En secreto, Microsoft probó con éxito el primer centro de datos submarino
Entre agosto y noviembre de 2015 un data center operó a 10 metros de profundidad y a 1 kilómetro de la costa californiana, en Estados Unidos; la noticia se conoció sólo ayer
Siempre hemos preferido el mar. Posiblemente porque los océanos son pródigos en alimento, nuestra especie se inclinó, allí donde le fue posible, por asentarse en las costas. Aprendimos pronto a navegar, por lo tanto, y ampliamos así nuestras fronteras comerciales. No es raro que hoy, en promedio, la mitad de la población humana siga habitando dentro de los 200 kilómetros de las costas marinas. Por eso, en febrero de 2013, Sean James, empleado de Microsoft que había sido submarinista durante 3 años, tuvo una idea. ¿Por qué no llevar los centros de datos cerca de las costas? Es más: ¿por qué no llevarlos directamente al mar? Es decir, al fondo del mar.
Los centros de datos son conjuntos de servidores que ofrecen servicios de Internet, desde Skype o Facebook hasta el correo electrónico y el almacenamiento en línea, entre muchos otros. Constituyen el corazón de lo que hoy se denomina la Nube de Internet.
Aunque la idea de sumergir los data centers suena algo disparatada e implica una serie de desafíos, las ventajas podrían no ser pocas. Al estar más cerca de los usuarios el tiempo de respuesta de los servidores se reduce. Además, la temperatura ambiente es menor, lo que ayuda a disipar el calor producido por la electrónica. Incluso sería posible adosarle a cada centro de datos submarino una turbina que use la marea para producir parte de la electricidad que necesita. Cuestión no menor, aunque la compañía lo menciona vagamente, es que al colocar los centros de datos a decenas o cientos de metros bajo el mar se descarta cualquier posibilidad de un atentado.
James presentó su idea y un año después la compañía empezó a trabajar en el Proyecto Natick, que es básicamente un rack de servidores dentro un de tanque de 17 toneladas y 2,5 metros de diámetro lleno de nitrógeno. El primer prototipo, con el poder de cómputo de unas 300 PC, estuvo ofreciendo servicios reales a un kilómetro de la costa californiana entre agosto y noviembre de 2015 (105 días, para ser exactos), y desde diciembre último se encuentra de vuelta en los cuarteles generales de Microsoft para análisis y mejoras. Los primeros resultados son alentadores y ahora la compañía se propone una nueva etapa con un tanque 4 veces más grande y con un poder de cómputo 20 veces mayor.
Aunque el nombre Natick –dice la compañía– no tiene ninguna razón en particular y sólo se trata de una ciudad en Massachusetts, la primera cápsula subacuática fue bautizada Leona Philpot. La denominación, en este caso, es un poco más significativa. Leona es un personaje del popular juego Halo que se rompe el cuello al zambullirse en una piscina y queda confinada a una silla de ruedas. No puede decirse que sea la mejor elección posible, eso sí.
Natick es, desde luego, un experimento. Una buena idea, o al menos una idea interesante, que ahora debe probarse viable, tanto en el sentido operacional como en el económico. La compañía se propone que cada tanque dure 20 años y sus equipos se reciclarían cada 5, lo que requiere, claro, extraer la cápsula, poner un nuevo rack de computadoras, volver a llenarlo de nitrógeno presurizado y llevarlo otra vez a su ubicación en el jardín de pulpos.
Uno de los principales desafíos, según Microsoft, está en que, al revés de lo que ocurre con los centros de datos usuales, una vez que una de estas cápsulas es enviada bajo el mar no existe modo de corregir nada del hardware, y hasta la más humilde conexión puede causar serios problemas en una instalación de esta clase. El software, en cambio, puede emparcharse y actualizarse de forma remota.
Queda también por verse cuál sería el impacto ambiental de esta tecnología. Según Microsoft, las cápsulas no producen contaminantes y el calor que disipan no es significativo a escala oceánica. Esto es cierto cuando se trata de una cápsula con un solo rack de servidores, pero la Nube requiere literalmente millones de servidores. Cada tanque posee una serie de dispositivos para disipar en el agua las altas temperaturas que produce la electrónica. Lo de las cápsulas submarinas propuestas por James deberá ser, suponemos, objeto de un estudio independiente al respecto. El asunto es clave, porque en los centros de datos terrestres, la solución térmica constituye uno de los mayores costos de operar estas instalaciones, y por este motivo el Proyecto Natick le resulta tan atractivo a la compañía.
En todo caso, parece que, de nuevo, como hace decenas de miles de años y como es norma con los cables submarinos que transportan los datos de Internet, el océano ha vuelto a resultarnos un destino tentador.
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