La SUBE, un trámite que se puede mejorar
Apoyar la tarjeta, escuchar el ruido, soltar. No es muy rápido. La velocidad que muchas veces apremia al subir al colectivo o pasar rápido del otro lado del andén no se lleva bien con el tiempo de lectura de la SUBE. Esta interacción y muchas otras más pasan desapercibidas todos los días cuando usamos el transporte público. Otra muestra de cómo el cambio tecnológico nos afecta intrínsecamente y se cuela en la rutina, y devela algunos problemas que en teoría fueron previstos por los diseñadores de interacción (o eso queremos creer).
Juntando monedas
El sistema, en uso desde el año 2012, se puso a tono con los implementados en otros puntos del planeta, permitiendo que las transacciones electrónicas nos hagan olvidar del terrible dolor de cabeza que era cazar cambio en monedas, atribuyéndole un valor comparable al oro. El sistema anterior, el boleto de papel de colores, exigía un intercambio con el chofer mucho mayor: decirle el destino, darle el dinero, recibir el boleto y el vuelto, mirarse mutuamente las caras, desconcentrarse y pasar.
Hoy por hoy, la interacción es con una máquina más pequeña que una caja de zapatos, la cual hace un largo sonido similar a un animal en sufrimiento cada vez que apoyamos la tarjeta. La máquina sufre porque trabaja sin descanso, y por eso se esconde.
Al subir a una línea de colectivos diferente a la que tomamos habitualmente, antes de mirar la cara del chofer buscamos la máquina, y si es una muy diferente, uno no sabe dónde apoyar la tarjeta, frotando por todo el plástico como si fuera una lámpara de Aladino hasta que nos dé la luz verde. En la red hay 4 o 5 empresas que tienen la licitación de dichas máquinas, cada una con un diseño diferente.
Y si ahora nos ahorramos meter una por una las monedas, y reponer las que pasaban de largo, ahora nos topamos con nenes que quieren pasar la SUBE y frenan todo el proceso.
Una lectura lenta que debería ser más rápida
Si uno osa estar demasiado apurado y apoyar la tarjeta antes de que el chofer haya marcado el valor, el castigo es un pitido fatídico: un mensaje de ERROR indica que debemos retirar la tarjeta y repetir la operación. En el subte o en el tren pasa algo similar: el molinete no se abre hasta que no ha pasado al menos un segundo; mejor no tratar de pasar demasiado rápido y correr el riesgo de clavarse el caño en el abdomen.
El momento de mirar la pantalla es muy breve y si perdimos de vista ese instante no sabremos cuánto crédito queda en la tarjeta, si nos hizo el descuento por hacer varios viajes en menos de dos horas. La pantallita muchas veces es monocromática y puede estar sucia, con bajos niveles de contraste, o demasiado en alto, con el reflejo del sol y sobre todo con el apremio de la persona que viene atrás.
Un sistema perfectible
El sistema se ha ido perfeccionando en pequeñas cuotas: existen maneras de cargar crédito en forma indirecta (vía Web, por ejemplo) y poder recuperarlo en caso de pérdida. Incluso una aplicación que nos indica cuánto crédito nos queda, o si los $20 en descubierto ya nos están quedando cortos. En la próxima iteración de este sistema, que ya se usa en más de 33 ciudades del país y tiene 15 millones de usuarios diarios, se está analizando la posibilidad de realizar una traza en vivo del transporte, que mejorará definitivamente la experiencia de los pasajeros: poder finalmente responder, en forma centralizada y oficial, cuándo viene el colectivo.
Diseñadora Gráfica de la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Gobernabilidad y medios de Keio University, Tokyo. Especialista en temas de usabilidad y diseño de experiencia del usuario. Co-fundadora de Chicas en Tecnología.
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