Internet resiste la crisis, pero algunos sitios se desplomaron y, por casa, ¿cómo andamos?
Hace poco más de 15 días, sostuve en el canal de televisión de LA NACION, LN+, que no íbamos a quedarnos sin Internet a causa de la pandemia de covid-19.
Una semana después, ya bien establecido el aislamiento, un ingeniero amigo me envió unas estadísticas de tráfico local, producidas por la Cámara Argentina de Internet (a la que se conoce como Cabase, por su nombre original, Cámara Argentina de Bases de Datos y Servicios En línea). Los números mostraban que el tráfico se mantenía estable, "con un aumento del consumo por la noche". La Cabase es una de las instituciones pioneras de esta industria, con más de tres décadas de vida (nació en 1989, seis años antes de que la Internet pública llegara a nuestros hogares, e incluso antes de que el país se conectara desde Cancillería, en mayo de 1990). En los días siguientes, me enteré de que el aumento del consumo hogareño (reitero, hogareño) había llegado al 40%, lo que es perfectamente lógico, dadas las circunstancias; en Italia, me dijeron, ese aumento había alcanzado el 70 por ciento. Los mayores inconvenientes se dieron, por lo tanto, en la distribución; previsiblemente, el mapa había cambiado.
Sin embargo, y salvo por alguna excepciones, a mi juicio comprensibles, Internet siguió ahí. Películas, WhatsApp, Fortnite, YouTube, los noticieros, Spotify, las clases virtuales, Zoom, y sigue la lista. Ahora bien, ¿cómo puede haberse difundido tanto la idea de que la pandemia iba a dejarnos sin internet y por qué tal cosa no ocurrió, o, para ponerlo en términos más exactos, ocurrió solo en ciertas y contadas cirunstancias?
La lupa analógica
En primer lugar, paradójicamente, la idea del colapso de Internet se propagó porque Internet siguió funcionando sin problemas. Eso hizo que esta idea apocalíptica se difundiera muy rápidamente, que se viralizara, como decíamos hasta la pandemia (ahora mete miedo usar ese verbo). Resulta incluso un poco cómico, pero la robustez de Internet acentuó la certeza de que Internet iba a colapsar. Así funciona la revolución digital. Te arroja a situaciones incomprensibles cuando intentás estudiarla con una lupa analógica.
La segunda razón es que el titular "Internet va a colapsar a causa de la pandemia" despierta nuestra curiosidad, acicatea el morbo y, en total, como estamos viendo estos días, se reproduce a mayor velocidad que la verdad. Pasa con todas las fake news, porque, además, la verdad tiende a ser bastante compleja. Pero, incluso así, analicemos un poco.
Home office
Como adelanté, el aumento del consumo de Internet se produjo en los hogares. Aunque no me ofrecieron cifras del uso corporativo, parece evidente que si normalmente en una empresa trabajan 500 personas y ahora solo hay 40 (las otras 460 lo hacen desde sus casas), entonces el consumo desde las oficinas se redujo, y esto llevó a balancear la carga. Hay muchas salvedades en este punto, como se verá enseguida, pero no solo no cambia el escenario, sino que explica en parte porqué la Red sigue funcionando normalmente. ¿Fue necesario adaptar en el ámbito local de cada país una serie de recursos para adecuarse a este súbito pico de consumo en los hogares? Por supuesto. Pero esos ajustes fueron posibles porque Internet está diseñada para eso, para adaptarse a múltiples escenarios. Traten de hacer lo mismo con el ferrocarril o la telefonía fija de 1960 y después me cuentan.
Para ponerlo más claro: la Red no es una serie de cables y computadoras, y ya está. No voy a entrar en detalles, aunque pueden echarle un vistazo a la infraestructura de la Red en esta columna que escribí en 2009, cuando durante una hora la Red sí colapsó, y no fue por una pandemia.
El caso es que Internet está diseñada de tal modo que pueda resistir no solo daños brutales sino también picos inesperados y agudos en la demanda. "Tanto en la Argentina como en el resto del mundo, las empresas de telecomunicaciones hicieron un gran esfuerzo por adaptarse a los aumentos en la demanda hogareña", me dice por llamada de WhatsApp Marcos Sitz, cofundador y jefe de ventas de Iquall, una empresa argentina que trabaja codo a codo con las telcos. ¿Dije que hablamos por WhatsApp? Sí, y eso es también Internet.
Otro asunto que fue la comidilla de estos días fue el exceso de consumo de video por streaming. "La calidad del video on demand se adapta automáticamente al ancho de banda disponible –me explica por teléfono Roberto Dhios, administrador de sistemas en el Departamento de Física de la UBA, que fue también administrador técnico del punto de intercambio de Internet (o IXP, por sus siglas en inglés) de Cabase–, para darle al usuario la mejor experiencia posible". Por mejor experiencia, me explica Dhios, se entiende que el streaming funcione fluidamente, que no se corte a cada rato, aunque baje un poco la resolución. Diré que en general Internet es plástica en este sentido y que los comunicados de que Netflix, Facebook y YouTube iban a reducir la calidad del streaming para enfrentar la crisis me parece más un recurso de márketing que otra cosa. Estas compañías son las que mejor saben que la escala monumental, casi incomprensible, de Internet hace que los ajustes en las rutas que siguen los paquetes (esto produjo algunos aumentos en la latencia, por ejemplo, pero nada grave) o de la resolución del video deben hacerse sin intervención humana.
Página no disponible
Ahora bien, como saben los que estos días intentaron hacer compras virtuales en algunos supermercados, la experiencia fue entre frustrante e inviable. Los sitios no respondían o lo hacían con una lentitud exasperante. Pero www.lanacion.com.ar o MercadoLibre.com, por citar dos casos emblemáticos, andaban sin fisuras. Lo mismo que los servicios de Apple, Google, Zoom, Skype, Facebook, Netflix, Twitter, Amazon y demás. ¿Falló WhatsApp? No, incluso ante la avalancha feroz de memes y videos 800% inútiles que circularon. El miércoles a la nochecita WhatsApp dejó de mandar fotos y videos por un rato, pero eso ya le ha pasado otras veces, y sin pandemia. Además volvió enseguida. Pero la paranoia se disparó, otra vez sin motivos.
¿Por qué la infraestructura y muchas plataformas siguieron impasibles y, sin embagro, algunos tropezaron hasta empantanarse? Voy con una anécdota, para no hacer esto tan denso.
En mi caso, pude hacer compras en un supermercado que, según sé, tiene sus propios servidores (no le compra el servicio a Amazon o a Microsoft). ¿Fue magia? ¿Me dio una manito algún amigo hacker? ¿Un insider? No. Me levanté bien temprano y a esa hora los servidores del comercio estaban, no diré fluidos, pero logré completar mi compra. Un poco más tarde, ya no era posible ingresar.
Eso se llama congestión, y daré dos datos adicionales.
Primero: la entrega de mi pedido, que hice un martes, fue programada para el sábado. Eso es ser expeditivo, ¿o no? Segundo: el sábado me llamaron para posponerla para el siguiente miércoles. La chica que me habló (sí, así como lo leen, pusieron personas reales a llamar por teléfono a los clientes) me dijo (SIC) "que por los motivos que son de conocimiento público no estaban dando abasto con las entregas". "En España –me apunta Sitz, que está en Barcelona–, algunos supermercados restringían el acceso online porque no tenían la logística para abastecer tantos pedidos." Un giro delicioso, porque no solo Internet no falló, sino que debió sentarse a esperar a la logística del mundo real (cosa por otra parte razonable).
Un supermercado no es una tienda online. Tiene una tienda online, lo que es bien diferente. Incluso bien entrados en la pandemia, vi gente pelearse con los guardias en la puerta de un mayorista que, a las diez menos cuarto de la mañana, ya había debido cerrar los portones de hierro. Una escena distópica de película de zombis o algo por el estilo.
Es decir, por un número de razones, la inmensa mayoría de las personas va al supermercado. Solo una fracción del público compra en línea, y es mínima. Estos y otros comercios de presencia estaban adaptados a ese esquema, lo que es lógico. Ninguna compañía puede darse el lujo, y mucho menos en la Argentina, de invertir millones de pesos en algo que casi no usa. Así, se adaptan al tipo de público que tienen en tiempos normales. En tiempos de pandemia la ecuación cambió sustancialmente y, con suerte desigual, fueron adecuándose a la nueva situación; en cada caso, advertían sobre el contexto y la alta demanda.
Viceversa, la industria de Internet, que hace años sabe que los picos de demanda son una regla de juego (es el caso de LA NACION) y que la logística resulta imperiosa (es el caso de MercadoLibre), funcionaron sin problemas y no mostraban ninguna advertencia sobre "el contexto".
OK, ¿pero como hicieron? Bueno, es obvio: invierten dinero en eso. Mucho dinero. Los trogloditas que ven en la industria de Internet una suerte demonio fantasmal que vino a destruir la economía no se dan cuenta de que aunque parezca etéreo este negocio requiere fierros; cables; fibra; miles de millones de líneas de código; seguridad contra incendios, inundaciones, terremotos y ataques terroristas; antenas, y más y más fierros y cables; sin contar con muchísimos empleados muy calificados.
¿Y los proveedores de Internet, cómo se las arreglaron? "En las telcos –me dice Sitz– están haciendo mucho esfuerzo para capear el temporal. Los enlaces internacionales están como siempre, porque están diseñados para los picos de demanda, pero localmente debieron hacer cambios". Dhios coincide, y añade lo que LA NACION informó aquí: "Algunas empresas están haciendo conexiones cruzadas, es decir, los carriers principales firmaron un acuerdo para hacer peering, conexiones directa de cables entre ellos para evacuar tráfico y que no vaya por terceros". "Uno de los mayores desafíos, sorprendentemente, no fueron las películas y las series, sino el gaming, los jueguitos, en particular Fortnite. Pero también resolvieron eso rápido –añade Sitz–. Algo que no hay que olvidar es que en estas tecnologías todo es redundante". Lo mismo ocurre con la disponibilidad de ancho de banda y capacidad de cómputo. "Los servicios web de Amazon, por poner un ejemplo, suman capacidad de forma autónoma, cuando hace falta", observa Dhios. De nuevo, la plasticidad de la Red en acción.
¿Y por casa?
Ahora bien, para muchos, en casa, Internet anduvo a paso de tortuga. Sí, claro, y la razón es prístina. Durante el día, en lugar de haber una sola notebook o un smartphone conectados al router, había al menos dos notebooks, un televisor inteligente, cuatro o cinco teléfonos y dos tablets. Como mínimo.
Esto causa cuellos de botella que no tienen que ver con la infraestructura general de la Red, sino con el ancho de banda que tenemos contratado; a lo sumo, habrá problemas en la última milla, donde se puede dar alguna congestión, aunque esto depende de varios factores, que no analizaré aquí. Es más: hasta el router Wi-Fi puede convertirse en un cuello de botella, si hay un número inusual de dispositivos conectados y se trata de un equipo añoso o de calidad dudosa.
Pero hay varias otras cuestiones made in home.
Las computadoras, pero también los teléfonos y las tablets, hacen cosas en segundo plano. No te dicen nada, pero de pronto empiezan a bajar actualizaciones de Windows (eso ocurre más o menos al terminar la primera semana del mes). Google y Apple actualizan sus apps, y prefieren Wi-Fi que 4G, por obvias razones. Las máquinas de los empleados de las multinacionales se ponen a hacer backup en la Nube, cosa indispensable, pero con una conexión casera no es lo mismo que con el vínculo de muy alta velocidad allá en las oficinas de la compañía; y además, por obligadas razones de seguridad, utilizan siempre una VPN (por Private Virtual Network), un túnel encriptado que, casi está de más decirlo, roba ancho de banda. Pero esperen, hay más.
Las conexiones hogareñas no son simétricas. La "velocidad" (permítanme la comillas) de subida es una cuarta parte de la de descarga. O sea, cuando mirás una película tenés cuatro veces más "velocidad" que cuando mandás tu voz y tu cámara en una teleconferencia. Con mi proveedor, puede llegar a ser solo la quinta parte de la velocidad descarga. Imagínense los ajustes que tuve que hacer para poder dar clases virtuales en la universidad. Básicamente, desconecté todo; y cuando digo todo es todo, salvo la computadora con la que di clases; y no usé video. De ese modo, mis alumnos pudieron oírme y ver el pizarrón y las aplicaciones que estaba compartiendo (una página web, una página de texto, una foto, y así).
Bueno, esto que he puesto hasta aquí apenas si roza la superficie del funcionamiento de Internet. Los expertos saben cuánto más intrincada es su dinámica hoy: los cachés de grandes compañías, redes de distribución de contenidos (CDN, en inglés), puntos de interconexión entre proveedores (o NAP, en inglés), los sistemas autónomos y sus rutas, y así. Sabrán asimismo disculpar algunas simplificaciones y reduccionismos, pero de otro modo esta columna se habría hecho eterna.
En resumidas cuentas, la Red, diseñada para tolerar mucho castigo y adaptable como ninguna otra tecnología en la historia, no colapsó. Algunos comercios de presencia se vieron súbitamente ante un escenario para el que no estaban preparados. En casa, algunas personas se dieron cuenta de que no podían hacer un uso normal de su conexión. Y es natural. Casi nada es normal estos días, y una de las que más normal se ha mantenido es, vaya, Internet.
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