Las crónicas árabes de Silicon Valley
Todos los cuentos tienen un héroe que viene a salvar el día. Con su rayo modernizador, el príncipe heredero del Reino de Arabia Saudita irrumpió en la escena pública prometiendo sacar a su pueblo de un pasado retrógrado. Pero aunque en el camino haya logrado seducir a medio Silicon Valley, la muerte del periodistaJamal Khashoggi es una oportunidad para denunciar la verdadera naturaleza de uno de los regímenes totalitarios más cruentos del mundo.
Hace algunas semanas el escritor Anand Giridharadas señalaba en una columna en el New York Times que las empresas de tecnología ya no pueden mirar para otro lado cuando se trata de Arabia Saudita. Uber, WeWork, Slack, Tesla (y su competencia, Lucid Motors), Lyft, Snap, entre otras, deben en gran parte su crecimiento a un insospechado benefactor: el mismísimo Reino de Arabia Saudita. En particular, a Mohámed bin Salmán, su príncipe heredero.
Desde hace un par de años que a Occidente se le iluminan los ojos cuando se menciona a bin Salmán, o MBS, como le gusta que lo llamen. En un extenso perfil publicado en Bloomberg en 2016 se lo celebraba junto a sus planes por modernizar el Reino. Su ascenso al poder, luego de un comienzo accidentado, se debió a la convicción compartida tanto por MBS como por el rey Abdalá de que Arabia Saudita debía cambiar fundamentalmente o ser olvidada por un mundo que quiere dejar al petróleo en el pasado.
El ascenso del príncipe
Dos años estuvo MBS planeando cómo reestructurar el gobierno de Arabia Saudita y su economía en torno a los "diferentes sueños" de su generación en un futuro post-petróleo. Apenas su padre y actual rey Salmán bin Abdulaziz llegó al trono, le otorgó a MBS una serie de poderes sin precedentes, mayores incluso que los que tenía el príncipe heredero: quedó a cargo del petróleo del reino, su rama inversora, la política económica y el ministerio de defensa.
El día de su asunción MBS dio ocho horas de entrevistas dando la impresión de que su perfil era el de alguien, si se me permite, disruptivo. Alguien que "trata de emular a Steve Jobs, da crédito a los videojuegos como fuente de ingenio, y trabaja 16 horas por día en una tierra a la que recursos no le faltan".
En 2015 el Reino atravesó uno de sus mayores sustos en tiempos recientes. Sus reservas internacionales enfrentaban un déficit de 200 mil millones de dólares e insinuaban un futuro en el que el petróleo ya no permitía pagar las cuentas: 90 por ciento del presupuesto, casi todo el ingreso de divisas y casi la mitad de su PBI dependían de él. Con la caída del precio del petróleo podía avecinarse la caída del mismísimo reino.
Así fue como surgió el programa Visión 2030: un ambicioso plan para reducir la dependencia en el petróleo, diversificar la economía y mejorar la oferta en salud, educación, infraestructura y turismo. Si bien Arabia Saudita busca esta independencia al menos desde los años 70, la iniciativa, presentada por MBS en abril de 2016, es la primera que para lograrlo propone la venta del 5% de Aramco, la empresa estatal de petróleo y gas, con el objetivo de expandir el Fondo de Inversión Pública saudita hasta alcanzar los 2 billones de dólares en activos, suficiente para comprar Apple, Google, y un puñado de empresas más, convirtiéndose en el fondo soberano más grande del mundo.
El príncipe reformista
Si de señales se trata, MBS se dedicó a enviarlas en todas las direcciones. Siguiendo el mito del dictador reformista, se hizo famoso por reducir la corrupción, impulsar el permiso para que las mujeres pudieran manejar y prometer una ciudad operada por robots.
Cabe agregar que en el primer caso el método fue encerrar a los acusados de corrupción durante meses en un hotel y someterlos a tortura, y entre los motivos para permitir manejar a las mujeres, dignos del siglo XXI, se señaló que"si en la época del profeta Mahoma las mujeres podían andar en camello, quizá era tiempo de que las mujeres puedan andar en autos, la versión moderna de los camellos". Esa modernización sí que puede verse.
Pero con señales no alcanza. Como señala Giridharadas, todos estos artilugios para seducir a Occidente por parte de Arabia Saudita vienen de largo, en gran parte para que olvidemos lo que realmente es: "una teocracia medieval que aún hoy hace ejecuciones con espada", mientras en sus centros comerciales se planea ofrecer pistas de esquí con 36°C afuera.
Los encantos del príncipe
Mucho antes de la desaparición de Jamal Khashoggi en el consulado saudita en Estambul, al Reino se lo tildó de ser "un ISIS pero exitoso", que logró evitar la persecución y castigos de parte de la ONU en gran medida por la dependencia de su petróleo y su excesivamente cercana relación con Washington. Si bien Trump de ningún modo es el primer presidente estadounidense que cobija al Reino frente al mundo, en su reacción a la muerte de Khashoggi la señal que está dando es que los ingresos por la venta de armas pesan mucho más que la violación sistemática de derechos humanos y la persecución estatal a voces disidentes.
Pero tampoco Trump es el único que cayó ante los encantos del príncipe y sus camellos llenos de regalos. Posando su mirada en Silicon Valley, MBS corrió la atención que históricamente había puesto el Reino en Wall Street hacia las empresas de tecnología.
Si hace dos años preguntábamos quién era la persona más influyente en Silicon Valley, la respuesta hubiera sido fácilmente un Jeff Bezos (Amazon), un Mark Zuckerberg (Facebook) o incluso un Jack Ma (Alibaba). Pero como señalaba The Economist hace unos meses, el jugador más picante hoy por hoy es Masayoshi Son, el fundador de la firma japonesa SoftBank.
Son es quien forjó la alianza con MBS en 2016 para fundar el Vision Fund, un fondo de inversión en el que los sauditas aportaron casi la mitad de los 100 mil millones de dólares de capital. Este valor excedía los 64 mil millones de dólares que todos los fondos de inversión de riesgo del mundo sumaron en 2016. Luego del aporte saudita se sumaron Apple, Foxconn, Qualcomm y Oracle. Se calcula que Vision Fund es hoy el principal inversor en Uber, además de una larga lista en la que se encuentra Nvidia, WeWork, y Slack.
Cuando todas estas empresas de tecnología se jactan de hacer al mundo un lugar mejor, quizá ameritaría agregar un asterisco: "con dinero proveniente del Reino de Arabia Saudita, monarquía teocrática absolutista responsable de asesinar disidentes políticos, financiar terroristas, bombardear poblaciones civiles, oprimir mujeres y minorías religiosas, promover la versión tóxica del Islam que inspira a grupos fundamentalistas y comprar a medio mundo para obtener el visto bueno de sus atrocidades". Es cierto que dependiendo del tamaño de la tipografía una aclaración como esta podría no quedar bien en los folletos de sus productos.
El Davos en el desierto
A pesar de estar hasta el cuello con Arabia Saudita, varias de las figuras de dichas empresas optaron por no participar del encuentro anual Future Investment Initiative, el "Davos en el desierto". Este evento—que hace un año nos daba el patético espectáculo de la robot Sophia —constituye un fuerte ejemplo del deseo de MBS de posicionar a Arabia Saudita en el tablero internacional de la innovación, el futuro, los robots, y todas esas cosas.
Ejecutivos de Ford, Google, y JPMorgan Chase, entre otros, se bajaron y ni el CEO de Uber, que se benefició con 3,5 mil millones de inversión de Arabia Saudita, mantuvo su participación. Poco antes Richard Branson, que recibiría dinero para su empresa de viajes espaciales, renunció a la dirección de dos proyectos turísticos cerca del Mar Rojo y detuvo otras posibles inversiones de parte del fondo saudita.
Incluso Neom, la ciudad del futuro saudita con la que el príncipe encandiló a Travis Kalanick (ex CEO de Uber), Sam Altman (presidente de Y Combinator) y al jefe de diseño de Apple, Jony Ive, podría estar en problemas, aunque por ahora el único que se distanció públicamente fue Altman.
El costo del silencio
A medida que las inversiones en tecnología del Reino de Arabia Saudita aumentan, el riesgo está en que con esto compren silencio alrededor del mundo. Ya cuando el Congreso estadounidense apañó durante casi 15 años los lazos del Reino con los terroristas responsables del 11 de septiembre quedó en evidencia que ni tamaña tragedia podía hacerle frente a la complicidad gubernamental. Como señala Giridharadas, al inmiscuirse Arabia Saudita en las empresas responsables de nuestras comodidades tecnológicas de algún modo nos volvemos cómplices también de sus atrocidades.
No es necesariamente malo que la retórica de Silicon Valley sea la de "hacer el mundo un lugar mejor". A lo sumo el problema está en qué tan consecuente se es de aquel deseo. Por más improbable que sea, quizá el repudio internacional al Reino de Arabia Saudita pueda ser un primer paso hacia el rechazo de inversiones en consideración de sus orígenes.
Del mismo modo que cobró empuje la idea de "inversiones éticas", preocupadas por el destino del dinero, por ejemplo priorizando energía renovable sobre otras opciones, quizá Silicon Valley pueda reorientar su brújula moral y aprender a decir no, aquella habilidad de la que sus ejecutivos se jactan, frente al dinero de fondos de inversión irremediablemente manchados con sangre.
En su última columna, publicada luego de haberse confirmado su muerte, Jamal Khashoggi expresó una potente defensa de la libertad de expresión. Entre sus líneas señaló que el mundo árabe está profundamente desinformado y esto le impide a sus ciudadanos ser libres: mientras el relato oficial sea el único que exista, el mundo árabe no podrá ser libre. En el resto del mundo no tenemos esa excusa. Silicon Valley no tiene esa excusa. No se puede dejar de saber lo que ya sabemos; lo que se sabe hace décadas.
Así como la bravura de Jamal Khashoggi y su incansable lucha por la verdad marcaron su postura ante las injusticias, ojalá su muerte sea la raya que el Reino de Arabia Saudita tuvo que cruzar para que Silicon Valley le haga honor a sus gastados eslóganes y quizá esta vez sí haga del mundo un lugar mejor.