Increíble: la insólita historia de cuando todo falla por culpa de una letra
Texto no apto para espíritus sensibles. Se recomienda discreción. Y un buen juego de destornilladores
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Esto es algo que los veteranos sabemos desde hace al menos 40 años, pero es tan insensato que nos olvidamos y volvemos a tropezar con el mismo obstáculo una y otra vez. Y no, lo que me mostraba la pantalla no podía estar pasando.
La historia es así: después de pasar horas esperando a que el nuevo Flight Simulator y otros juegos se cargaran desde los discos mecánicos de mi computadora principal, decidí ponerle otra unidad de estado sólido; un disco de estado sólido, o SSD por sus siglas en inglés, usa memorias flash en lugar de discos mecánicos, con lo que resultan mucho más rápido. Hagamos diez veces más rápido, muy grosso modo, porque en realidad depende de un montón de factores. Pero, sin duda, cambian por completo la experiencia de usar una computadora. El mismo título que, instalado en un disco mecánico convencional, tardaba cinco minutos (sí, cinco) en estar listo para jugar, con un SSD se carga en menos de un minuto.
Como los SSD han ido bajando de precio, llamé a mi proveedor de hardware y le pedí un modelo de 1 terabayte. En tecnología siempre hay detallecitos, así que para mandarme un modelo adecuado, me preguntó por el motherboard. Le dije que era un Gigabyte Z590. Tenía demasiadas cosas en la cabeza en ese momento para darme cuenta de que no era un Z590 sino un Z590m. Con una M al final. ¿La ven? Fantástico. La pasé por alto.
A vuelta de correo llegó el disco de un terabyte, diseñado para los nuevos slots M.2, no los SATA convencionales. Hagamos una pausita acá. La historia recién empieza y ya tenemos no una, ni dos, ni tres, sino cuatro siglas: SSD, Z590, M.2 y SATA. Si la industria tiene ganas de confundirnos o, lo que es más probable, es por completo insensible respecto del hecho de que los seres humanos somos malos recordando siglas raras, o, incluso todavía más probable, dan por sentado que los expertos somos expertos, pero no humanos, bueno, se equivocan en todos los escenarios.
Tornillo, pero tuerca
Sacamos pausa. Desarmar una computadora a la que hay conectados un estudio MIDI (más siglas), tres monitores, un UPS (¡ups!), la red y la impresora no es un picnic de primavera. Me dio trabajo, pero fui metódico y al final ahí tenía la máquina abierta en el piso. Como los manuales de los gabinetes tienden a estar mal impresos (si existen) y son tan claros como Hegel leído de atrás para adelante, tuve que deducir dónde estaba el slot M.2 para el nuevo disco. Estaba debajo de una placa disipadora de calor (eso está bien), ajustada con una tuerca que a su vez era rosca para el tornillo que iba encima de todo. ¿Un lío? Sí, bastante, pero he visto cosas peores. Además, al menos, los gabinetes actuales ya no tienen partes afiladas como navajas en su interior, así que zafás de terminar todo lastimado luego de armar una máquina.
Muy bien, luego de entender esta lógica retorcida, conseguí conectar el nuevo disco (que no es más grande que un módulo de memoria RAM; ver foto, arriba) y su correspondiente disipador. El tema, como saben, nunca es desarmar, sino volver a armar. Así que, por experiencia, tenía cada enchufe USB correctamente etiquetado, porque, como también saben, USB es más caprichoso que el clima, y si los cambiás de orden hay cosas que pueden dejar de andar (o no). Así que me llevó un buen rato armar todo otra vez. Y ahora la pantalla me mostraba algo que no podía ser: el disco no aparecía.
Aclaro algo: desde las primeras PC, si enchufabas un disco, el disco aparecía. A lo mejor sin partición o sin formato, pero aparecía. Es básico. Cuando digo que no aparecía significa que no estaba en el área del Administración de discos de las Herramientas administrativas de Windows. Por si acaso, incluso sabiendo que esto no iba a dar resultado, bajé la aplicación del fabricante (Kingston), que es muy recomendable, para ver si la dichosa unidad daba señales de vida. Pero nada, cero. Y era lógico, solo que todavía no conocía el motivo.
No me quedó más remedio que llamar a mi proveedor de hardware un sábado a la tarde, y por supuesto me atendió (por eso lo quiero). Lo que sigue no es apto para espíritus sensibles, así que pueden saltearse el siguiente párrafo.
¿Motherboard, con M?
Resulta que un disco M.2 va a funcionar en un motherboard Z590 a condición de que uses un microprocesador de onceava generación o superior. El mío es de décima (lo compré en junio del año pasado), y en ese caso todo habría caminado de haber adquirido originalmente (de nuevo, un año atrás) un motherboard Z590. Pero como en realidad es un Z590m, entonces no, señor, “no va a andar”, me dijeron.
Dicho más simple: un disco M.2 no es compatible con el slot M.2 adicional de ese modelo de motherboard con mi CPU. Obviamente, me ofrecieron cambiármelo por uno SATA convencional (aunque al final me quedé con el M.2, para ponerlo en otro equipo, cuya usuaria tiene más o menos las mismas necesidades de almacenamiento que una compañía de 100.000 empleados; no pregunten). Pero es por lo menos disparatado que haya invertido alrededor de dos horas de mi sábado, más todo lo que no pude luego reconfigurar, porque en una conversación de WhatsApp me olvidé una letra m.
Luego de tantos años, me temo que esto no va a cambiar. Casi el único individuo en esta industria que intentó cambiar esta lógica de siglas imposibles de recordar y a la vez críticas fue Steve Jobs, que en paz descanse. Por eso tenemos cosas como el iPhone. Si no, se llamaría i18Z41J o M76MH versión 5Sw. Etcétera.
Así que, consejo del estribo: si el vendedor les pregunta el modelo de algo, no se olviden de nada, ni una letra, porque las eses, las emes y las jotas –y tienen todo un abecedario para complicarnos la vida– pueden hacer que algo, simplemente, no funcione. Del todo.