La alfabetización de Google y la crisis de los 40
Me había ido temprano, este lunes, y después de algunas reuniones fuera del diario, me enfoqué en los quehaceres de chef que me ocupan cada noche. Chef es mucho decir, me temo, pero se trata de una de las mejores cosas del día. Buena música, posiblemente un vino honesto, y esa creatividad ligada sólo a lo sensorial, es decir, bien alejada del trabajo nuestro de los periodistas. Por mera costumbre, casi en automático, volví a mirar las noticias. Para qué.
El artículo en lanacion.com, subido a las 18,02, lo dejaba clarito: Google cambiaba de nombre. Ahora se llamaba Alphabet. Aturdido, y tras haber volcado media copa de un bonito Cabernet salteño, me pregunté qué genio del branding habría convencido a la compañía de arrancarle los galones a la segunda (o tercera, según los rankings) marca más valiosa del planeta. Corrí al blog de Google mientras trapeaba el desaguisado color rojo rubí y me enteré de los detalles. Muy lindo discurso, redondo, amable en boca, pero con un retrogusto amargo. Es decir, no me terminaba de convencer.
(Entre paréntesis, el genio del branding podría tener razón en un punto: la marca Google corre riesgo de volverse genérica, como apunta este artículo del New York Times).
Siguiente parada: Wall Street. Si quieren saber qué hay detrás de una decisión corporativa, hay que ir a ver cómo reacciona la Bolsa. ¿Había subido o bajado la acción de Google tras saberse lo de Alphabet? Oh, bueno, ¿ubican eso de "contento como perro con dos colas"? Lo mismo. La acción había trepado casi 6 por ciento. Eso no es mucho. Es muchísimo.
Así que a los accionistas les gustaba algo que a todos los demás nos metía ruido, no terminábamos de entender y que había surgido sorpresivamente. Me gustaría saber lo que se siente ser inversor. En otra vida, tal vez. De momento, ¿qué podía resultarle tan atractivo a los que poseen papeles de Google el que Google ya no se llame Google, sino Alphabet?
En realidad es al revés. En cuanto a lo que concierne a los negocios, Google seguirá siendo Google; o, para decirlo con más precisión, en lo que concierne a los negocios que dan plata ahora, que es lo único que les importa a los inversores. Si los simpáticos autitos autónomos se convierten algún día en una inagotable fuente de dinero, todo bien, pero no cambia el valor de la acción de la compañía ahora. Peor todavía, ¿cuánto se está gastando en esos coches tan mononos? No sabemos, porque Google era hasta ahora una sola. ¿Y en extender la duración de la vida humana, con el proyecto Calico? Nos encantaría vivir más, pero tampoco se sabe cuánto dinero consume ese experimento.
Pocas cosas hay que espanten más a un accionista que ver un negocio pantagruélico como la venta de avisos de Google entremezclado con cosas raras, especialmente si tienen alguna clase de tufillo a ciencia ficción.
De ahí Alphabet. Este será el nombre del grupo de empresas mediante el que Sergey Brin y Larry Page, los fundadores y principales accionistas de Google, se proponen ordenar un poco (sólo un poco) los negocios, separando el buscador, Android, YouTube y otras cosas que le reportan dinero, de Life Sciences (lentes de contacto con sensores de glucosa), Ventures, Calico, los coches autónomos, los laboratorios X y hasta Nest, que se dedica a los termostatos inteligentes. En la práctica, todo indica que va a ser Google por un lado y Alphabet por el otro; aunque el nombre, en inglés, podría referirse a alpha-bet, que en la jerga de los inversionistas significa "retorno de inversión por encima de la referencia". Un guiño. O un desliz, porque, mal visto, alpha-bet, en la jerga de la tecnología, podría traducirse como "una apuesta por lo que todavía está muy verde". (La versión alpha de algo es la más cruda, la inicial; la beta es preliminar, pero funciona y está más cerca del producto final.)
Otra señal de que han decidido separar los números de la numerología es que los símbolos con los que la empresa opera en bolsa seguirán siendo GOOG y GOOGL. Hay una sola forma de que esto no resulte confuso: teniendo claro que Google ha hecho cualquier cosa menos desaparecer, que va a seguir siendo el pródigo bovino del conglomerado. Eso sí, no es imposible que Alphabet sea la que aparezca con más frecuencia en las noticias, gracias a sus imaginativos proyectos. La gente de relaciones públicas de la compañía debe estar todavía tratando de figurarse si esto es bueno o malo. También están en eso los inversores, después de todo, según este artículo de Fortune.
La decisión no sólo fue sorpresiva. Hay también indicios de que fue algo apresurada. Por ejemplo, el dominio alphabet.com le pertenece a BMW, para su empresa de alquiler de autos. Ouch. Y si quisieran sacar una cuenta de Twitter se la tendrían que comprar a Chris Andrikanich, que ya aclara en su perfil que no tiene nada que ver con Google/Alphabet. Sin haber pensado en que, salvo para Wall Street, los cambios suenan a galimatías, le pusieron a Alphabet la dirección www.abc.xyz. En serio.
El consenso, por lo que pude averiguar, es que esta escisión les dará a Page (que será CEO de Alphabet) y a Brin (que será presidente) más tiempo para enfocarse en los proyectos a futuro. Léase: Google anda solo. O, más bien, anda solo y quedará a cargo de Sundar Pichai, protegido y casi un álter ego de Page (según Page).
Para los fundadores, la operación diaria de Google debe tener tanto encanto como sentarse a ver crecer el césped. Google ya no es divertido. El patio de juegos y, tal vez, la pretensión de pasar a la historia como algo más que los inventores de un buscador Web, se encuentran en Alphabet. Brin y Page han alcanzado todo lo que un emprendedor puede soñar, pero echan de menos la adrenalina. Este sería un costo aceptable, si no fuera que ambos son todavía muy jóvenes (41 y 42 años, respectivamente) o, viceversa, porque les dio la crisis de los 40. En todo caso, el tedio no es una opción, y, dados los antecedentes, los entusiasma la idea de cambiar el mundo. Quizás lo logren, al menos en algún aspecto. Como mínimo, hay suficiente información para creer que Brin y Page quieren volver a sentirse emprendedores. Esta vez jugarán con red, ¿pero quién puede criticarlos por eso?
Con casi 17 años de existencia y 11 cotizando en Bolsa, Google poco a poco se acerca a una madurez que, por lo que parece, no les sienta bien a sus fundadores. Nunca se llevaron bien con las reglas duras de los negocios. Pasaron bastante tiempo antes de aceptar que, dados los montos de las inversiones que estaban recibiendo, debían nombrar un CEO y perder algo de control, como les sugería Sequoia Capital. Finalmente, en 2001 eligieron a Eric Schmidt; una década de tensiones con los dos enfants terribles terminó cuando aquél fue desplazado de las operaciones diarias.
Es cierto, a medida que prosperan y maduran, las compañías públicas tienden a arriesgar cada vez menos. La innovación le abre paso poco a poco a la recaudación. En general, esa es una mala idea en tecnología. Pero es mayormente inevitable. También en este caso. Aunque comparten el paquete accionario, Alphabet podría verse como una enorme y multifacética startup con un papá muy rico y generoso, Google, que sólo pide, ahora, un poco más de claridad en las cuentas.
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