GPS: la historia del hijo de la Guerra Fría que hoy te dice cómo llegar a destino
Nació hace medio siglo para ayudar al desplazamiento de unidades miliares con mayor precisión y hoy es una parte integral de nuestro día a día
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Compartir una ubicación o seguir un recorrido en tiempo real; pedir un auto; buscar un estacionamiento o un comercio cercano a nuestra ubicación actual; seguir un camino y ver en el punto exacto del recorrido en el que estamos; salir a correr y poder visualizar en el mapa el trayecto y la distancia recorrida: desde hace unos pocos años nada parece más rutinario que cualquiera de esas acciones. Como si fuésemos cíborgs con un celular o un smartwatch como una extensión de nuestro cuerpo, podemos saber con enorme precisión en qué punto exacto del globo estamos, y todo gracias a una sigla que ya es un nombre propio, y a la que casi nunca le prestamos tanta atención como se merece: el Sistema de Posicionamiento Global, o GPS, por sus siglas en inglés.
Para entender la genialidad de un invento es obligatorio situarse en tiempo y espacio. Con el Sputnik 1 -el primer satélite artificial puesto en órbita, en 1957, por la Unión Soviética- surgió la necesidad de conocer su ubicación, algo que en principio se logró gracias a la triangulación de su señal de radio. Y si podía rastrearse algo en el espacio, ¿cómo se podía hacer para, a la inversa, ubicar algo en la Tierra desde el cielo?
El primer intento se hizo por debajo de la superficie, en la década del 60, con los submarinos. Mediante ondas doppler, que permiten determinar si una fuente de emisión de ondas se está acercando o alejando del observador, se pudieron establecer el movimiento y la distancia, con una precisión aceptable para la época. Pero para llegar a lo que hoy se conoce como GPS habrá que avanzar algunos años más en la carrera espacial, con la aparición del sistema Navstar, en 1973.
Todo invento tiene un creador, y en el caso del GPS hay una disputa. Hay quienes se lo atribuyen a Brad Parkinson y hay quienes reclaman el reconocimiento para Roger Easton. Ellos y todos los involucrados en las investigaciones que condujeron al GPS trabajaron más o menos en los mismos conceptos. El primero, un sistema de satélites para trazar las órbitas terrestres; el segundo, el reloj atómico, de mayor precisión que los demás; y tercero, un sistema de señales digitales heredado de un proyecto de la Fuerza Aérea, el 621B. Con toda esa información sintetizada, el Navstar ya tenía un marco teórico sobre el que apoyar su implementación.
¿Qué requisitos debía cumplir un sistema de geolocalización? En principio, ser global. Si una embarcación necesitaba informar su ubicación, no podía hacerlo en una zona del planeta y en otra no. También debía ser continuo, funcional en todos los husos horarios y no verse afectado por las condiciones atmosféricas. Y preciso, porque (hoy lo sabemos) no es lo mismo ir por Alem que por Madero. Esos 100 metros hacen la diferencia.
El Departamento de Defensa de los Estados Unidos -a través del Pentágono, y en conjunto con la Armada y la Fuerza Aérea de ese país- pusieron en funcionamiento el primer sistema en 1973. Las pruebas para diseñar un mecanismo que cumpliera con todas las condiciones habían llevado varios años con tecnologías que hoy caben en un reloj pulsera, pero que en aquel entonces apenas eran teoría.
Los primeros once satélites se lanzaron entre 1978 y 1985, y todo el sistema tuvo capacidad operativa plena 10 años después, en 1995. Y en 1998 Bill Clinton firmó la orden para que el GPS Navstar pudiera ser empleado para uso civil. El GPS para las masas.
¿Pero el mundo estaba dispuesto a confiarle su ubicación a los satélites lanzados por los Estados Unidos? Definitivamente no. La Unión Soviética lanzó el sistema GLONASS, la Unión Europea hizo lo propio con el Galileo y China presentó el BeiDou. Cada uno de ellos cuenta con su propia constelación de satélites (la más chica es de 22, la más grande de 35), ubicados entre 19 y 20 mil kilómetros de altura de la superficie, y todos se encuentran operativos, aptos para los dispositivos compatibles.
“Cada equipo tiene un módulo de GPS que dialoga con satélites”, dice Agustín Domínguez Vidal, de Garmin, uno de los fabricantes clásicos de dispositivos de posicionamiento. La tecnología de la marca usa tres de los sistemas de geolocalización disponibles -GPS, Galileo, Glonass- que utiliza según la precisión que se necesite, o del consumo de batería que se quiera establecer, porque no son lo mismo cinco días en la montaña que un rato corriendo en la ciudad. La mayoría de los smartphones modernos implementa la misma técnica: cruza la información de más de un sistema de posicionamiento.
Cómo funciona el GPS
Para que un dispositivo pueda mostrar la ubicación tomará las señales de al menos cuatro satélites de la constelación (que todo el tiempo están dándole vueltas al planeta y emitiendo una señal que los identifica), y medirán el tiempo de respuesta desde el reloj o celular hasta cada uno de ellos. Y en base a una trilateración (que consiste en comparar esas señales con una tabla que almacena el receptor) conocerá el punto más o menos exacto de la ubicación (su latitud y longitud). Y todo en pocos segundos. Todos los sistemas hacen básicamente lo mismo, y su diferencia está, justamente, en la precisión con que marcan un punto en el globo. La disputa entre ellos parece ser más ideológica que técnica y más en el nivel de gobiernos que de usuarios. Aún así, fue recién en 2000 cuando EEUU aceptó que no tenía sentido esconder la precisión máxima de los GPS (que por ese entonces podían tener una precisión máxima para dispositivos civiles de 15 metros) y la amplió al actual de unos 2 metros (en condiciones óptimas).
Lo que en un principio fue una necesidad para la navegación y para los aviones, más tarde lo fue para los autos y en última instancia para las personas, estén o no subidas a un medio de transporte. Se dice -es una de esas historias difíciles de comprobar- que uno de aquellos visionarios de Garmin solía llevarse el GPS de su auto cada vez que salía a correr, para medir su velocidad, distancia y recorrido; y que de ahí surgió la idea de diseñar el primer reloj con GPS, con el foco puesto en el rendimiento deportivo. El primer sportwatch.
Cuando algo no se ve parece que no existiera, y todo ese avance tecnológico que hizo a los sensores GPS cada vez más pequeños y cotidianos no hizo más que invisibilizarlos, que estén ahí, pero no lo miremos. Para Domínguez Vidal también es sorprendente: “Es una mezcla de avance tecnológico y de la necesidad de las personas de llevar cada vez más registro de lo que hacen. Un reloj normal te deja ver cuánto tiempo corriste, pero la distancia, la velocidad y todas las otras métricas (sueño, frecuencia cardíaca, oxígeno en sangre, body battery) que también te da un reloj es algo que hace 10 años no existía”. Cuando Michael Knight le hablaba a su auto fantástico a través de su reloj era ciencia ficción; hoy es realidad.