La historia del dinero bit
Por qué inventamos las monedas y cómo nació Bitcoin (y todas las demás)
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Esta es la segunda parte de una serie de tres notas. Podés ver la primera aquí y la tercera, aquí.
En el principio fue el trueque. Diez ovejas a cambio de medio kilo de vidrio (sí, el vidrio fue muy caro en su momento). Con el paso del tiempo, se hizo cada vez más complicado llevar ovejas en la billetera, así que inventamos las monedas. Originalmente, valían lo mismo que el material del que estaban hechas (esto se llama factor de conversión, según me explicó Claudio Zuchovicki, a quien consulté sobre estos temas económicos en los que no soy un experto, y a quien agradezco no solo su generosidad, sino sobre todo su paciencia).
Usamos oro, plata y hasta sal (de donde viene la palabra salario) como formas de pago, y todo anduvo bien, hasta que se hizo demasiado complicado andar cargando la cantidad suficiente de metal para pagar, digamos, una casa. Empezamos entonces a usar una representación simbólica de esos bienes que, se aceptaba, respaldaban el valor del dinero.
Así, el factor de conversión incorporó un ingrediente blando y escurridizo que nos acompañaría durante siglos: la confianza. El objeto dinero dejó de poseer valor en sí, pero una cierta autoridad garantizaba que, a cambio de esas monedas y billetes, podría darte la cantidad correspondiente de algún bien tangible y de valor más o menos universalmente aceptado. El que depositó dólares, recibirá dólares, digamos.
Pasamos así de intercambiar cosas concretas con valor concreto a intercambiar papelitos de colores que representaban una cierta cantidad de oro o plata. Por eso aquí llamamos plata a la plata. O sea, a los pesos.
Ahora, ¿por qué molestarse en acumular oro para respaldar una moneda? Ahí dimos un paso más: nacieron los bancos centrales en la década del ’30 del siglo pasado, Estados Unidos desvinculó el dólar del oro y las naciones comenzaron a establecer el valor del dinero de forma arbitraria. O no tanto; es un poco más complicado. Pero, simplificando, en lugar de ofrecer oro como respaldo, los Estados se pusieron ellos mismos como garantes. Cuanto más confiable fuera ese Estado (es decir, las conductas de ese Estado como tal Estado), más sólida sería su moneda.
Si de pronto estas viendo una radiografía de por qué el peso argentino se devalúa, sí, es por eso. Con un adicional. Cuando no tenés que respaldar tu moneda con oro, podés imprimir todos los billetes que se te dé la gana. Solo que después de hacer eso va a haber muchos más papelitos y por lo tanto cada uno va a valer menos. Se llama inflación, y tenemos la patológica tendencia a verla como un aumento de precios; tendencia muy funcional a los Estados, porque, dicho así, parece que la culpa de la inflación la tienen los formadores de precios. En rigor, lo que ocurre es que la moneda pierde valor y por lo tanto el kilo de harina que antes costaba 20 papelitos pasa a costar 40, luego 50 y ahora 64. O sea, vale lo mismo, pero eso se traduce en más papelitos, porque cada papelito vale menos.
Pero ojo. Como me explicó Zuchovicki, estos asuntos son menos lineales de lo que solemos pensar. La emisión monetaria no es mala por sí. El asunto es para qué se emite. Si el Estado emite para invertir en algo que fomenta la producción (energía, agua, rutas, vías férreas, y así), la cantidad de harina, para seguir con el ejemplo anterior, también va a aumentar, y como consecuencia su precio debería mantenerse, a pesar de que hay más papelitos, porque también hay más oferta.
Pero, sin entrar en detalles, este es el tipo de moneda que usamos hoy; en inglés se la conoce como fiat money. Fiat es el subjuntivo del verbo latino fio, que no significa fiar, sino “hacer”. Traducido: “que así sea”. O sea, dinero por decreto. En efecto, hoy usamos un tipo de dinero cuyo valor se establece por decreto. Claro que, llegado el caso, los decretos chocan de frente con la realidad. Pero dejaremos eso a un costado para no desviarnos.
Plata digital
En la práctica también los papelitos de colores han ido desapareciendo. Primero dieron lugar a tarjetas de débito y crédito, no menos coloridas, y luego a simples números en pantallas de computadoras y medios de pago basados en internet, como PayPal. Es decir, no solo el valor de tu dinero no está respaldado por bienes concretos, sino que tu plata en el banco tampoco existe bajo la forma de billetes. El “físico”, como tristemente se ha popularizado, es escaso en el mundo hoy. Salvo en países como la Argentina, con altos niveles de informalidad, hay poco físico.
Por eso, en grandes cantidades, el físico resulta sospechoso. ¿Por qué? Porque es anónimo y fungible. Acordate de estos dos términos, porque van a volver a aparecer. Es anónimo (nadie puede rastrear que pagaste ese chocolatín con ese billete en particular), y el kiosquero no te pregunta de dónde sacaste el billete ni a vos te preocupa qué va a hacer el kiosquero con ese billete. Es más: vos podés cambiar un billete de 1000 por dos de 500 y seguís teniendo 1000 pesos.
¿Por qué es un factor que el dinero físico sea anónimo y fungible? Porque si pagás con la tarjeta de crédito, esa transacción queda asentada y asociada a tu identidad. ¿Cheque? Lo mismo. ¿Transferencia? Igual, quedás pegado. Pero el efectivo no se puede rastrear (en realidad, se puede, pero es muy difícil). Por eso la corrupción y el delito lo aman. En ocasiones hace falta lavarlo, claro; es decir, volver a introducirlo en el circuito legal (el dinero, salvo que sea falso, siempre se origina en el circuito legal) de forma tal que no despierte sospechas y puedas hacer algo con esa plata en el mundo civilizado (¿si no, para qué sirve ser un delincuente millonario?). El físico puede lavarse precisamente porque es fungible. Es decir, que puede intercambiarse por cualquier otra cosa, incluso otras monedas. Y porque es anónimo. Nadie sabe quién lo tuvo antes. Ni le importa.
Original y copia
En resumidas cuentas, hoy usamos un dinero cuyo valor está decretado por los Estados y mediado por entidades bancarias en las que depositamos nuestra confianza para que nadie haga trampa. Esa confianza no siempre es honrada, como saben los que atravesaron devaluaciones y corralitos.
En efecto, las autoridades monetarias centralizadas –el sistema, como se lo llama– no están libres de problemas. Fraude, por ejemplo. Inflación. Corrupción. Pero, dada la naturaleza del dinero digital, son un mal necesario. No lo digo yo (mi opinión es otra, y está más abajo), sino el creador de Bitcoin, Satoshi Nakamoto.
En realidad, no tenemos idea de quién es Satoshi Nakamoto, y todo indica que no se trata de un individuo, sino de un equipo de personas, pero sí sabemos que firmó un documento publicado en 2008 en el que describe un método para independizarse de las autoridades monetarias centralizadas. En la introducción de ese documento Satoshi admite que tales autoridades son necesarias, pese a sus defectos, vulnerabilidades y fallas.
¿Por qué son necesarias esas autoridades? Porque todo lo digital se puede duplicar, y el original y la copia son idénticos. Eso, con el dinero, no es una gran idea, porque podrías usar los mismos 1000 pesos para comprar cosas diferentes una y otra vez. Solo tendrías que hacer copias de esos 1000 pesos digitales en tu computadora. Todas las que quieras. Tentador, pero el sistema colapsaría en minutos.
Este problema del dinero digital se llama “doble gasto”, y mientras sería imposible con el dinero físico –salvo que falsifiques billetes, y de todos modos serían billetes falsos, no lo mismo gastado dos veces–, es un problema al que no se le había encontrado solución, excepto estas autoridades centralizadas que llevan el registro de las transacciones y velan por que se mantenga el juego limpio. Solo que, según Satoshi, es imposible que tal sistema garantice el juego limpio al 100 por ciento; así que, en su opinión, hay que eliminar ese sistema. Para eso, dice, hay que reemplazar el pago electrónico basado en la confianza por uno basado en la prueba criptográfica.
Ya sé, suena a poesía esotérica, y no ahondaremos mucho en eso ahora, pero lo cierto es que el problema del doble gasto fue el palo en la rueda del dinero digital descentralizado hasta que a Satoshi (genio o equipo genial, da lo mismo) se le ocurrió la idea de crear Bitcoin. Ahí vamos.
Páginas critpográficamente cosidas
¿Cómo se garantiza que un mismo bitcoin no sea usado dos veces? Mediante una tecnología conocida como cadena de bloques. Las transacciones están asentadas en una suerte de libro contable digital, cuyos bloques están encadenados con los demás, como lo están las entradas de un libro de contabilidad de papel. Encadenar, en este caso, significa, grosso modo, que cada bloque contiene el hash del bloque precedente. Esto, que parece del todo indigesto, significa algo muy simple: para alterar una transacción y, por ejemplo, usar dos veces el mismo bitcoin, es menester hackear todos los bloques subsiguientes al que contiene la transacción que queremos intervenir. Y esto es difícil por la sencilla razón de que consumiría tanto cómputo que costaría más dinero que el que es posible obtener; de allí la necesidad de la prueba criptográfica. Satoshi aclara esto en su paper: el sistema es inviolable en tanto los atacantes no cuenten con una capacidad de cómputo mayor a la que se necesitó para calcular los hashes de cada bloque de la cadena.
Además, en lugar de haber una sola copia del libro contable, hay miles de copias de ese libro en la red Bitcoin, y esos registros son públicos. Es un poquito más complicado, pero para no perdernos: si alguien quisiera cometer fraude con bitcoins, debería intervenir no ya un libro contable, sino miles. Se calcula que hay unos 10.000 nodos en la red Bitcoin, aunque algunos especulan que el número está más cerca de 100.000.
Ya sé, me estoy salteando un montón de cuestiones, pero, para no marearnos, si las criptomonedas funcionan es porque resuelven un problema histórico: el doble gasto. Y lo resuelven mediante un software de código fuente abierto y un libro contable descentralizado llamado cadena de bloques que garantiza que cada entrada que se asienta quedará intacta una vez que la red la valida. El concepto de blockchain se remonta a 1982 y su primera aplicación concreta fue Bitcoin, con el paper de Satoshi en 2008. En 2009 los bitcoins empezaron a usarse en el mundo real. Por así decir.
Tirame un centro
OK, ¿qué sabemos hasta ahora? Que Bitcoin es la primera forma de dinero enteramente digital que no depende de ninguna autoridad monetaria central.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, y aquí podríamos dedicarle varias páginas a un número de problemas que han demostrado sufrir las criptomonedas. Pero abreviaremos. Por un lado, el software (no así el concepto de blockchain) puede estar mal implementado y poseer vulnerabilidades, y es lo que pasó con billeteras electrónicas que le hicieron perder mucho dinero a mucha gente.
Pero también hay cuestiones conceptuales. Toda la idea detrás de bitcoin se basa en que hay que descentralizar el dinero. Mis dudas respecto de las criptomonedas no tienen que ver con la tecnología de blockchain, sino con la idea de descentralizar el dinero. En serio, es pregunta: ¿por qué hay que eliminar el sistema y descentralizar el dinero? Cierto, las criptomonedas son más transparentes, pero también es verdad que les pagamos toneladas de dinero en impuestos a los Estados, y una de sus misiones es la de proveer una moneda sólida. Si un Estado no es capaz de hacerlo, el problema no es el dinero centralizado en general, sino ese Estado en particular.
Además, si un Estado ni siquiera puede proporcionar, incluso con sus vulnerabilidades intrínsecas (todo en este mundo tiene vulnerabilidades intrínsecas), una moneda fuerte, entonces no sé qué queda para la educación, la salud, la defensa de las fronteras, y sigue la lista. Digo, es solo plata, muchachos. En fin, podemos discutirlo hasta mañana, y de todos modos todavía falta para que las criptomonedas reemplacen al dinero tradicional, si es que alguna vez lo hacen.
Ideologías aparte, lo más interesante de Bitcoin, al menos en mi opinión, es la cadena de bloques. Porque, como posiblemente ya estén sospechando, la tecnología de blockchain podría usarse para validar y certificar no solo transacciones de dinero, sino muchas otras cosas. Obras de arte digitales, por ejemplo, lo que, ahora sí, nos lleva a los dichosos NFT, tan de moda en este momento.