Los verdaderos peligros de exponerse a la moda de FaceApp
Desde el fin de semana pasado se viene hablando mucho de ya saben qué. Correcto, FaceApp. Por si no saben de qué se trata (posible, pero improbable), este programa para móviles toma una foto de tu rostro y, luego, la envejece o le cambia el sexo. Entre otras cosas.
No es la única que ha propuesto esta, digamos, diversión. Pero así como empezó a viralizarse (es la más bajada en la Argentina y en otros 50 países), empezaron las preguntas acerca de cuán segura era la app. La gente de Avast la investigó por medio de su plataforma Apklab (no es de acceso libre) y determinó que:
- No hay permisos sospechosos en la última versión de la aplicación que se puede encontrar en Google Play
- La comunicación de la aplicación con su servidor principal es segura
- No parece que la aplicación esté enviando datos sospechosos a través de la conexión
Está muy bien, pero la preocupación de seguridad más relevante no aparece en el comunicado de Avast. La cuestión es qué piensan hacer los desarrolladores de FaceApp con esa gigantesca base de datos biométricos (fue instalada y casi seguramente usada al menos una vez por más de 150 millones de usuarios, solo en Android) y si tales datos están asociados a la identidad de sus usuarios. Se los pregunté, y el Jefe de Inteligencia y Seguridad de Amenazas Móviles de Avast, Nikolaos Chrysaidos, respondió: "Los usuarios siempre deben prestar atención y conocer las políticas de privacidad de los servicios que utilizan. En este caso, la aplicación requiere acceso a las fotos para funcionar. Los usuarios deben considerar quién es el desarrollador de la aplicación y los datos que están compartiendo, teniendo en cuenta que pierden el control sobre sus datos una vez que los transmiten a una empresa."
En otras palabras, no saben. Lo que es más grave, Avast (o cualquier otra compañía, da lo mismo) no puede saberlo. En estos asuntos estamos limitados a confiar en la palabra de los desarrolladores. Según informó FaceApp, frente a la inquietud que causó su súbita popularidad, los datos se almacenan en AWS (los servicios Web de Amazon) y se borran a las 48 horas, aunque el comunicado es vago respecto de cuáles contenidos se eliminan. Aseguran, asimismo, que no venden los datos a terceros. ¿Un Estado podría considerarse un tercero? ¿Vender una red neuronal entrenada con este vasto data set no equivale a vender nuestros datos?
En los hechos, la app no pide acceder a la identificación del teléfono y no requiere registrarse. Con todo, y como digo siempre, si sabe o no de quiénes son las fotos que se suben a su nube y qué se hace con esos datos es un proceso opaco. Todo en estas maquinarias es opaco.
Gandalf y Tolstoi
Sin embargo, creo que se puede mirar un poco más profundamente en los peligros de FaceApp en particular y de ciertos usos de la inteligencia artificial en general (la app usa redes neuronales, según sus desarrolladores). Para explicarme, contaré una historia.
Cuando tenía unos 24 años, hice lo mismo que FaceApp. Solo que con lápiz y papel. En esa época todavía pintaba mucho y me retraté con, digamos, 75 años. Salió algo bastante parecido a Gandalf o a Tolstoi, con lo que mi anticipación falló por completo. No me imaginé que a los 40 ya estaría casi calvo. No es super relevante, pero el hecho es que durante unos cuantos años mi proyección del porvenir estuvo asociada a una imagen que no tiene nada que ver con mi aspecto actual.
Así que el primero de los riesgos de FaceApp, aunque el menos importante, es el de mostrarte un futuro que podría no llegar nunca. No sé cuánto puede afectar eso ciertas decisiones.
¿Seguro querés saberlo de antemano?
El segundo riesgo es mucho mayor, y se parece un poco (un poco, pero se parece) a la tentación de saber la fecha en la que vas a morir. Sí, es un hecho, todos envejecemos con el paso del tiempo. Ahora, ¿qué necesidad hay de verte con más edad de antemano? Buena parte del éxito de FaceApp se debió a esta peligrosa tentación. El problema es que una vez que ves esa foto debe ser muy difícil sacártela de la cabeza. No lo sé, porque no pienso caer en esa trampa. Pero varios colegas me mostraron los resultados, y gracias, paso.
Arrugas, canas y redes neuronales
Mi tercera crítica es que FaceApp banaliza la edad. Les voy a contar a los más jóvenes un secreto. Nadie se siente de cierta edad (8 u 80, no importa). A medida que avanzamos en la vida el espejo es el único que nos sorprende con la novedad de que ya no nos vemos (insisto, no nos vemos) lozanos. Si somos jóvenes por dentro, como suele ser el caso, solo percibimos mejoras. ¿Algunos achaques? Puede ser. ¿Algunos ejercicios cuestan más? ¿Necesitamos lentes para ver de cerca? Sí, todo es es cierto, y son puras tonterías. Si vivimos intensamente, entonces los años traen más confianza en nosotros mismos, experiencia, calma, prioridades más inteligentes y la dicha incomparable de cosechar lo que sembramos con tanto esfuerzo durante los años mozos. Me atrevo a decir que, si uno ha vivido bien, desde el punto de vista espiritual e intelectual, de grande puede ser más joven que los jóvenes. Con los años aprendemos a reírnos de nosotros mismos; nos despojamos de prejuicios; hemos sufrido y por lo tanto nos volvemos más compasivos; valoramos muchas más cosas que no son cosas, y entendimos por fin que hacer el bien a los otros es nuestra principal misión en esta vida.
Se me dirá que las canas no mejoran a un canalla. Precisamente por eso sostengo que FaceApp banaliza el paso de los años. Porque los años no pasan y nada más. La edad no está en las arrugas y en las canas. La app es casi obscena al estandarizar un modelo de vejez vaciado de lo que significa (en la expresión, la mirada, la actitud) vivir la vida, haber vivido nuestra vida en particular. Que se sepa, las redes neuronales no pueden anticipar los avatares de cada existencia individual.
Es cierto, con el tiempo, si se nos es concedido, llegará, inexorable, la decrepitud. Nadie quiere eso, pero una vida bien vivida nos prepara para comprender que el no ser eternos es lo único que le otorga sentido a nuestro paso por este mundo.
Cuarenta y dos millones
Se me dirá también que lo de FaceApp es solo un juego inocente. ¿Seguro? ¿Jugarían a esto, si estuvieran en medio de la crisis de los 40? Ya no es igual de gracioso, ¿no? Esperen, ¿y si les pasa como a una amiga mía que tiene 60 y esta app la convirtió en una mujer de 90? Ella y varias de sus amigas de entre 60 y 70 se quedaron realmente mal después de ver esas imágenes. Porque era ella, pero al mismo tiempo no lo era, y no lo era porque nadie se siente como se ve. Pero, sobre todo, porque FaceApp es incapaz de proporcionarnos la sensación del paso del tiempo, de haber vivido y experimentado emociones, que es lo que en realidad significa la edad. O sea, era ella, pero todavía no lo era. Ese todavía es clave.
Una cosa más. Una persona de edad no es una foto. Esto deshumaniza a nuestros mayores. Una persona de edad es una persona. No una foto. ¿No tiene abuelos esta gente?
Dicho sea de paso, la app no hace ninguna advertencia acerca de que la imagen que va a producir podría afectarnos mucho. Tal vez figure en los Términos y Condiciones. No lo sé. Dejé de leerlos hace mucho; no tengo tanto tiempo. Muchachos, escriban más corto y más claro.
En la adolescencia leí De Senectute (Acerca de la vejez; el título completo es Cato Maior De Senectute), de Cicerón, y recuerdo que entendí las palabras, pero no pude comprender bien de qué me estaba hablando. Lógico, hacía falta vivir para captarlo. Una prueba muy simple explicará esta cuestión, que es una de las más tenebrosas de FaceApp.
Los años duran 365 días. Es decir, unos 31 millones de segundos. FaceApp tarda alrededor de 15 segundos en avanzar tu retrato, digamos, veinte años. O sea que tu consciencia deberá aceptar esa imagen 42 millones de veces más rápido que en el mundo real. Eso puede ser muy fuerte, porque nuestras mentes solo están preparadas para asumir (los cambios de aspecto físico que trae) la edad al ritmo de un día por día. Un año por año.
La inteligencia artificial no percibe el paso del tiempo, no envejece, ignora que sus días en el mundo están contados. El resultado termina siendo a la vez cruel y banal y, lo que más me preocupa, contribuye a ahondar el serio prejuicio contra la pérdida de la lozanía, contra el ya no verse joven, que exhibe nuestra cultura.