Ni porno ni venganza: abuso sexual basado en imágenes
De Silicon Valley ya nada nos sorprende: que Google, Apple, Facebook y Amazon están haciendo sus propias ciudades, que Elon Musk va a poner en órbita alrededor del Sol a su propio coche, que la inteligencia artificial es más inteligente que un niño pero que, al final, no era tan así. Ahora, se comenta por los pasillos del valle que Facebook quiere que le mandemos nuestras fotos de desnudos.
El propósito de esta iniciativa —por ahora restringida a Australia— es evitar que ciertas imágenes que podrían ser usadas de modo extorsivo circulen por Facebook, Messenger e Instagram. Este sistema permite que una persona que teme por la circulación de sus imágenes íntimas pueda enviárselas a Facebook para que un representante especializado las revise, apruebe y luego genere una suerte de “huella digital” de las mismas. Este identificador luego serviría para impedir que la imagen se suba nuevamente a la plataforma.
La iniciativa de Facebook surge del creciente interés por reducir los casos de lo que se conoce como “revenge porn”, “porno vengativo” o "porno de la venganza", es decir, el registro y/o difusión de imágenes íntimas sin consentimiento. Estos casos fueron aumentando, incluso en nuestro país, a medida que la posibilidad de registrar imágenes y transmitirlas sin esfuerzo fue haciéndose masiva. Pero hay buenos motivos para evitar agruparlos bajo “porno vengativo” y hablar de estos episodios por lo que realmente son: abuso sexual basado en imágenes.
El problema con hablar de “porno vengativo” es que no sólo es impreciso, sino que distrae de lo que realmente sucede, minimizando el daño que se produce. Además, trivializa la experiencia de las víctimas e insinúa que estas hicieron algo que justificara un acto de venganza. Clare McGlynn y Erika Rackley, ambas profesoras de derecho británicas, son quienes proponen adoptar el término “abuso sexual basado en imágenes” con el propósito de ampliar el alcance de la discusión, en tanto no siempre se trata de venganza, ni de porno, ni de la difusión de imágenes, sino que el fenómeno debe abordarse en su complejidad.
Por un lado, hablar de “porno” culpabiliza a la víctima, como si esta hubiera hecho algo incorrecto, sea registrando las imágenes y enviándolas a una persona específica o no haciendo lo suficiente para evitar que, en primer lugar, éstas fueran registradas. Se advierte también que no se trata de “porno”, que implica consentimiento e intencionalidad, sino que muchas veces se trata de imágenes tomadas sin permiso, incluso en la vía pública (como es el caso del “upskirting”). Por otro lado, los motivos para la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento suelen ir más allá de la “venganza”, y muchas veces incluyen la obtención de rédito económico, reputación, o la mera humillación de la persona que figura en ellas.
Hablar de “abuso sexual” para referirse a este fenómeno pone el énfasis en lo abusivo de la práctica, considerando el daño físico y mental que provoca en las víctimas. Esta violación de derechos fundamentales, como lo son la privacidad, la dignidad y la autonomía sexual, fuerza a las víctimas a tener que desconectarse de internet para evitar la agresión a la que pueden ser sujetas, o incluso a tener que mudarse, cambiar de nombre, de colegio, de trabajo, etcétera. En algunos casos el desenlace puede ser fatal.
La violencia sexual y el acoso de las mujeres no son algo nuevo. Tampoco lo son el registro y distribución de imágenes íntimas con el propósito que sea, con o sin consentimiento. Lo que es novedoso es la forma en que la tecnología facilita estas actividades, que muchas veces terminan engendrando nuevas formas de agresión y acoso, en gran medida hacia las mujeres (que son alrededor del 90% de las víctimas). Pero las posibilidades que abre la tecnología también terminan moldeando nuevas prácticas sociales y culturales, que en muchos casos alteran la forma en que la sexualidad es concebida y manifestada. La expresión de la sexualidad a través de imágenes, en vez de ser prohibida, debe ser cuidada.
El “sexting” hace años que dejó de ser novedad y probablemente su práctica sólo crezca en el futuro. Ese es justamente uno de los cambios sociales que la tecnología produjo en relación con la sexualidad. Es por esto que a pesar de los problemas que pueda tener la solución propuesta por Facebook (¿por qué habríamos de confiar más en un empleado de la plataforma antes que en la persona a quien enviamos imágenes?), es una iniciativa en una dirección interesante. En vez de promover la abstinencia de fotos íntimas, lo que se propone es una forma de proteger a las personas que quieran hacer lo que deseen con su cuerpo y las imágenes que tomen de él. Es por ahí, Facebook.
Por eso es que es un buen momento para elevar la complejidad de nuestras discusiones. Puede que hablar de “porno vengativo” haya servido para agitar las aguas y dar la discusión, pero a medida que evolucionan nuestras prácticas sociales y culturales también deben hacerlo nuestras actitudes frente a ellas. Reconocer el abuso es una herramienta para destacar, en oposición, las ideas de respeto y consentimiento que podemos vincular con la expresión de la sexualidad. Como defienden McGlynn y Rackley, nos debemos el desarrollo de una nueva ética sexual, que no sólo inspire mejores marcos de protección legal, sino también mejores campañas de educación y el desarrollo de tecnología que lejos de prohibir la expresión permita el derecho a ejercerla del modo en que se quiera.
Lo más probable es que la iniciativa de Facebook tenga que repensarse por completo, pero su espíritu es el indicado. La solución al problema del abuso sexual basado en imágenes no es el autocontrol, sino la aceptación y la promoción de una realidad social y cultural en la que el respeto, el consentimiento y la dignidad moldeen nuestras interacciones digitales, incluso cuando son atravesadas por la sexualidad.
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