El gran desafío de las fábricas en China: reconvertir la mano de obra barata por robots
Shao Chunyou es el vivo ejemplo del sueño chino. A lo largo de tres décadas, pasó de ser un trabajador de línea de ensamblaje a ser el propietario de un negocio de aparatos electrónicos, después de que China salió del estancamiento económico para convertirse en la segunda economía más fuerte del mundo. Ahora es dueño de dos fábricas donde trabajan más de 2000 trabajadores.
Actualmente, puesto que China está cambiando, Shao debe reinventarse de nuevo.
El crecimiento acelerado se desvanece. La competencia se ha intensificado. Y en un país al que algunas veces llaman la planta de producción del mundo, en ocasiones parece que ya nadie quiere trabajar en una fábrica.
"En aquel entonces había más trabajadores y menos fábricas", contó Shao, refiriéndose a los viejos tiempos. "Ahora tenemos que rogarles a los trabajadores".
En efecto, la economía de China está desacelerándose y las políticas gubernamentales han dificultado las operaciones empresariales para muchos. No obstante, hay fuerzas más grandes y extensas en acción que desafían a los empresarios como Shao, quienes sacaron a China de la pobreza.
China ha ascendido en la cadena de valor y sus habitantes han ascendido junto con ella. Desean salarios más elevados y una vida mejor. China dejó de ser la fábrica barata del mundo.
Ahora, si espera continuar creciendo a paso constante, el país debe incorporar la manufactura de alto valor, la automatización y la innovación. El éxito depende de la capacidad de personas como Shao de darle un giro a sus métodos de negocio tradicionales.
El giro que dará Shao no será sencillo ni barato. Está remplazando a las personas con robots; está creando dispositivos más sofisticados que podrían desconcertar a los imitadores, pero que también podrían ser desastrosamente costosos si fallan, y, en un cambio para un hombre de negocios que se enorgullece de hacer las cosas solo, por primera vez ha aceptado ayuda directa del gobierno.
"Hacer negocios es como soltar la flecha de un arco", explicó Yu Youfu, la esposa de Shao. "Una vez que está en movimiento, no hay marcha atrás".
Todo mundo llama "jefe" a Shao, incluso su esposa. Shao, es un hombre corpulento con cabello esponjado, que se presta a comparaciones con el del presidente de Estados Unidos, y es el dueño de una empresa de aparatos electrónicos llamada Quankang. Yu, una mujer delgada y vivaz, supervisa las operaciones de la fábrica, las finanzas y la administración. Su hijo de 27 años, Shao Qiang, dirige el departamento de investigación y desarrollo de Quankang. Anteriormente, la compañía fabricaba piezas para teléfonos inteligentes y otros dispositivos, aunque ahora ha puesto la mira más lejos.
La familia está definida por sus fábricas. Durante años, la pareja durmió en su oficina, que se encuentra junto a la fábrica, y de vez en cuando Yu todavía se queda a dormir ahí, a pesar de tener un espacioso apartamento a 15 minutos de distancia en auto.
"Duermo mejor con el sonido de las máquinas", dijo. "Si son ruidosas, significa que están funcionando".
Shao nació en Jiujiang, una ciudad de tamaño mediano en China continental. A los 16 años, se convirtió en aprendiz de carpintero y ganaba aproximadamente 60 centavos por día, apenas lo suficiente para alimentarse.
En 1989, el mismo año que las autoridades acribillaron a los manifestantes en la plaza de Tiananmén, Shao, quien entonces tenía 20 años, se dirigió al sur. Den Xiaoping, quien entonces era el líder supremo de China, había abierto zonas económicas especiales (básicamente zonas donde los emprendedores podían iniciar negocios y atraer inversionistas extranjeros) en ciudades sureñas como Shenzhen y Zhuhai. Las fábricas recién construidas estaban contratando personal.
En 2004, Shao abrió una empresa pequeña de moldeado de metal al mismo tiempo que trabajaba en su empleo diurno. Yu se encargaba de atender a los clientes y de llevar la contabilidad. Nombraron a la empresa Quankang, que significa "todo saludable" o "todo bien". Mandaron a su hijo al pueblo para que lo criaran sus abuelos, tal como habían hecho muchos trabajadores migrantes en China. Dos años después, se mudaron de Shenzhen a la colindante Dongguan, una ciudad de edificios de fábricas económicos.
El gobierno y los bancos del Estado por lo general no ayudaban a los propietarios de negocios pequeños como Shao y Yu, por lo que al principio batallaron. En una ocasión tuvieron que rechazar a un cliente importante porque no tenían el efectivo para comprar el material. Para ganarse a otro cliente, alquilaron una máquina gigantesca de metalistería y la trasladaron a su fábrica durante la noche para demostrarle al cliente, quien los visitó la mañana siguiente, que podían hacer el trabajo. Consiguieron el pedido.
Pero conforme China comenzó a madurar, los negocios se volvieron más complicados. Surgieron competidores. La fijación de precios se volvió despiadada. Shao y Yu se dieron cuenta de que debían evolucionar o morir.
En 2015, la pareja comenzó a trabajar con fabricantes como Xiaomi y Huawei para producir piezas de metal clave para sus audífonos cuando las ventas de teléfonos inteligentes remontaron. Solicitaron préstamos bancarios por millones de dólares e invirtieron en 120 máquinas para producción. La apuesta rindió frutos hasta que la competencia se volvió tan feroz que comenzaron a considerar fabricar productos difíciles de imitar, como los electrodomésticos.
"En China, una vez que tienes un producto que se vende bien, muchas compañías se apresuran a fabricar lo mismo", afirmó Shao.
El mayor problema que enfrentan la pareja y muchos otros manufactureros chinos es el creciente costo de la mano de obra y la cada vez más pronunciada escasez de trabajadores.
Shao y Yu, les pagaban a sus trabajadores aproximadamente mil renminbis al mes en 2004, o alrededor de 150 dólares al tipo de cambio actual. Ahora el salario se incrementó hasta cinco veces y puede elevarse hasta ser ocho veces más.
En 2017, idearon un plan ambicioso de supervivencia: mudarse, escalar en la cadena de valor y automatizar la fábrica.
Quankang trabaja con Xiaomi en el diseño y la fabricación de electrodomésticos inteligentes como calentadores y ventiladores eléctricos. Shao y Yu planean construir tres líneas de ensamblaje automatizadas. Se espera que la primera comience a funcionar en marzo.
Esta es la primera vez que Quankang acepta apoyo directo del gobierno. La campaña de modernización de Shao tendrá lugar en más de doce hectáreas lejos de Dongguan, en la provincia vecina de Hunan. El gobierno local le está otorgando el terreno a Quankang casi de manera gratuita. De acuerdo con Shao, el gobierno local del condado de Yanling está más interesado en la recaudación de impuestos y la generación de empleos que en los ingresos por venta de terrenos. Hasta ahora, se ha gastado casi 12 millones de dólares en la planta de Hunan.
El progreso de China comenzó cuando el Partido Comunista dio rienda suelta a los emprendedores del país y los dejó actuar casi completamente solos. Esta siguiente etapa de crecimiento podría no ser tan sencilla. Para darles una mano, el gobierno central está invirtiendo grandes cantidades de dinero en la actualización de los procesos de manufactura. Los funcionarios locales de las provincias menos desarrolladas buscan atraer a las empresas para imitar el milagro económico del sur de China.
Para empresarios como Shao y Yu esto es bastante atractivo, pues están desesperados por encontrar un nuevo nicho para sobrevivir y progresar.
"El negocio de nuestras fábricas no es tan bueno como era antes", contó Yu. "Pero como ya lo hemos estado haciendo, seguiremos dando batalla porque detrás de nosotros hay un precipicio. Si damos marcha atrás, caeremos en él".
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