Linux cumple 30 años el miércoles
Hoy está en todos los teléfonos con Android y lo utilizan desde Google y Facebook hasta la Bolsa de Nueva York, ¿pero cuáles son tus recuerdos de cuando empezaste a usarlo?
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El miércoles que viene Linux cumplirá 30 años. Dicho así, da la impresión de que alguien se levantó una mañana e hizo algo ese día con el propósito consciente y manifiesto de desarrollar un sistema operativo que competiría con el de Microsoft (un gigante entonces y también ahora). Pero de ninguna manera fue así; es más, Linus Torvalds no escribió todo el sistema operativo, sino solo el núcleo. Quienes quieran conocer los pormenores de ese día que hoy es una efemérides (el 25 de agosto de 1991), relatados por el propio Torvalds, pueden leer el reportaje que le hice en 2016, cuando se cumplieron 25 años de lo que se estableció como el nacimiento de Linux.
Con esa entrevista celebramos los 25 años del sistema operativo de software libre, y desde hace varias semanas vengo dándole vueltas al tema de cómo festejar los 30. ¿Hay algo que no hayamos dicho? Desde como se gestó (algo que trasciende por mucho a Torvalds) hasta quiénes utilizan este sistema (Facebook, Google, IBM e incluso Microsoft, por citar un puñado), así como las reseñas de la más popular de las distribuciones de Linux, Ubuntu, hemos dado cuenta de todo. O eso creía.
Estaba en tal brainstorming mental cuando recordé algunos mensajes airados que recibí en estos más o menos 25 años de cubrir el fenómeno Linux. Soy consciente de que este sistema puede resultar muy frustrante para los no iniciados, y es por eso que no pudo ni siquiera mellar la participación que Windows tiene en el mercado de las computadoras hogareñas y de profesionales independientes. Sin embargo, para muchos de nosotros, el software libre fue una de las experiencias que más nos enseñaron sobre computación, y eso, en medio de una revolución tecnológica, social y cultural como no se veía desde la imprenta de tipos móviles no es poca cosa.
En todo caso, me di cuenta de que ahí había una veta que nunca habíamos visitado. Sí, es cierto, al principio Linux impone un esfuerzo mayor que el ecosistema Windows (y ni hablar de macOS), ¿pero entonces por qué algunos insistimos en usarlo? Además, un cuarto de siglo atrás, como se verá enseguida, la curva de aprendizaje de este sistema hacía que la escalada libre pareciera un picnic de primavera. Y sin embargo, no bajamos los brazos. ¿Por qué?
Al haber cubierto este tema durante tantos años, también leí muchas de las historias de los que se le animaron tempranamente a Linux. Se me ocurre, por lo tanto, que una buena forma de celebrar estos 30 años es recordando aquellos inicios, accidentados las mayoría de las veces, y sobre todo las razones por las que insistimos hasta que el software libre dejó de ser un experimento de fin de semana y se convirtió en lo que usábamos para trabajar todos los días.
Una nave, pero sin combustible
Antes de que apareciera Windows 95, si tenías una computadora de 32 bits (y eso era lo más probable, lo supieras o no), estabas obligado a usarla con esa cosa horrenda llamada Windows 3.1, que Microsoft lanzó para ir ganando tiempo mientras desarrollaba algo apto para 32 bits, pero sin sacrificar la montaña de software de 16 bits que existía por entonces en el mercado. Podías ir por Windows NT, pero era costoso y posiblemente no funcionara en tu máquina; y casi seguro el software que usabas para trabajar no iba a ser compatible con NT (dicho sea de paso, NT es el tatarabuelo de Windows 10). Para los mercados tecnológicos marginales, como el argentino, incluso Windows 95, que saldría en agosto de 1995, iba a imponer un costo demasiado elevado al principio.
Es una historia larga y algo complicada, pero en resumidas cuentas, tenías una Ferrari, pero en las estaciones de servicio solo te vendían gasoil. En algún momento, IBM me hizo llegar una copia de OS/2 3.0, mejor conocido como Warp, un sistema de 32 bits que habría competido bien contra Windows 95, solo que Bill Gates fue lo bastante astuto para esperar a que se abrieran dos fábricas de memorias en Estados Unidos, lo que hizo que el costo de la RAM descendiera a valores razonables. El OS/2 requería como mínimo 4 MB de RAM (lo mismo que Windows 95), y era pasable con esa cantidad de memoria (al revés que Windows 95, que sin 8 mega no iba a ninguna parte). Antes de que el precio de la memoria empezara a bajar, cada megabyte costaba mas o menos 100 dólares. Cuatrocientos dólares en RAM era demasiado.
En cualquier caso, IBM no le puso mucha garra, posiblemente porque OS/2 no estaba alineado con la reinvención que la compañía había puesto en marcha luego del desastroso año fiscal de 1993. Llegó a salir la versión 4 de OS/2, que también probé, y la última fue la 4.52, de 2001. En 2006, lo dieron de baja. Hoy existe un descendiente poco conocido, Arca OS.
Así que esa era la situación: tenía una máquina de 32 bits, pero ningún sistema operativo decente y accesible para hacerla andar. No lo sabía, pero era el mismo dilema con el que cinco años antes se había topado Linus Torvalds. Por mi parte, venía usando OS/2, a pesar de que tenía el pálpito de que el proyecto no era prioritario para IBM. Entonces me enteré de Linux y de esa idea loca del software libre. Me enteré, dicho sea de paso, gracias a Internet, que acababa de llegar a la Argentina.
Pero todavía carecía de sentido bajarse todo un sistema operativo de la Red, de modo que compré un pack de discos compactos donde venían varias distribuciones de Linux. Se llamaba InfoMagic, y lo tengo aquí ahora. La fecha de la edición es abril de 1996. Así que al menos 8 meses después de su salida, todavía no contaba con el hardware para instalar Windows 95.
De esa forma, en gran medida por curiosidad, pero también por necesidad, me atreví a seguir las instrucciones para instalar alguna de las distribuciones de Linux que traía el pack de InfoMagic. ¿Quieren anotar? Red Hat 3.0.3; Slackware 3.0, y Debian 0.99R6, el código fuente, el sistema de ventanas XWindow y toneladas de documentación en inglés, que con el tiempo tuve que imprimir y leer. Terminó siendo una pila de varias resmas así de alta.
Es obvio que 25 años después los detalles se me han borrado, pero recuerdo perfectamente dos cosas. Primero, que no fue fácil. Por ejemplo, en esa época, y durante al menos los siguientes 8 o 10 años, no te bajabas un programa y le dabas doble clic para instalarlo. Nada de eso. Descargabas el código fuente y lo compilabas para obtener los ejecutables y demás. A veces funcionaba de una. A veces, no y arrojaba varias clases de errores, que había que rastrear y resolver. Como a todos los demás veteranos del software libre, estos comandos no solo todavía me despiertan cierta añoranza, sino que no se me han olvidado, pese a los años:
./configure
make
make install
O, lo que era muchísimo más canchero:
./configure && make && make install
Más aun, de entrada fue necesario que aprendiera el lenguaje C, porque a veces había que editar el código fuente para que un programa o un periférico funcionaran. En particular XFree86 (la implementación de XWindow de la época) me enseñó tanto código como tenacidad. Diré más, pasó bastante tiempo antes de que pudiera usar Linux con un Escritorio y ventanas. Pero eso no era tan grave como parece hoy. Casi todos veníamos de usar el DOS con la interfaz basada en caracteres. Lo preferíamos, en muchos casos, a Windows 3.1.
Y ahí está el segundo recuerdo claro y distinto: la sensación de logro cuando conseguías que algo funcionara. Era una emoción que poco a poco se iba diluyendo, quince años después del nacimiento de la PC, a pesar de que había sido esencial para motorizar la revolución digital en sus inicios. La Altair 8800, de Ed Roberts y Bill Yates, y la Apple I, de Steve Wozniak, fueron dos de las chispas que iniciaron todo esto.
De todo, sin embargo, había algo que era lo que más me mantenía persistiendo: mi pasión innegociable por la libertad. Podía ser rústico, podía dar trabajo, podía no tener las butacas más cómodas del mundo, pero el software libre no me imponía condiciones. Con esos programas (no solo Linux, sino mucho más, como el procesador de textos que estoy usando para escribir esta columna) podía hacer lo que se me diera la gana sin rendirle cuentas a nadie. Parece un pataleo rebelde e insustancial, pero es al revés. Innovar sin pedir permiso está en la base de todo progreso humano, y no solo técnico.
Con el tiempo, aprendí algo más. Al estar disponible el código fuente, uno podía saber si un software escondía algo. Hoy es menos frecuente que uno compile el código, pero las fuentes siempre están disponibles, y el que quiere puede seguir configurando y compilando como antes. No es mala idea, además.
Treinta años es un pestañeo en términos históricos, es una eternidad en tecnología y es una parte significativa de la vida de una persona. Sé que muchos se sienten identificados al leer estas líneas y recuerdan sus primeros pasos, tropiezos y triunfos con Linux. Me encantaría leerlos, porque, vamos, contar anécdotas es una de las mejores formas de celebrar.