Trabajó con Bernardo Houssay, hicieron una obra de teatro sobre su vida y murió a los 102 años: así vivió Christiane Dosne de Pasqualini, Konex de Honor 2023
Su historia, atravesada por la búsqueda del conocimiento y el compromiso con la salud, es la de gran parte de las ciencias a lo largo del siglo XX. Quién fue esta mujer que vivió 102 años y a la que la Fundación Konex eligió premiar con el Konex de Honor 2023 por su trayectoria como “personalidad de sobresaliente relieve
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Si bien Christiane Dosne nació en París el 9 de febrero de 1920, vivió poco tiempo en Francia: a los 6 años emigró junto con su familia a Canadá. Aunque todavía nadie podía saberlo, las mudanzas serían parte fundamental de su historia. El primer cambio importante, cuando todavía era muy chica, fue el de escuela: “las monjas que daban clases no sabían nada de ciencia y yo quería ser científica, así que me cambié de colegio a otro en el que también me hacían leer la Biblia, pero como si fuera una novela”, recordaría muchos años después.
Cuando tenía apenas 15 años, consiguió una beca para ingresar en la Universidad de McGill, en Montreal, donde se formó con Hans Selye, investigador del estrés. En 1939, con 19 años, ya se había especializado en Bioquímica. Pero una sola carrera no parecía suficiente para su ambición, su pasión por el conocimiento y sus ganas de saber más. Al egresar le ofrecieron un cargo docente, lo que le permitió independizarse y seguir estudiando: mientras trabajaba dando clases, realizó el ingreso a Medicina en la misma universidad.
En esos tiempos, el cupo femenino era de apenas el 10% de la matrícula. En los papeles, claro: en la realidad, eran incluso menos las mujeres que podían acceder a una educación universitaria. De hecho, Dosne fue una de las cuatro mujeres que lograron ingresar sobre un total de 80 estudiantes ese año. La participación real de personas de género femenino en la carrera de Medicina era de solo 5%. De todas maneras, poco tiempo después de ingresar desistió de seguir esa carrera y el 27 de mayo de 1942 se doctoró en Medicina Experimental. Tenía apenas 22 años, y ya había publicado más de 15 trabajos en revistas científicas de prestigio internacional.
De Canadá a Buenos Aires, sin pedir permiso
En marzo de 1942, apenas unos meses antes de doctorarse, Dosne había ganado una beca de la Federación Canadiense de Mujeres Universitarias para trabajar junto a Bernardo Houssay y su equipo. Ni lenta ni perezosa, en julio ya estaba instalada en Buenos Aires, donde se incorporó al Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Lejos de amilanarse por su doble condición de extranjera y mujer en una disciplina repleta de hombres, Christiane se acostumbró rápidamente a la vida en el país. “Los anglosajones son aburridos: acá me encontré con los piropos y, la diversión. Me gustaba vivir en Argentina. Cuando le hablé en lunfardo, Houssay me miró sorprendido y me preguntó: ¿Dónde aprendió eso, señorita?“
Si bien al comienzo de su trabajo siguió la línea de investigación de Houssay, luego se dedicó a realizar sus propios experimentos, lo que muchas veces la llevó a enfrentarse con sus directores. Como cuando Alfredo Pavlovsky, director del Instituto de Investigaciones Hematológicas, le reclamó que no lo hubiera incluido como autor en una publicación, y Dosne le respondió “usted no metió las manos en la masa”. O como cuando le dijeron que no había pedido autorización para realizar un experimento. “Yo vine como investigadora, no como técnica. Si voy a tener que pedir permiso para cada cosa que quiera hacer, mejor me voy”, amenazó Dosne. Y se quedó.
Pero quedarse quieta en un mismo lugar durante mucho tiempo no parecía ser lo suyo: apenas un año después de haber llegado a nuestras pampas, ganó una beca para trabajar en el Departamento de Medicina Experimental en Santiago de Chile, donde permaneció hasta 1944, cuando recibió otra beca para seguir investigando en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale.
Vida profesional, vida familiar
A fines de ese año, entre experimento y experimento, se casó con el endocrinólogo argentino Rodolfo Pasqualini, a quien había conocido durante su estadía en Buenos Aires. Dosne solo puso como condición que el matrimonio y la vida familiar no la obligaran a interrumpir la carrera científica que estaba llevando adelante, como le había pasado a tantas colegas mujeres que al ser madres se habían retirado de la investigación. Su marido aceptó, pero también pidió algo: que la pareja viviera siempre en la Argentina,
Fue así como, apenas después del casamiento, el matrimonio regresó al país y Dosne comenzó a trabajar en el Hospital Militar Central, donde se dedicó a continuar los estudios iniciados en Yale. Más allá de los viajes ocasionales que vendrían, la pareja había vuelto para quedarse y para contribuir fuertemente con su trabajo al sistema científico y de salud de nuestro país.
Acá, además, tuvieron cinco hijos. Cuenta su nieta, Belén Pasqualini (que llevó la vida de su abuela al teatro con el unipersonal Christiane), que la logística familiar estaba construida de tal manera que ninguno de los embarazos ni los vaivenes de la crianza interrumpiera la investigación ni la relación de Dosne con sus amados ratones experimentales. Cada miembro de la pareja estaba cumpliendo su parte del trato.
Trabajar a pesar de los golpes
En 1947, a pedido del doctor Ramón Carrillo, Ministro de Salud Pública del gobierno peronista, Christiane Dosne de Pasqualini colaboró con su marido para montar el Instituto Nacional de Endocrinología. Pasqualini fue nombrado director del espacio, y ambos trabajaron allí hasta el derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955.
Apenas dos años antes, Dosne había dejado su cargo en el Hospital Militar para desarrollar la sección hematología del Instituto Modelo, pero debió recuperar ese puesto tras el golpe de Estado. Mientras tanto, continuaba con su trabajo en el laboratorio de hematología, donde comenzó a investigar sobre la leucemia. Recién pudo abandonar definitivamente su trabajo en el Hospital Militar en 1963, un año después de haber ingresado como investigadora en el recientemente creado Conicet para dedicarse de lleno a la experimentación en la Sección Leucemia Experimental, que dirigiría entre 1970 y 1983.
Para ello, tuvo que llevar adelante una lucha cuerpo a cuerpo con quienes se oponían a la creación de un criadero de ratones. En 1964 lo logró: finalmente, luego de muchos años de insistencia, tenía sujetos experimentales para avanzar en su investigación.
Premios y reconocimientos
En 1973, Dosne fue promovida como investigadora principal de Conicet. Ese mismo año fue nombrada presidenta de la Sociedad Argentina de Inmunología (SAI), y en 1978 se incorporó a la Academia Nacional de Ciencias. Era la primera científica mujer académica de la ANC. Entre 1978 y 1980, fue vicepresidenta de la Asociación Argentina de Microbiología y Secretaria de la Comisión Asesora de Ciencias Médicas del Conicet.
En 1988, participó como una de las representantes argentinas en la reunión El papel de la mujer en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el Tercer Mundo, organizado por la Third World Academy of Sciences, junto a más de 200 mujeres de 63 países en vías de desarrollo. En 1991, por iniciativa del entonces presidente de la Academia Nacional de Medicina, Enrique Viacava, fue incorporada como titular de esa institución. Para entonces, ya llevaba publicados más de 300 trabajos sobre el origen de las células cancerosas y el comportamiento del sistema inmune durante el crecimiento tumoral, además de haber ganado numerosos premios y reconocimientos.
En 2002, fue nombrada investigadora emérita del CONICET. Durante los siguientes años, ya retirada de la investigación, pero no de la vida científica, se dedicó a escribir sus memorias y a compartir algunas de sus pasiones: en 2007 publicó Quise lo que hice. Autobiografía de una investigadora científica; en 2013 Una beca con Houssay. De Canadá a la Academia Nacional de Medicina; y en 2015, En busca de la causa del cáncer.
Dosne murió el 23 de diciembre de 2022, a los 102 años. Como afirmó en sus libros y en las muchas entrevistas que concedió, fue una científica que realmente quiso lo que hizo. “La investigación tiene que ser con vocación, y la vocación consiste en amar lo que se hace. Hay que dejar libres a los científicos, que hagan lo que quieran”, solía repetir a quien tuviera el privilegio de escucharla.
Esta historia forma parte del libro Científicas de Acá. Historias que cambian la historia publicado por TantaAgua Editorial: se puede conseguir en la web del proyecto y en librerías de todo el país.