¿Mamá, qué le pasa a Astro?
Los androides domésticos podrían tener un efecto no deseado del que nadie quiere hablar, empezando por los fabricantes
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Amazon acaba de cruzar un límite muy delicado, al anunciar su primer robot hogareño. “Un Alexa con ruedas”, lo llamó. Y dijo que esto de “anunciar productos que parecen salidos de una novela de ciencia ficción la posiciona como una compañía innovadora”. Sí, puede ser. Pero hay algo que parecen haber pasado por alto. Dos cosas, en rigor. La primera, que la realidad no es una novela. Ese es el motivo por el que tenemos novelas, precisamente. Pero eso es, en el fondo, un asunto menor. En nuevas tecnologías estamos habituados a que ciertos dispositivos y prácticas que hasta hace poco solo se veían en la ciencia ficción se conviertan en cosa cotidiana. Sí, pero, como en todo, hay límites delicados. Lo que me lleva al segundo punto: los chicos.
Por regla general, y quizá como un mecanismo de defensa indispensable, los adultos se olvidan de lo traumáticas que fueron ciertas primeras experiencias, cuando eran niños. Es decir, se olvidan de los niños. Esto es bastante horrible por una larga lista de motivos, pero, entre todos esos está el hecho de que los chicos algún día serán adultos. A todos nos conviene que lleguen allí con su salud mental lo más intacta posible. ¿Y qué tiene que ver Astro, el robot doméstico de Amazon, con todo esto?
Julia
Cualquier progenitor sabe que hay ciertos temas que hay que abordar no solo con mucho cuidado, sino en el momento adecuado. El timing, como se dice, lo es todo. Uno de esos temas es la muerte.
Si hacen un poco de memoria, es muy probable que recuerden cuándo y cómo se enteraron de esta cuestión. Puede haber sido el fallecimiento de un familiar, pero también (y con no poca frecuencia) nos anoticiamos de que la vida tiene un final llamado muerte con las mascotas. En mi caso, la experiencia fue lo bastante dura como para que recuerde que la perra Julia, mi favorita de mi infancia, la que me acompañaba todo el día y me cuidaba con un celo inquebrantable, murió un martes. Yo tenía ocho años, pero todavía recuerdo qué día de la semana ocurrió.
Así que, aun cuando estoy caso seguro de que la idea que voy a plantear aquí podría ser subestimada con cierta facilidad, hay algo innegablemente delicado en el abordaje del tema de la muerte en la infancia. Entran en escena los robots y, en particular, el robot doméstico de Amazon, Astro.
Me emocioné
Al revés de lo que ocurre con cualquier otra máquina, un robot con ciertos rasgos humanoides (léase, cierta expresividad emocional) no se descompone y nada más. Para el adulto, aún cuando esta sensación sea leve y muy abstracta, el autómata ha dejado de existir de un modo diferente de un televisor, una licuadora o un parlante inteligente. O la notebook, para el caso. Nos quejaremos amargamente (es decir, recitaremos varios versículos profanos) si el smartphone o el auto nos dejan de a pie. Pero con los autómatas, incluso con aquellos que carecen de toda expresión emocional, como una aspiradora robótica, la queja dará lugar más bien a un lamento.
Los fabricantes incentivan esto. Dije que las aspiradoras carecen de comunicación emocional. No es del todo cierto. Cuando se atasca y necesita ayuda, Roomba produce una cadencia triste, mientras que al terminar el trabajo y volver a la base propaga un clarín triunfal de lo más elocuente.
Para los chicos las cosas podrían no ser tan simples como para los adultos, llegado el caso de que adoptáramos un robot como Astro. En este caso, el vínculo emocional es mucho más fuerte: expresa emociones mediante su pantalla y, por supuesto, sonidos peligrosamente cercanos a los de Arturito. ¿Qué pasaría si a Astro se le diera por descomponerse? Aquí se abren dos opciones, ninguna buena.
Una, que el chico asuma la falla del robot como una forma de deceso. No va a sentir que “simplemente, se rompió la Play”; eso es prácticamente seguro. No cancela la idea de tener un Astro (más allá del precio, desde luego; unos 1450 dólares en Estados Unidos), pero su adquisición debería ser asumida de la misma forma que cuando adoptamos una mascota para un hijo. Sabemos que en ese vínculo se esconde también un día o varios días de sufrimiento, y que ese sufrimiento es necesario para crecer. Si es muy precoz, tal vez cause daño. Si no, de todos modos necesitará asistencia.
Dos, que el chico incorpore una idea equivocada (y a mi juicio muy patológica) de la muerte. Un poco como pasa en los jueguitos, donde, al final, siempre resucitás o empezás otra partida. Y lo que la muerte nos enseña, cuando la enfrentamos por primera vez, es que todo lo que tiene un principio tiene un final.