Facebook y el infierno tan temido
En la parte inferior de mi pantalla, justo sobre la barra de tareas, corre todo el tiempo una cinta con los valores de las acciones de las principales tecnológicas. Recuerdo dos ocasiones en las que esa cinta (ticker, en la jerga), de apariencia a la vez críptica e insignificante, reveló que se avecinaba un cataclismo.
La primera fue en algún momento de 2007 o 2008, cuando esos números, que usualmente aparecen en combinaciones de verde (cuando la acción sube), rojo (cae) o blanco (sin cambios), estaban todos al rojo vivo.
Bueno, no podía ser, algo estaba pasando. ¿IBM, Apple, Microsoft, Red Hat, Cisco, AMD, Netflix, Intel, y un largo etcétera, todas para abajo? Fui a ver a mis amigos de la sección Economía, que me dijeron que estaban apareciendo los primeros indicios de una crisis financiera global.
La otra fue la semana pasada, cuando el símbolo de Facebook (FB) pasaba de derecha a izquierda junto a un número que no tenía sentido. La acción del gigante de las redes sociales se estaba desplomando más de un 20 por ciento. Al final de la jornada, había sufrido la peor caída desde que empezó a operar en Bolsa, en 2012, y de su valor de mercado se habían evaporado unos 120.000 millones de dólares (19% para abajo). Dos veces las reservas del Banco Central de la República Argentina. O diez veces el PBI de Malta. O alrededor de 1600 millones de barriles de crudo. En su caída, arrastró dos de los índices clave del mercado financiero, Nasdaq (el de las tecnológicas) y Standard & Poor (el de las 500 compañías más grandes).
Por supuesto, lo primero que a uno le viene a la mente –y lo que dijeron algunos analistas– es que este desastre se deriva directamente del escándalo de Cambridge Analytica. Creo que es un poco más complejo.
Allá arriba
Cuando ocurrió el Facebookgate, el valor de la acción de Facebook cayó 5 por ciento, y eso sonaba a mucho, aunque no era la primera vez que le ocurría algo así. Ahora bien, a juzgar por las proporciones que alcanzó el escándalo, ese 5% terminó siendo más bien leve. Pero hay un dato más interesante todavía. En su momento, mi impresión fue –y lo dije en los programas de TV que me convocaron para analizar el tema– que todo el asunto de Cambridge Analytica no afectarían demasiado a la compañía.
Y así fue. Desde abril, la acción fue recuperando el precio que tenía antes del Facebookgate, hasta superar aquél valor (unos 185 dólares) en un 18 por ciento, poco más o menos. Entonces, cuando la tormenta parecía haber quedado atrás, ocurrió algo que le pegó a la red social donde más le duele. Su informe de resultados decepcionó y además mostraba un crecimiento en usuarios cada vez más estancado. El clima bursátil estaba enrareciéndose para Facebook. En ese punto, durante la teleconferencia sobre sus ganancias con accionistas, analistas y medios, luego de que Zuckerberg minimizara el informe y destacara el inmenso éxito de Instagram, David Wehner, director financiero de la compañía (CFO, por sus siglas en inglés), cometió sincericidio y pronosticó que la rentabilidad y el crecimiento en usuarios de Facebook seguirían ralentizándose.
¡Pum! Ese día la acción del coloso se estrelló contra el piso. O un poco más abajo, en rigor; pero lo del piso no es una metáfora. Desde noviembre de 2017, la acción de la red social ha coqueteado con un promedio de 180 dólares. Lo que no estaba bien, dado el escándalo de Cambridge Analytica y los datos reales de la economía de Facebook, era ese 18% que llegó a alcanzar justo antes del colapso. Si sacamos esta anomalía –anomalía porque no había ninguna razón objetiva para que el valor de Facebook trepara tanto–, la caída de la semana pasada fue mucho menor y estuvo en el mismo orden que la de marzo, tras el Facebookgate. Y tuvo razones mucho más contundentes que el Facebookgate, como se verá a continuación.
El americano impasible
En mi opinión, el escándalo de Cambdrige Analytica fortaleció a Facebook. Quedaron en claro varias cosas que, a la hora de hacer negocios, son fundamentales.
Primero, que la red social es un factor de poder tan descomunal que su fundador tuvo que ir a dar explicaciones al Congreso de Estados Unidos, y solo titubeó una vez. ¿Quién no compra acciones de una compañía liderada por alguien que a los 33 años puede atravesar semejante estrés literalmente sin pestañear?
Segundo, Zuck fue lo bastante pícaro (bueno, siempre lo fue) para gambetear el único tema que de verdad preocupaba a sus accionistas, el del monopolio. Que quedara en evidencia que Facebook es un monopolio, como Google; o como Microsoft, IBM y AT&T en su momento.
Tercero, siempre es preferible que hablen mal de vos a que no hablen en absoluto, y para una organización cuyo crecimiento estaba mostrando signos de estancamiento, fue un montón de publicidad. Desfavorable, pero publicidad al fin, y con un añadido psicosocial clave. Facebook está envejeciendo y los adolescentes prefieren otras redes. Pues bien, Mark apareció ese día ante las cámaras como un teen rebelde way ante todos esos señores serios del Congreso; exactamente lo que andaban necesitando.
Cuarto, la privacidad es como la salud. No la valoramos ni la cuidamos hasta que aparecen síntomas preocupantes. Y lo de Cambridge Analytica salpicaba a la política, que de suyo tiene una pésima imagen en casi todo el planeta. Para la inmensa mayoría de los usuarios de Facebook las cosas siguieron como siempre.
De modo que la red social aprobó el examen, y eso se reflejó en el valor de su acción. Hasta que ocurrió lo inevitable: tuvieron que informar los resultados. Y no solo no fueron buenos, sino que el CFO salió a decir que seguirían siendo así, menguantes.
Salvavidas
Normalmente, lo que ocurre con una compañía pública (o sea, que cotiza en Bolsa) concierne a sus accionistas y, por supuesto, a sus empleados. No es el caso de Facebook (ni lo era en el de Microsoft, para mencionar un ejemplo reciente). El incidente de la semana última puso en evidencia algo que advertí en esta columna, es decir, que en este momento un inmenso ecosistema de emprendedores y pymes dependen del humor de Wall Street, de los accionistas de Facebook, del mercado. Si la red social colapsara (no creo que sea el caso, al menos de momento), arrastraría consigo una porción significativa de la economía occidental. Lo de la semana pasada no le ocurrió solo a Facebook, y para muchos negocios fue una mirada al infierno tan temido.
Más allá de las ventajas obvias que ofrece a las pymes la red social –en términos de automatización de las relaciones públicas y de la reputación–, tiene un talón de Aquiles demasiado serio para pasarlo por alto. En cambio, la Web está abierta a cualquiera y su funcionamiento no depende de un solo actor, de un solo directorio, de Wall Street. De hecho, Facebook existe gracias a la Web.
Esa caída del 19% la semana última (con las salvedades antedichas) debería representar una advertencia para las cientos de miles de pymes que optaron por las ventajas de Facebook en lugar de apostar a la Web. Hasta ahora, es obvio, les dio resultado. Pero sería por lo menos prudente que, dado el último susto socio-bursátil, le pidieran a sus community managers que registren un dominio y suban también un sitio Web. En los barcos eso se llama salvavidas. Y están ahí porque nunca se sabe.
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