El nuevo integrante de mi familia es un robot
Las aspiradoras autónomas de iRobot, una compañía fundada en 1990 por expertos en robótica del Massachusetts Institute of Technology, fueron lanzadas en 2002. Su nombre, pegadizo y a la vez un levemente delirante juego de palabras, se hizo rápidamente popular. Las llamaron Roomba y se convirtieron en algo así como el estándar del mercado. Hubo un precedente, llamado Trilobite, de Electrolux, hoy discontinuado, y en la actualidad la lista de robots domésticos enumera modelos de algo más de 15 marcas.
Por supuesto, una cosa es ver en YouTube los numerosos y a veces hilarantes videos de Roombas haciendo su trabajo (con o sin gatos sentados arriba; más sobre esto enseguida) y otra muy diferente incorporar un robot a la familia. Eso fue lo que ocurrió en estos días, cuando llegó la primera aspiradora autónoma a casa. Es cierto, pasó mucho tiempo desde 2002, y dada mi debilidad por la tecnología, me habría gustado tener una Roomba mucho antes. Pero esa demora tiene una explicación.
El caserón en el que habité hasta 2015 no era apto para una aspiradora autónoma. O, para decirlo con más precisión, sus numerosos cuartos separados por gruesos y sólidos umbrales de madera habrían reducido la autonomía del equipo a una sola habitación por vez; y esa no es la idea. Demasiado costosa para una tarea tan limitada.
Ahora, en la nueva casa, encontramos un problema que ameritaba incorporar automatización. Resulta que el living, el recibidor y la cocina están integrados. En una zona semi rural y con el inveterado hábito de los mininos de perder pelo, no había forma de mantener en condiciones ese gran espacio ni un día completo. Entra en escena Rumbi, como la apodamos, un modelo básico pero eficiente de la serie 800 (un 877, para ser precisos).
Como sabrán los entendidos, el 877 carece de Wi-Fi y app móvil. La decisión fue adrede. Hice lo mismo con los aires acondicionados y otros equipos hogareños. Prefiero que no tengan conexión con Internet. ¿Por qué? Porque controlar una aspiradora de forma remota puede resultar útil alguna vez, pero al mismo tiempo podría abrir las puertas del hogar a los piratas informáticos. Así que, hasta que estas tecnologías no demuestren una solidez a toda prueba, prefiero dejarlas afuera. El asunto es lo bastante grave que el debate llegó hasta el Senado estadounidense (lo que es, como mínimo, rarísimo).
En todo caso, apretar un botón en el control remoto de un aire acondicionado o en la Roomba no representa demasiado esfuerzo.
Estado de shock
Rumbi fue especialmente sencilla de desempacar y aprestar. Demasiado, en comparación con el fuerte impacto que tendría sobre mí, un rato después, cuando la pusimos en marcha. En ese instante caí en la cuenta de que, finalmente, un robot había llegado a mi hogar. Lo primero que me vino a la mente fueron escenas de mi niñez: mamá pasando la lustraspiradora, una de esas que tenían más o menos el tamaño de una Roomba, con luces adelante (no sensores de proximidad, suciedad o de caídas) y un largo mango detrás del cual colgaba la bolsa para los residuos. Sólo que ahora no había ni mango, ni bolsa, ni persona.
Ahí estaba el robot, incontrastable, empezando a reconocer el territorio con la persistencia tenaz de las máquinas, y este salto cuántico había ocurrido en sólo unas pocas décadas. Es raro. Aunque vengo escribiendo sobre estas tecnologías desde 1986, y a pesar de que nada de lo que ofrece una Roomba (o cualquier otra por el estilo) me resulta desconocido ni es una novedad extravagante, fue como sentir en carne propia lo extraño, a veces ajeno, de la época en la que vivimos.
Mis gatos, en cambio, opinaron que era alguna otra de esas cosas ruidosas propias de los humanos y primero se subieron a lugares altos para observar los movimientos erráticos del robot (no son erráticos, solo lo parecen) y a los pocos días llegaron a la conclusión de que era inofensiva y se limitaron a correrse de su paso cuando se les venía encima. Eso de subirse sobre el robot y dar vueltas de acá para allá no pareció resultarles atractivo. Y el manual de instrucciones lo desaconseja enfáticamente.
Eppur si muove
Pasado el impacto inicial, me puse a observar el comportamiento de mi primer robot. En apariencia, y solo en apariencia, Rumbi estaba bajo los efectos de alguna droga alucinógena, a juzgar por su peregrinaje azaroso y vacilante. Pero no. Estaba siguiendo su algoritmo de limpieza al tiempo que se orientaba entre sillas, muebles y gatos. Con el paso del tiempo estaba claro que, a su modo, metódicamente, pero a la vez mediante un comportamiento extraño para la mente humana, la máquina lograba su propósito. Esto es, cubrir toda la superficie posible de la manera más eficiente y haciendo hincapié allí donde detectaba más suciedad.
La dejamos trabajar, y, con las luces apagadas y en lo que dura una película, Rumbi había logrado dejar ese área impecable y había regresado a su dock, por las suyas, para recargarse. El silencio en el living, con el robot en reposo y recobrando energías, la verdad, fue un poco sobrecogedor. Solíamos leer escenas así en la literatura de ciencia ficción. Y ahora estaba ocurriendo. Miren que he visto cosas, pero esa escena fue a la vez tan cotidiana, tan intimista y tan disruptiva que se ha convertido en un hito.
Pros, contras y algunos bugs
Es cierto que elegí, luego de una larga pesquisa, uno de los modelos con mejor crítica de iRobot, pero el hecho es que hizo su trabajo admirablemente. Con todo, siempre hay algunas cosas por observar. La más preocupante es que, luego de varios usos, los contactos de carga se ensuciaron (lógico) y la Roomba empezó a desconocer al dock de carga. En sus intentos por atracar, por momentos torpes y empecinados, terminó moviéndolo hasta una posición que hizo fracasar toda la maniobra. Luego de limpiar los contactos, el problema se solucionó. (También es posible que el dock propiamente dicho se haya colgado, pero todo apunta a que los contactos sucios son los principales sospechosos. A propósito, pueden limpiarse con una simple goma de borrar, preferentemente para tinta.)
En rigor, estos dispositivos requieren bastante mantenimiento. El compartimiento para la suciedad debe descargarse después de cada trabajo, por ejemplo; y hay que limpiar los filtros una vez por semana (dos, en mi caso, porque tengo mascotas). O sea que hay todavía mucho paño para cortar en cuanto a la autonomía.
Otra cosa. Rumbi es particularmente hábil en salir de encerronas, pero con un banquito que tenemos en un rincón se encontró con un problema que su inteligencia sintética no pudo resolver. Al intentar salir de abajo del banco, lo desplazaba (el robot choca suavemente contra los muebles, para asegurarse de limpiar todo alrededor), de modo que las coordenadas precedentes dejaban de tener efecto, y volvía a impactar contra la pata opuesta, que aparecía en un lugar inesperado, y otra vez desplazaba el banco unos centímetros. Al final nunca le cerraban los números, porque el mueblecito estaba cambiando de posición levemente a derecha e izquierda todo el tiempo. Después de un tiempo prudencial, la liberé de su encierro. Afortunadamente, no me dio las gracias.
Fuera de estos detalles, hay un hecho que no deja de impresionarme. A veces, en casa, un robot anda dando vueltas por el living.