¿Es posible pensar en una escuela sin pantallas?
Hace unos meses conocí a Laura, una educadora argentina que es la directora de una escuela pública de los Estados Unidos que en pocos años había logrado que su institución, a la que mayoritariamente concurrían niños inmigrantes de barrios de escasos recursos, con una mayoría que hablaba poco inglés, tuviera los mejores resultados en las evaluaciones de desempeño educativo. Eso hizo que las familias norteamericanas con mayores ingresos se pelearan para que sus hijos ingresaran a este establecimiento.
Uno de los mayores desafíos para esta directora es que estas nuevas familias comenzaron a declararse activistas del movimiento “sin pantallas”, es decir, que prohíben a sus hijos utilizar cualquier tipo de dispositivo tecnológico alegando que no existen datos en relación al daño cognitivo que producen en su desarrollo. Este fue el comentario que detonó mi interés por conocer más de la experiencia: cuando todos buscamos indagar sobre las "buenas prácticas" de incorporación de tecnología en las aulas "modelo", allí donde parecería que todo debería ser el contexto ideal, surgen también tensiones y desafíos.
Durante los primeros años de gestión, una de las propuestas de Laura y su equipo fue que todos los estudiantes tuvieran horas obligatorias en la sala de computación, sobre todo porque habían notado que pocos tenían acceso en sus casas a estos dispositivos, ya que eran un lujo que pocos podían darse.
Por otro lado, las evaluaciones nacionales se realizan digitalmente y cuentan con ejercicios en las que, por ejemplo, hay que arrastrar y soltar (drag and drop) un elemento en pantalla, algo que muchos estudiantes no sabían hacer por no estar en contacto con la tecnología. No había opción: para garantizar un buen examen, hay habilidades digitales necesarias que debían ser enseñadas en el espacio escolar. Para Laura, la tecnología era una herramienta necesaria para garantizar la igualdad de las condiciones a la hora de que sus estudiantes pudieran rendir un examen, y por supuesto este era solo el inicio para proyectarlos en sus futuros estudios o trabajos.
Para Laura también fue un desafío convencer a sus docentes, ya que solía escuchar en la sala de maestros que las tecnologías fomentan una distracción permanente, y esto es, en general, porque están asociadas a las redes sociales. Las pantallas eran un enemigo en común, ya que todos sabemos que la atención es la condición necesaria para el aprendizaje. Un reciente estudio sobre el uso de tecnologías en el aula, realizado en escuelas secundarias de la Universidad de Michigan, avala esta idea y concluye que el uso de Internet en clase promueve el ejercicio del multitasking, que va en detrimento de la atención plena e, incluso, produce en los estudiantes stress y ansiedad asociado al FOMO ( Fear Of Missing Out, por sus siglas en inglés) que da cuenta de la necesidad de sentir miedo a perderse de algo si no se esta conectado.
Por otro lado, una investigación de la Universidad de Duke hizo el seguimiento de un millón de estudiantes de escasos recursos durante cinco años que recibieron computadoras y conectividad como parte de un programa para reducir la brecha digital. Los resultados dan cuenta que hay una caída persistente en las calificaciones de lectura y matemáticas. Sin embargo, hay una causa que no es menor: en sus tiempos libres estos jóvenes, que mayoritariamente estaban solos en sus casas porque sus padres debían trabajar todo el día, estaban en las redes sociales como única actividad con estos dispositivos, a diferencia de otros jóvenes pertenecientes a otros niveles socioeconómicos, que contaban con una gran diversidad de actividades que promovían un uso controlado de Internet, además de un mayor seguimiento de sus padres en sus consumos digitales. Es decir, la tecnología no es suficiente para promover un uso con sentido, sino que necesita un contexto estimulante, además del acompañamiento de adultos o referentes que puedan conversar sobre las experiencias que se viven en el mundo digital.
Contrariamente a lo que creemos,los niños y jóvenes tienen variadas percepciones y hábitos en y sobre Internet y las redes sociales, muchas de ellas son negativas, como da cuenta el informe Chic@s conectados de Unicef o Compás Millenial de BID Intal.
Laura conocía estos riesgos y, sin embargo, su decisión fue avanzar con las horas de tecnología, con la convicción de que sus estudiantes debían usarla con el objetivo de aprender un uso responsable, aprovechando las posibilidades educativas. También sabía que la escuela era el único lugar para “practicar”, para todos los estudiantes de cualquier sector socioeconómico, cómo es ese acercamiento al mundo digital; y que prohibir es el camino más fácil, pero menos comprometido y desafiante para su plantel docente y para ella, como directivo.
Laura parafrasea al referente en educación Jerome Bruner en sus conclusiones: "si la educación es la puerta a la cultura, y hoy la cultura también es digital, no podemos dejarla entreabierta o mirar solo por la mirilla, tenemos que enseñar a aprender a leer ese mundo, y claro, a escribirlo también".
Melina Masnatta es tecnóloga educativa, fan del arte digital y cofundadora de Chicas en Tecnología