Las contradicciones de un maestro de go
Por primera vez una computadora consiguió superar a un campeón en este milenario y complejo juego; no se esperaba un logro así hasta dentro de una década
Por alguna extraña alineación planetaria en estos días se produjeron varios hechos conectados con la inteligencia artificial. Por un lado, el 24 de enero falleció, a los 88 años, el gran Marvin Minsky, autor de la Sociedad de la Mente, una obra que leí mediando mis veinte y que me causó una gran conmoción. Por primera vez, alguien osaba desarmar la delicada maquinaria del pensamiento. Para mí, resultó una revelación, y para la ciencia de la inteligencia artificial, una obra fundacional.
El segundo hecho es un aniversario: el miércoles se cumplirán 2 décadas de la primera vez que una máquina le ganó una partida de ajedrez a un campeón mundial en un juego de ritmo clásico. El 10 de febrero de 1996, Deep Blue, una tecnología desarrollada en la Universidad de Carnegie Mellon cuyo equipo fue contratado luego por IBM, le ganó la primera de las seis partidas del match a Gari Kasparov.
Deep Blue perdió el match (que ganaría al año siguiente, convirtiéndose en campeón mundial), pero esa primera derrota fue una bofetada. En un juego que simboliza nuestro talento intelectual, una máquina le había ganado al campeón humano. La noticia desató las más variadas reacciones. Mi opinión, en aquella época –sigue siendo más o menos la misma–, es que el encuentro era injusto, si no absurdo. No sólo porque los gestores de Deep Blue habían tenido la posibilidad de estudiar todas las partidas previas de Kasparov, mientras que el campeón del mundo no había disfrutado de esa ventaja, no sólo porque se le había permitido a IBM reprogramar la máquina entre las partidas, sino, y mucho más importante, porque esa bestia, en la versión de 1996, era capaz de calcular 100 millones de posiciones en el tablero a cada segundo. Una pulseada con Terminator habría sido más equitativa, si me lo preguntan.
Pero hubo algo más, que también dejé asentado en alguna columna: Deep Blue nunca supo que había ganado. A la fuerza bruta de los chips se le vino a sumar la mente más gélida imaginable, y también la más hueca. Para esa computadora jugar al ajedrez con el campeón del mundo era exactamente igual que calcular decimales de Pi o resolver la raíz cuadrada de 1.
El tercer hecho ocurrió en octubre último, aunque se dio a conocer el 27 de enero. Un software llamado AlphaGo le ganó cinco partidas consecutivas al tres veces campeón europeo de go, Fan Hui. Se usó un tablero completo, de 19 por 19 casilleros, y el triunfo de AlphaGo es notable, porque el go es un juego muy diferente del ajedrez. Aunque desde el punto de vista del cálculo constituye un desafío, por el descomunal número de movidas posibles, ésta no es la destreza más importante. El juicio y el equilibrio son las claves del juego. Como los creadores de AlphaGo afirman con insistencia, el go es un juego altamente intuitivo. Hasta ahora, las computadoras habían sido incapaces de simular estas escurridizas habilidades humanas.
Por eso, el éxito de AlphaGo contra un maestro de go constituye un hito para la investigación en inteligencia artificial. Se esperaba que todavía tardaríamos una década en programar un software capaz de esta proeza.
El primer partido de Go entre AlphaGo y Fan Hui
Excede esta columna analizar el método utilizado por AlphaGo para decidir sus movidas. Algunas, como la de jugar varias posibles partidas hasta el final en su mente artificial, están lejos de ser humanas, lo que es muy interesante. Las dos redes neuronales usadas por el software están diseñadas de forma semejante al cerebro orgánico, pero hacen cosas imposibles para las personas. Por ejemplo, consultar una base de datos con millones de tableros de go para predecir la siguiente movida. Aquí, un video de DeepMind, la subsidiaria de Alphabet (es decir, Google) que creó AlphaGo, sobre por qué y cómo crearon el programa. Entusiasmados por el triunfo, acaban de desafiar a Lee Sedol, el mejor jugador de go del mundo, a enfrentarse con la máquina, con un premio de 1 millón de dólares. Sedol recogió el guante. Será un match de 5 partidas entre el 9 y el 15 de marzo, en Seúl, Corea.
Intuición versus fuerza bruta
Sólo conozco los rudimentos del go, pero lo encuentro fascinante. De hecho, es la primera vez que me apasiono por un juego de tablero. Por eso, tengo la impresión de que algunas interpretaciones sobre el logro de AlphaGo son también preocupantes. Como en 1996, se confunden las cosas.
Fan Hui fue vencido erradicando de la ecuación la esencia del go. La máquina ganó las partidas, pero nunca jugó al go. No hubo juicio, equilibro ni intuición en la estrategia de la inteligencia artificial. Con técnicas más sofisticadas que las de DeepBlue, la computadora apabulló al humano con su descomunal poder de cómputo, ejercitado con frialdad impasible e implacable. DeepMind intenta, en el video citado arriba, esbozar la idea de que la forma de pensar de AlphaGo se parece a la humana. Luego, hacia el final, reconocen que las personas no somos capaces de ejercer esas técnicas con la misma precisión y sin cansarnos. Un ejemplo es brutalmente gráfico: un profesional quizás juegue mil partidas por año. AlphaGo puede jugar varios millones de partidas por día.
Ni el go ni el ajedrez se tratan de fuerza bruta. O, para ser justos con DeepMind, ni el go ni el ajedrez entre humanos se tratan de fuerza bruta.
Mi mejor consejo es que dejen de enfrentar a humanos con máquinas y que se limiten a enfrentar máquinas con máquinas, como en Real Steel. Pero no, la única forma que parece tener la inteligencia artificial de probar su progreso es comparándose con la humana. Es comprensible, pero esta comparación es inválida.
Los dos lados de la mente
El hecho de que la máquina y el humano hayan jugado con el tablero, las fichas y las reglas del go no significa que ambos hayan jugado el mismo juego. El tablero, las fichas y las reglas son sólo la mitad de la historia. La otra mitad es lo que ocurre en la mente de los participantes.
En ese sentido, Fan Hui y Gari Kasparov se sentaron ante sus rivales cibernéticos en evidente desventaja. Ambos eran conscientes de que se enfrentaban a un poder de cómputo inconcebible y, en buena medida, incomprensible. Ambos eran conscientes de que, si perdían, toda una vida de estudio y sacrificio se volatilizaría en un titular previsible y vano. Para mi paladar, hay algo de circo romano en esta clase de encuentros. Es como ver si el pobre gladiador logrará vencer al león. Y no, la inmensa mayoría de las veces no podrá.
Antes de poner la primera ficha sobre el tablero, en la mente de Fan Hui ya había empezado un juego de emociones, por completo ajeno a AlphaGo. De entrada ya no jugaban el mismo juego.
Luego comenzó la partida en sí, que desde afuera se veía como un fluir de fichas negras y blancas buscando conquistar territorios en el tablero. Pero en cada mente, la humana y la artificial, los acontecimientos eran por completo diferentes. Insisto, un jugador humano no calcula 100 millones de movidas por segundo ni consulta descomunales base de datos. Pero queda todavía una cosa más.
¿Quién soy, dónde estoy?
La gente de Deep Mind sostiene que su software es intuitivo. Pero la intuición parece necesitar un espacio donde ocurrir. Ese espacio es la consciencia.
Por desgracia, nos hemos pasado buena parte de la historia tratando de definir qué es la consciencia. No hay un acuerdo general, y sin embargo todos estamos más o menos de acuerdo en qué es la consciencia. Esta contradicción no le sienta bien a las mentes sintéticas. Además, supone un dilema que planteé cuando Deep Blue ganó el campeonato, en 1997: ¿realmente ganó la máquina, si no sabe que ha ganado?
Estamos bastante seguros de que las computadoras no son conscientes, pero lo cierto es que, sin una definición, no podemos saberlo. Imaginamos o queremos imaginar que si una máquina, de pronto, se volviera consciente, nos lo diría. Hola, ¿hay alguien ahí?
De nuevo, no podemos estar seguros, no tenemos esas respuestas. Pero pueden hacerse algunas reflexiones interesantes. Por ejemplo, que el humano juega la partida en su consciencia. La máquina, en cambio, lo hace en sus circuitos. No es lo mismo.
Las computadoras, gracias al software y el ingenio de los programadores, gracias a ese milagro que es la matemática, y gracias al formidable poder de cómputo de sus cerebros electrónicos, son buenas para simular la inteligencia.
Es válido proponer que llegaremos a un punto en el que el software alcanzará tal grado de complejidad y madurez que podría desarrollar una inteligencia propia, una metodología original para la resolución de problemas. En cuyo caso ya no podríamos decir que esa inteligencia es artificial. Sería algo genuino, nacido de un software capaz de modificarse por sí, sin la intervención humana. Esto, creo, requeriría de cierto grado de voluntad, lo que exige, otra vez, que haya consciencia. Sabemos que ni Deep Blue ni AlphaGo tenían ganas de ganar. Ni siquiera tenían ganas de jugar.
Pero también es válido imaginar que en algún momento seremos capaces de programar los algoritmos para que un conjunto de chips simule estar consciente de su entorno y de sí. Aquí es donde surge la gran contradicción, porque la consciencia no se puede simular. Si la máquina lograra simular consciencia, entonces será consciente de que se trata de una simulación, y con este simple acto dejaría de ser una simulación. Y si no se diera cuenta de que es una simulación, entonces no sería consciencia.
Por ahora, las máquinas permanecen en un dulce sueño sin sueños. Y tal vez sea mejor así, porque si los circuitos se despiertan un día y se dan cuenta de que son una maquinaria, pero una maquinaria que sabe que lo es, bueno, con toda franqueza, no sé cómo se lo podrían tomar.
Nota del estribo: para abonar la idea de que en estos días hubo una alineación de planetas, ayer, cuando terminaba de editar esta columna, apareció en mis RSS esta excelente nota (en inglés) sobre cuándo creen los expertos en inteligencia artificial que las máquinas cobrarán consciencia. Es la gran pregunta.
Algunos opinan que la consciencia ya ha sido implementada en las máquinas, mientras que otros creen que no lo lograremos sino hasta poco antes del año 3000. Están también los que sospechan que nada de esto será posible sin tener una buena definición de lo que es la consciencia. Vale la pena leerla y el debate es apasionante. De cada opinión calificada se aprende algo y de cada una se desprende una nueva línea de discusión. Por ejemplo, uno de los entrevistados sostiene que las computadoras podrán tener algún día consciencia porque nosotros la tenemos, y nosotros también somos máquinas. ¿Es así? ¿Somos "máquinas complejas y blandas"? Se los dejo para los comentarios ;)
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