El que no sabe es como el que no ve
Si una parte significativa del conocimiento humano está ahora en línea, ¿por qué hace falta memorizar nada?
Me han planteado esto muchas veces en charlas de amigos, clases y conferencias, con el consiguiente debate. Creo que hay algo de verdad en el asunto. Hace casi una década dije, en una entrevista que me hizo el portal Educ.ar, que hoy es mucho más importante saber preguntar que memorizar, y sigo pensando que no tiene sentido premiar al que se estudia las cosas de memoria y aplazar al que captó los conceptos, pero no pudo retener la fórmula. (Fórmula, dicho sea de paso, que el primero olvidará en 24 horas y que el segundo podrá fácilmente deducir cuando lo necesite. O ubicarla en Wikipedia.)
Pero todo esto no quiere decir que un cabeza hueca esté mejor preparado para el mundo interconectado. Es más bien al revés, en mi opinión. ¿Por qué? Porque la mente humana es casi seguramente más compleja que una serie de frascos de vidrio en una alacena. Es decir: memorizar no es lo que parece, y no me asombraría ni un poco que contar con más información –sí, de memoria– nos ayude a formular mejores preguntas, a razonar, a pensar en general.
Lo pondré en estos términos: si bien es cierto que los modelos educativos que premian el memorizar versus el comprender son opuestos, esto no quiere decir que estas funciones mentales estén trazadas tan candorosamente.
Para salir de dudas, hablé por teléfono con Rodrigo Quian Quiroga, el científico argentino que en 2005 descubrió la existencia de las neuronas de concepto, un hallazgo que vino a echar luz sobre el escurridizo mecanismo que emplea el cerebro para memorizar.
Rodrigo publicó en 2011 su genial Borges y la memoria , que presentó junto a María Kodama y Nora Bär en la Feria del Libro de ese año, y en el que, precisamente, se sumerge en el misterio de cómo recordamos.
Sin demasiado sonrojo le pregunté a Rodrigo cómo funciona la memoria. Que es algo así como preguntar qué es la realidad. Desde su oficina en la Universidad de Leicester, donde es profesor y director del centro de neurociencias, me dijo, con paciencia admirable: "Hay realmente muchos principios involucrados en la memoria. Uno es el de la abstracción. El cerebro guarda conceptos, generaliza, tiende a olvidar los detalles. La memoria es, además, un proceso creativo. Cuando recordás no pasás una película guardada en tu cerebro, sino que reconstruís esa película. Además, la memoria está también muy relacionada con la percepción. Percibimos quizás unos pocos centímetros cuadrados de la realidad, y el cerebro se ocupa de rellenar el resto, de reconstruirlo, y lo hace sobre la base de lo que recuerda".
¿Memorizar implica destilar conceptos y olvidar detalles? ¿Recordar es un proceso de recreación y no de dócil reproducción? ¿Percepción y memoria son, si no hermanas, al menos socias? Como me lo temía, memorizar no se parece en nada a lo que creemos que es memorizar. Quizá sea hora de volver a Proust, ahora que lo pienso; también para las neurociencias recordar es un acto de creación. Por este motivo aprender de memoria es perder el tiempo, no porque saber cosas sea inútil. Subiré la apuesta: memorizar como loros es malo justamente porque intenta usarse el cerebro para una función que no le es propia.
Estaba tentado de citar aquí a Plutarco, cuando escribe, "la correcta analogía para la mente no es la de una vasija que debe llenarse, sino la de un madero que debe encenderse". Aparece casi siempre parafraseada como: "El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender". Y suena de lo más bien, pero el contexto es muy diferente de aquél en el que suele mencionarse, aunque no menos revelador. Los interesados pueden revisar un análisis en este foro: www.realspellers.org/forums/orthography/291-plutarch-had-it-2-millennia-ago
Dato, información, conocimiento
El usar la mente de formas contrarias a su naturaleza no es tan malo como parece; digo, somos capaces de memorizar las tablas y poemas y fórmulas, al menos durante un período. Pero hacerlo supone un esfuerzo adicional al de recordar la cara de tu madre o si te gustan más las cerezas que las peras. Este esfuerzo conlleva algún grado de sufrimiento. No es que nos vayamos a herniar por aprender en qué año fue la Batalla de Waterloo, pero tal vez por esto la memoria tiene tan mala prensa.
Es peor, me parece. Además de que se subestima su funcionamiento, creemos que no sirve más que para fabricar eruditos. "Es raro –me dice Rodrigo–, entre los griegos clásicos, por ejemplo, tener buena memoria era una gran virtud. Ahora es al revés." Y cuando este hombre habla de buena memoria no se refiere a Funes ni a personas con síndrome de savant. "Un componente fundamental del pensamiento es el de hacer asociaciones entre memorias –añade Quian Quiroga–. No se trata sólo de memorizar, sino de entender."
Hablando de estas cosas, el miércoles, en un almuerzo, Norberto Lerendegui, director de la escuela de ingeniería y tecnología del ITBA y actual director para América latina del IEEE , comentó: "Internet está llena de datos, pero se suele confundir dato con conocimiento. Por ejemplo, decir La temperatura es de 25º C es un dato. Si en cambio decís La temperatura es de 25º C , está templado, es información. Información es un dato dirigido, un dato que tiene intención. Conocimiento es algo más profundo, es interrelación. Conocimiento hay cuando se dice Si la temperatura es de 25º C no hay que ponerse pulóver . Para poder generar conocimiento hay que interrelacionar los datos, y eso requiere usar nuestras neuronas, nuestro cerebro".
Ni más ni menos. Advertimos tres hechos cuando aprendemos cosas: nos damos cuenta de cuánto todavía no sabemos; esto nos despierta más curiosidad, y por último notamos que nos cuesta cada vez menos retener más información, lo que nos lleva de nuevo al punto uno, y así. Es el círculo virtuoso del aprendizaje, y el Sólo sé que no sé nada socrático se refiere a esto, no a que si no sabés nada de nada entonces sos un groso como Sócrates.
Por cierto –y antes de que quede la impresión de que a la memoria es menos confiable que un carterista y que recordar es lo mismo que hacer dibujitos al azar en un papel–, también somos capaces de almacenar datos duros, detalles; muchas veces –como me explica Rodrigo– relacionándolos entre sí, y esta destreza elemental, basada en una función infinitamente más rica –sí, sí, la memoria–, se ejercita.
Le pregunto a Rodrigo si se entrena la memoria. "Al estudiar la entrenás", me responde sin dudarlo. Pero no somos máquinas, insiste Rodrigo, mientras hablamos, y lo repite también en su libro.
Saber es maravillarse
He aquí la cuestión. La memoria humana no está diseñada como un pendrive. No le pidamos eso. O, al menos, no le pidamos sólo eso. Está para más. En serio, está para más. Y ese más también es memoria, la más humana de las memorias, la que tiene por combustible la curiosidad, la del hambre de saber que se despierta por el interés, y que, supongo, se inicia el día en que, tempranamente, una explicación nos maravilla y entonces esos datos se fijan de tal modo que, aunque no es su misión principal, podemos citar más tarde una parva así de alta de fechas y nombres. De memoria. Pero no la vamos de eruditos; todos esos datos son un subproducto de nuestro interés por algo.
Gran parte del sufrimiento que se asocia (injustamente) con el memorizar tiene que ver con que nos obligan a incorporar datos por medio de la repetición mecánica e inexplicada. Los recuerdos no se graban. Los recuerdos se inspiran.
Doblemente injusta es la mala fama de la memoria, porque hay incluso un placer asociado al recordar. Hay, tristemente, también, pesar, pero un pesar que nos define. Porque, ¿no somos, acaso, en parte, nuestras memorias y, todavía más, no es la manera en que nos recordamos uno de los mecanismos que tiene nuestra conciencia para mantenerse íntegra?
Volviendo a la utilidad de la memoria, no enseñamos a preguntar, sino a almacenar datos. Eso es poco eficiente en general, y en estos tiempos más aún, porque (casi) toda la información está en Internet. Sí, pero lo que vengo a descubrir, luego de hablar con Quian Quiroga, es que nuestra memoria e Internet no tienen nada en común. Pienso que se complementan y que por eso la Red le sirve más al que más sabe, no al revés. La pregunta disruptiva, creativa, la que cambia el mundo, no se basa en la más supina ignorancia, sino en el conocimiento. Las otras no son preguntas. Son meras consultas.