Ubuntu 20.04: la libertad es invencible
De esto se habla poco porque (como cada vez más cosas) parece políticamente incorrecto. Pero la salida de la nueva versión con soporte de largo plazo de Ubuntu, la 20.04 –sobre la que publiqué una reseña aquí –, es una buena ocasión para dedicarle unas líneas.
En estos días de aislamiento tuve mucho tiempo para reflexionar. Y una ficha terminó de caer en mi mente cuando actualicé un par de notebooks a Ubuntu 20.04 y bajé la imagen ISO para instalarlo en otras dos desktops (sí, desktops). Fue una suerte de revelación. Siempre me atrajo el software libre porque era libre, no porque fuera gratis. La confusión, que hemos aclarado hasta el hartazgo en este ambiente, proviene del hecho de que "free" quiere decir, en inglés, libre y gratis, según el contexto. Bueno, en este caso significa libre, no gratis. Por eso el nombre LibreOffice. Para que quede claro, para que no haya ambigüedad alguna.
Tal vez por la pregunta oportuna de un alumno, hace un tiempo, que a su vez disparó otros interrogantes, caí en la cuenta de que solemos hablar de la libertad en el terreno del software sin plantearnos qué es exactamente la libertad.
Ese día, mientras preparaba la comida y la notebook se actualizaba sobre una mesa, estaba siendo libre de no rendirle cuentas a una compañía, una organización, un individuo o al Estado. ¿Libre para qué? Para usar una computadora. ¿Y para qué usar una computadora? Para lo que se me diera la gana. En el caso de que fuera una actividad ilegal (no, no lo es, tranquilos), tendría que pagar por mis delitos. Pero podía usar la herramienta más revolucionaria de la historia de la civilización sin pedir permiso. Eso lo cambiaba todo.
El cuervo y la rana
La libertad, que es una de mis obsesiones desde que estudié filosofía en la universidad, tiene también un costado del que en general no hablamos. No sé por qué. Es como que nos da vergüenza. Se trata de su costado pragmático. Innovar sin pedir permiso, usar un sistema operativo sin pedir permiso, investigar en ciencias sin pedir permiso, hacer arte sin pedir permiso. Opinar sin miedo a que te persigan. Ir adonde se te ocurra. Se trata de algo concreto. La libertad no es un concepto vaporoso, sino que involucra acciones que nos modifican o que modifican el mundo real. Por eso el autócrata le teme y la reprime.
El dinero es un buen ejemplo de este prurito. Si ganás dinero con la trata de personas, sos un delincuente. Pero el problema es la trata, no el dinero. Es más: desde hace siglos el dinero es el rastro que termina delatando a los malandras, así que, aunque algunos asocien el dinero con algo turbio, resulta que es una de las principales ayudas con que cuenta la ley para atrapar a criminales y mafiosos.
La libertad tiene tantas facetas y tantos matices que solemos olvidar que es un rasgo único de nuestra especie. Por eso el software libre llegó adonde llegó: a los servidores de Google, a las bolsas de valores de Londres y Nueva York, al Super Colisionador de Hadrones, a todos los teléfonos con Android y a la Estación Espacial Internacional, por citar solo unos pocos casos.
Ser humano es ser libre. Un pájaro, una oruga, un trébol o el aparentemente independiente gato de la casa no hacen sino lo que tienen que hacer, inscripto en sus genes desde hace millones de años. No disponen de ninguna opción más que la de hacer aquello que están programados para hacer. Es verdad que hay ciertas especies muy creativas. Pero no lo son porque son libres para crear. El cuervo que fabrica sus propias herramientas no se está planteando si las hace o no. Las hace porque es un cuervo y no, digamos, un colibrí o una rana.
Tensión e intención
Por eso, coartar la libertad siempre causa tensión. Somos libres a tal punto que no podemos dejar de ser libres. Esta paradoja nos define como especie y pone en jaque cualquier proyecto totalitario. Es obvio que se puede sojuzgar a todos los habitantes de una nación, pero en esa nación existirá todo el tiempo tensión. La tensión consume recursos innecesariamente. Mala idea.
Por eso, no quiero dejar de destacar este borde en general oculto del software libre. Sí, hay mucho de idealismo en el software libre, y esa es la razón por la que me sumé a esa movida un cuarto de siglo atrás. Pero además funcionó en el mundo real. Por ejemplo, mucho de lo que hacés en Internet –empezando por el software de tu router Wi-Fi– anda con software libre. Es raro que un ideal funcione tan bien en la dura realidad, excepto cuando se trata de la libertad. Para decirlo más fácil, la libertad es invencible.
Daré un ejemplo de la situación opuesta. Si hoy tuviera que cambiar el sistema operativo de la desktop que uso en mi estudio MIDI, me enfrentaría a una tarea monumental solo para autorizar las licencias del software que vino con mi último sintetizador. Por una conveniencia circunstancial, me dejé tentar por software que no es libre, y por lo tanto me vería obligado a volver a instalar las licencias. Eso lleva tiempo y en no pocas ocasiones arroja frustrantes mensajes de error. Es más: en dos oportunidades, cuando Windows 10 hizo una de sus actualizaciones importantes, esos programas decidieron dejarme de a pie, al menos hasta que que actualizara el gestor de licencias y volviera a ingresar los varios códigos alfanuméricos de esas licencias. Es decir, hasta que demostrara mi inocencia.
No digo que sean malos programas. Por el contrario, son excelentes. Pero cada tanto no solo cercenan mi libertad para usar mis instrumentos y mis programas (los pagué, son míos), sino, sobre todo, me hacen perder tiempo. Me roban horas, y les garantizo que a nadie en este mundo le sobran horas.
Por fortuna no me dedico a la música. Me dedico a la escritura. He escrito dos libros con software libre, sin vueltas, sin problemas, sin pedir permiso. Escribo más de un millón de caracteres por año para el diario, sin contar la edición, la reescritura y las correcciones. Todo con LibreOffice, un software que me deja las manos libres para tomar cualquier decisión que se me antoje, incluso la de cambiar algo en el código fuente, si eso me ayuda en algún sentido.
Y una cosa más: no me molestaría en absoluto pagar por software libre (una buena parte de estos proyectos acepta donaciones). Qué digo. Preferiría comprar software libre que pagar por el que me pide que demuestre mi inocencia a cada rato. Porque no se trata de plata. Lo he dicho tantas veces que perdí la cuenta. Se trata de que no tenemos otra opción más que la de ser libres.