Elon Musk va por todo, pero esta vez podría no salirle bien
Desde el lunes es el principal accionista de Twitter, aunque solo tiene un voto entre 12. ¿Pero la vox populi se controla con dinero?
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¿Qué es en realidad Twitter? Es un gran amortiguador. Un gigantesco freno de mano. Para poderosos influyentes o para usuarios con 20 seguidores, tuitear es, casi del mismo exacto modo que WhatsApp, una forma de ventilar. Presidentes, ministros, sindicalistas, secretarios y funcionarios de todo calibre, que deberían estar resolviendo y gestionando, tuitean. Algunos, sin filtro, cosa irresponsable, como mínimo.
Se anuncian por Twitter renuncias, ascensos, nacimientos, viajes, regresos, asaltos, decesos, accidentes, asesinatos, granizadas, tortas de cumpleaños, asados con amigos, precios apabullantes, oportunidades imperdibles, compras, ventas, ofertas y así. Pero, más que ninguna otra cosa, Twitter es opinión. Un intrincado ecosistema de algoritmos decide, de forma subrepticia (porque decir transparente sería exagerar, aunque sí es verdad que no lo llegamos a notar), qué, cuándo y cómo veremos todo eso que otros tuitean. Opinan. Sostienen.
Twitter es también fake news, asambleísmo perpetuo y memes. Memes a montones. Pero incluso así, incluso cuando ha elevado la pavada a la categoría de obra maestra, incluso cuando nos hace creer que tuitear es efectivamente cambiar algo en la realidad (no, casi nunca lo es, como tampoco cambia nada quejarse en un grupo de WhatsApp; más bien es al revés, contribuye a que nada cambie), incluso cuando ha hecho de la hostilidad, el patoterismo, la violencia verbal y el escrache un arte, una destreza y un bien aspiracional, incluso así el mundo es mejor con Twitter que sin Twitter. Acaso hemos descubierto que el ágora planetaria no era tan civilizada como anticipó la ciencia ficción. Pero es mejor esto, con todo y sus innumerables defectos, que mantener la vox populi silenciada, controlada, fiscalizada.
O, al menos, una parte de la vox populi; por eso Twitter no crece. Nos guste o no, somos, en parte, Twitter. Somos, en parte, WhatsApp. Ni siquiera los algoritmos logran evitar que la voz populi se haga oír, que rebalse, que desborde. Y que le salga por los poros todo eso oscuro que es asimismo parte de la naturaleza humana. Es lo que somos, dejemos de rasgarnos las vestiduras.
¿Qué es Twitter, entonces? Es un amortiguador, es un freno, es una válvula de escape, pero es también la posibilidad de opinar libre y públicamente por primera vez en la historia humana. Por eso es uno de los actores políticos más significativos de hoy. ¿Pero Facebook no es igual? No, no es igual. Twitter es una gran mesa de bar. Facebook es una gran romería.
Pero Twitter no ha logrado convertirse en el coloso que es Facebook; por el contrario, su desempeño bursátil no ha tenido mayores sobresaltos desde que salió a la Bolsa, en 2013. Ni siquiera la noticia tecno de la semana fue la culminación en ese sentido. El (aparente) apoyo de Elon Musk a la red de los trinos al quedarse con el 9,2% del paquete accionario hizo trepar un 25 por ciento, y llevó el papel a casi 51 dólares. Es mucho; el mayor crecimiento en un día desde su salida a Bolsa, aunque ayer ya había bajado diez dólares, y eso también es mucho.
Pero el mejor momento de Twitter en la Bolsa fue el 26 de febrero de 2021, cuando rozó los 77 dólares. En rigor, hay varias versiones acerca de esto; en los registros de Nasdaq, donde cotiza Twitter, el valor máximo llegó el 16 de febrero, con 74 dólares. En todo caso, fue durante el pico de la pandemia, cuando Estados Unidos superó el medio millón de muertos.
En total, Elon gastó casi 3000 millones de dólares, hizo una diferencia notable (para los accionistas), aunque transitoria, salió en las noticias, como a él le gusta, y ya. Twitter sigue siendo, como siempre, un negocio complicado, una papa caliente.
Sin embargo, Twitter es poder. Esa es toda la cuestión.
Andá a comprar el diario
¿Recuerdan cuando Jeff Bezos se compró The Washington Post, en octubre de 2013? Hubo especulaciones de todos los colores. Pero no pasó absolutamente nada de lo que se anticipó. El WaPo sigue ahí, casi diez años después, y sigue cumpliendo con su función –que es clave– dentro de la democracia estadounidense; Bezos simplemente contribuyó a modernizar su plataforma. Lo que realmente cambió es que Bezos, como escribí en su momento, podía ser el hombre más rico de la Tierra (como lo es Musk hoy), podía haber fundado compañías exitosas y disruptivas, pero seguía siendo solo eso, un hombre de negocios. Ahora tiene un diario. Ahora está escribiendo la primera versión de la historia. Y está rescribiendo la forma en la que se la escribe. El análisis, más extenso, puede leerse aquí.
Twitter es una nueva forma de periódico. Musk es uno de sus autores más populares, con 80 millones de seguidores (un dato que, más allá de que habría que desmenuzar minuciosamente, es contundente), y a la vez su fortuna es tan descomunal (más de 270.000 millones de dólares) que los 3000 millones que invirtió en Twitter es caja chica (incluso cuando representa la mitad de lo que el FMI le aportó al Estado argentino luego del último acuerdo por la deuda). Todo cierra. Musk se acaba de convertir en el principal accionista (aunque solo tiene un voto) y de inmediato se sentó en la mesa de directorio (donde deberá negociar con otros 11; ¿negociar, Elon, en serio?). Este acto, más que los 3000 millones, quiere decir que para él no será una simple inversión pasiva. Quiere estar ahí donde se modela la forma en que hoy se expresa la vox populi. Es Bezos al cuadrado.
¿Por qué? Porque Musk no es solamente un excéntrico y el hombre más rico del mundo (todo un personaje de película, y nada de esto es casual), sino que también es un obsesivo del control. ¿En qué gastó el dinero en realidad Elon el lunes pasado? En control. De todo lo que tiene alrededor, y como le ocurre a los poderosos del mundo hoy (incluido un presidente estadounidense en funciones, en su momento), Twitter es lo único que no controla. Ahora eso podría haber cambiado un poco. O eso es lo que él quiere creer.