El primer gran estudio sobre el potencial impacto económico de la nueva revolución tecnológica en la cultura alerta de la probable “canibalización” de parte de los catálogos por obras generadas por máquinas
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La cultura conoce bien la invasión de las máquinas. La ha imaginado en decenas de películas, novelas o videojuegos. Ahora, sin embargo, miles de artistas creen que la distopía amenaza su vida real. Y resulta mucho más lista y sutil: por eso la llaman inteligencia artificial (IA). Nada de robots con ametralladoras, sino programas capaces de robarles sus obras y, luego, su trabajo y dinero. En concreto, el sector musical y el audiovisual corren el riesgo de perder, respectivamente, una cuarta y quinta parte de sus ingresos globales para 2028, según el primer estudio sobre el posible impacto económico en las artes de la IA generativa si su avance no se regula, encargado por Cisac, la organización mundial que reúne a las principales entidades de gestión del derecho de autor. Material, y por fin números, para alimentar un debate decisivo para el presente y futuro del sector. Y, sobre todo, hallar soluciones.
Hasta ahora, muchos creadores habían reaccionado ante la más reciente y poderosa revolución tecnológica con profecías terroríficas y denuncias tanto públicas como en tribunales. De hecho, el estudio recoge casos judicializados como la demanda de un trío de artistas (Sarah Andersen, Kelly McKernan y Karla Ortiz) contra Stability AI y Midjourney, o la de varias multinacionales musicales contra Suno y Udio. Desarrolladores y defensores de la IA, por otro lado, ven con escepticismo un grito que consideran exagerado, alarmista y sesgado, al olvidar las enormes ventajas potenciales de las nuevas herramientas, también para los artistas. El informe de Cisac busca ahora cuantificar de aquí a cinco años el daño que traerá el supuesto apocalipsis. Y, a la vez, subrayar el beneficio mayúsculo para los cuatro jinetes que lo están desatando.
Porque el estudio, realizado por PMP Strategy, un despacho de consultoría de gestión estratégica, prevé que los ingresos de las desarrolladoras de IA generativa [aquella “capaz de aprender patrones complejos para generar nuevos contenidos”, según el documento] se disparen casi al mismo ritmo en que bajen los de la cultura. Y renueva la acusación de tantos creadores: varios programas de IA se han entrenado fagocitando de forma gratuita y no autorizada millones de obras protegidas por derecho de autor. Primero, aprenden del estilo de un cineasta, dibujante o cantante. Y, luego, lo emulan cada vez mejor para disputarles su trozo del pastel en el mercado.
Basta con observar la evolución de los vídeos que produce Sora, las imágenes que concibe a partir de un texto Midjourney V6 o las canciones que compone Suno, por citar casos incluidos en la investigación. “Cuanto más tarde se haya implementado una capacidad, más rápido ha alcanzado la performance humana”, apunta el texto. Hicieron falta 19 años para enseñar a la máquina a reconocer el habla. Sin embargo, recientemente, ha bastado con menos de 12 meses para que aprendiera a copiar y modificar el lenguaje.
De ahí que el documento hable incluso de “canibalización” del catálogo: calcula, por ejemplo, que la música producida por programas informáticos se llevará el 20% de las ganancias generadas por las escuchas en plataformas de streaming. Y fundamenta sus tesis también en el contexto: el aumento del visionado o escucha “pasivos” deja más cabida para creaciones tal vez no brillantísimas aún, pero que entretienen y cumplen para pasar un rato. Y el creciente poderío del algoritmo, regido por IA, tampoco ayuda: el “75% de lo que se ve en Netflix está dirigido por su motor de recomendaciones” y Spotify ya incluye y puede aconsejar música generada por IA en sus listas, según el texto.
La Cisac, evidentemente, es parte interesada. Representa a cinco millones de artistas, sus creaciones y sus inquietudes. Tal vez por eso el informe empieza sus 116 páginas explicando ampliamente la metodología: entrevistas con más de 50 “creadores, productores, editores, distribuidores, compañías tecnológicas y de IA o instituciones”. Entre otras, Sony, Warner, la SGAE, Deezer, la federación de cineastas europeos Fera, el Parlamento Europeo, empresas como Ask Mona, Kyutai o Fairly Trained, todas volcadas en la IA desde un enfoque respetuoso con los derechos de autor, pero también Google y Microsoft. Llama la atención que se mencione a menudo, pero no se entrevistara a la compañía que más titulares, fascinación y terror ha provocado en los últimos tiempos: Open AI. El estudio también se basa en “datos de mercado, informes sobre IA, leyes de derechos de autor; ocho sesiones de talleres entre miembros de la industria y de Cisac”. Y, a partir de ahí, pretende contestar a tres preguntas de cara a 2028: ¿qué presencia tendrán en el mercado audiovisual y musical las obras creadas por IA?, ¿qué ingresos recibirán los desarrolladores de esas tecnologías?, ¿y los creadores?
Entre las respuestas, se apunta a que la música creada por IA generará ingresos por un valor de 16.000 millones de dólares en 2028, frente a los 1000 actuales. O de 48.000 dentro de cinco años, frente a 2000 ahora, en el caso del sector audiovisual. Las pérdidas estimadas para los artistas superarán los 4000 millones de dólares en cada uno de los dos ámbitos, según el documento. Eso sí, con matices: es probable que dobladores y traductores de momento se vean mucho más afectados que directores o guionistas.
El informe se atreve a sugerir algunos de los escenarios que considera más plausibles: música generada por IA que sustituya la que se escucha de fondo en tiendas, lugares públicos o bandas sonoras, que arrase en los contenidos compartidos por redes sociales o que se emplee en videojuegos, filmes o series de bajo presupuesto, para reducir costes de producción. Y, en el audiovisual, dibujos animados y videos sin artesanía humana que llenen catálogos infantiles o publicidades, así como cortes en los fondos destinados a guion o dirección, al encargar parte de la tarea a programas informáticos.
En realidad, ya está sucediendo. “El informe confirma que el sector cultural se encuentra en una situación muy complicada si no se respeta el trabajo de las autoras y los autores”, asegura Cristina Perpiñá-Robert, directora general de la SGAE, en una nota emitida por Cisac. Hace tiempo que la IA ha dejado de ser una hipótesis. Millones de trabajadores emplean habitualmente programas como ChatGPT para agilizar algunas de sus tareas diarias; y todavía muchos más ciudadanos dedican algún momento de su semana a debatir sobre ello, sus ventajas y sus peligros. Incluso dentro de la cultura, miles de artistas tratan de convertir la IA en aliada para sus obras. Rechazarla, pues, ya no parece siquiera una opción. Entre otras cosas porque el informe destaca un aumento “sin precedentes” de la inversión privada en la IA generativa en 2023.
Detener tamaña marea se antoja irreal. Pero Cisac sí exige, igual que otras muchas organizaciones culturales, que los Gobiernos coloquen algún dique y la reconduzcan hacia el bien común. Tanto que la regulación sobre IA aprobada este año por la UE, la primera de ese alcance en el mundo, incluye la protección de la propiedad intelectual entre sus principales pilares y preocupaciones. Y el Ministerio de Cultura español se comprometió a no premiar o contratar obras creadas íntegramente con inteligencia artificial. El presidente de Cisac, Björn Ulvaeus, señala en un comunicado: “Para los creadores, la IA tiene el potencial de abrir nuevas y fascinantes oportunidades. Pero […], si no está bien regulada, la IA generativa también tiene el poder de perjudicar severamente a los creadores humanos, a sus carreras y a sus medios de sustento. ¿Cuál de estos dos escenarios prevalecerá?”. Este diario trasladó la pregunta a ChatGPT. Respondió: “Dependerá de las decisiones que tomemos en términos de ética, regulación, y cooperación entre humanos y tecnología”. Avisados quedamos. Lo dice hasta la propia IA.
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