso, aquí, en mi estudio, los valores son: ISO 50 y 1/60 de segundo con un smartphone e ISO 50 y 1/80 con otro. Previsiblemente, estos números pueden variar un poco, pero no es el fin del mundo.
Ahora vamos a dar un paso más. Supongamos que ya no es el mediodía, sino que está cayendo el sol. Hay menos luz. Así que o bien tenemos que aumentar la sensibilidad o bajar la velocidad (y casi con entera certeza va a hacer falta un trípode o un punto de apoyo). Con cierta frecuencia, nos veremos obligados a hacer ambas cosas. Pero siempre es mejor buscar un punto de apoyo que aumentar la sensibilidad. Mi mejor consejo es no pasarse de ISO 400 (¿lo dije?). Tal vez haya que exponer durante 2 segundos. Eso es muchísimo tiempo en fotografía, pero recuerden que las fotos pueden sacarse sin tocar el teléfono, mediante el control por voz. Así que con un punto de apoyo o un trípode y pronunciando el comando adecuado, nos evitaremos una foto movida.
Modificando estos valores es posible tomar imágenes que de otro modo saldrían mal o no saldrían del todo, pero hay algo más. Al tomar el control de la cámara, es posible conseguir fotos con una fuerza o un dramatismo que la inteligencia artificial tomaría por un error de exposición. Así, en un atardecer, si aumentamos levemente la velocidad, el contraste entre las últimas luces del sol y las primeras sombras de la noche será mayor y obtendremos una imagen más potente.
¿Por qué prefiero un teléfono que me ofrezca bajas velocidades en lugar de, por ejemplo, 1/24.000 de segundo? Porque salvo casos rarísimos, nunca necesitaremos semejante velocidad, y, a la vez, en muchas ocasiones, tendremos que echar mano de largos tiempos de exposición.
Con los contraluces, el modo manual también ayuda. La inteligencia artificial es realmente muy buena analizando esta situación hoy y se dará cuenta cuál es el sujeto y lo expondrá correctamente, dejando el fondo iluminado sobreexpuesto. Pero más tarde o más temprano chocaremos con una situación en la que solo cambiando el valor de la velocidad lograremos tener al sujeto bien expuesto. En ciertos, casos, como en la foto que se ve abajo, un poco de ajuste manual nos permitirá una imagen mucho más interesante.
El 80% de las veces, el modo automático dará resultados excelentes. Pero un 20% de fotos perdidas es muy frustrante. Esa frustración empieza a terminarse cuando le tomamos el pulso al modo manual. Eventualmente, con una ayudita del editor de imágenes, conseguiremos una foto casi perfecta. Una que nadie creerá (me ocurre a menudo) que fue tomada solo con un celular.