El efecto Snowden y el fin de la intimidad
Las filtraciones del exanalista de la NSA han generado una toma de conciencia en la cuestión de la privacidad; hablan Jeff Jarvis y Nicholas Carr sobre los límites de lo íntimo en esta era
El pasado martes 2 de junio marcó el hito. Ese fue el día en que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, rubricó una ley que por primera vez desde el 11-S limitaba los poderes de la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional que desplegó en el arranque del siglo XXI un sistema de vigilancia masivo y global sin precedentes. Una maquinaria de control que durante años, y en el nombre de la seguridad, rastreó comunicaciones, vigiló llamadas telefónicas privadas, gastó 250 millones de dólares en influir en los diseños tecnológicos de las grandes de Silicon Valley, crackeó comunicaciones encriptadas y penetró en los móviles de líderes mundiales, entre ellos, el de Angela Merkel.
El hecho de que Estados Unidos haya pasado de hablar de la Patriot Act a la USA Freedom Act, un gran cambio de la música —habrá que ver en qué queda finalmente la letra, y, en particular, la letra pequeña; para empezar, el espionaje de la NSA fuera de EE UU sigue en pie— es algo que hay que agradecerle, fundamentalmente, a un señor que quiso que el mundo tomara conciencia del alcance del sistema de vigilancia masivo implementado por los halcones de Washington sobre los rescoldos del atentado terrorista del 11-S: Edward Snowden. El analista norteamericano, hoy afincado en Rusia, dio carpetazo a la edad de la inocencia evidenciando que los servicios de inteligencia accedían a los servidores de empresas tecnológicas; puso de manifiesto que nuestra vida digital es mucho más transparente de lo que pensábamos. Y a las grandes no les quedó más remedio que mover ficha.
Facebook, Google, Apple y Microsoft son algunas de las compañías que a finales de 2013 lanzaron una campaña contra la recolección masiva de datos. Algo que, en cierto modo, les compromete a ser más pulcros en el manejo de los nuestros. Yahoo anunció en abril del año pasado que encriptaría (por defecto) las comunicaciones de sus usuarios. Y esta semana Google lanzaba una campaña para comunicar las mayores opciones de privacidad que ofrece.
Nos queda mucho —si no, casi todo— por saber sobre lo que realmente se hace con nuestros datos. Pero, al menos, la sensibilidad en torno a la cuestión está en el aire.
Ni corto ni perezoso, Tim Cook, el consejero delegado de Apple, lanzó el pasado 3 de junio un dardo a otras grandes de Silicon Valey que hacen negocio con los datos de los usuarios. Reclamaba la necesidad de estimular el encriptado de las comunicaciones como sistema de defensa ante los atropellos de la privacidad. Dijo que la información privada es un derecho humano básico.
No hay que entusiasmarse con los avances. Nos queda mucho —si no, casi todo— por saber sobre lo que realmente se hace con nuestros datos. Pero, al menos, la sensibilidad en torno a la cuestión está en el aire. Antes, a los que reclamaban el encriptado de las comunicaciones les llamaban paranoicos.
La reacción de las grandes compañías no hace otra cosa que dar respuesta a una inquietud ciudadana. Un 78% de los usuarios españoles muestra preocupación por la seguridad de sus datos personales —frente a un 57% europeo—, según el informe Estado de la Privacidad publicado por Symantec el pasado mes de febrero: los europeos consideran que empresas y gobiernos no están haciendo lo suficiente por mantener sus datos a salvo. Y el 81% de los norteamericanos se declara inseguro al compartir información privada en redes sociales, según el estudio publicado en noviembre de 2014 por el Pew Research Center. ¿Nombre del estudio? Percepción pública de la seguridad en la era Post-Snowden.
¿A alguien le importa la privacidad?
El auge entre los más jóvenes de una red social como Snapchat, en la que los mensajes que la gente envía desaparecen a los pocos segundos de ser leídos, podría indicar que la inquietud en torno a la cuestión crece entre las nuevas generaciones. Pero la aceptación de cookies sin excesivos miramientos con tal de acceder a servicios (presuntamente) gratuitos que se nos ofrecen en la Red apunta a que, de hecho, no dedicamos demasiado tiempo a preservar nuestra privacidad.
Dos gurús de distinta escuela, el tecnoentusiasta Jeff Jarvis y el tecnoescéptico Nicholas Carr, debaten sobre los límites de la intimidad en la Red.
Jeff Jarvis , bloguero de referencia, profesor de Periodismo de la City University de Nueva York (CUNY) y autor de Partes privadas. Privacidad en Internet (Gestión 2000, 2012) y de El fin de los medios de comunicación de masas (Gestión 2000, 2014), afirma en conversación telefónica desde Nueva York que la intimidad necesita de protección, sí, pero que lo importante es que la gente pueda compartir contenidos: "No debemos entrar en pánico con la privacidad hasta el punto de que acabemos encerrándonos en nuestros caparazones".
Por su parte, Nicholas Carr, finalista del Premio Pulitzer con Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011), que el año pasado publicó Atrapados: Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas (Taurus, 2014), sostiene, también en conversación telefónica desde su casa en Colorado (EE. UU.), que es complicado mantener la intimidad si uno está conectado: "Creo que hay una erosión de la privacidad relacionada con el hecho de estar conectados y en las redes sociales; por estar expuestos y por poder ser rastreados".
Los riesgos en el campo de la privacidad
Jeff Jarvis: Me preocupa lo que hacen los gobiernos. Se presentan como los mejores protectores de la privacidad cuando en realidad son su peor enemigo. Pueden reunir, como nadie, información sobre nosotros y usarla en nuestra contra. Como norteamericano, siento lo que mi gobierno ha hecho. También creo que, a veces, lo que llamamos entregar la privacidad es en realidad hacer una transacción. Cuando compro un libro en Amazon, saben lo que compro y me recomiendan en función de lo que me gusta: eso añade valor. Cuando la NSA robó información de la gente, era algo de lo que no se era consciente y sobre lo que no se podía tener control.
Nicholas Carr: En la parte práctica hay un desequilibrio de poder de modo que no somos conscientes del alcance que tiene la violación de nuestra privacidad cuando estamos conectados. En otras palabras, no se nos permite saber exactamente qué información sobre nosotros está siendo almacenada, compartida o usada para anuncios o para otros propósitos. Ese desequilibrio de poder nos deja abiertos a la manipulación y a la explotación. Y esto ocurre con compañías comerciales que nos crackean y con gobiernos que nos siguen la pista secretamente. En términos filosóficos, se está perdiendo un espacio privado en nuestras vidas, no somos tan libres para pensar de un modo distinto. Al estar expuestos, estamos permanentemente componiendo una imagen pública en vez de explorar nuestros pensamientos y sensaciones, lo cual nos hace menos interesantes. Pensamos demasiado en cómo nos ven los demás, podemos contar los Me gusta, somos demasiado conscientes del atractivo de nuestra imagen pública, nos obsesionamos con ello y se produce un estrechamiento de nuestra identidad por estar constantemente exhibiéndonos.
Google, Facebook y la transparencia
Jeff Jarvis: Todos lo pueden hacer mejor en lo tocante a la transparencia, dejando más claro lo que hacen con los datos, pero no creo que hagan nada terriblemente malo. No podemos demonizar las cookies, haciendo que den miedo y parezcan el mal. No lo son. Pero hay que darle a la gente la información de por qué se instalan, en qué le beneficia; y darle un cierto control.
Nicholas Carr: Nuestra experiencia, con la información que vemos en sitios como Facebook, o con la que nos muestra Google, puede ser manipulada por esas compañías que tanto saben sobre nosotros y que tanto control tienen sobre la información a la que tenemos acceso; nosotros no nos damos cuenta de que estamos siendo manipulados. Estas compañías no son nada transparentes. Quieren que seamos transparentes, pero ellas no lo son.
Debate sobre la cesión de datos médicos
Jeff Jarvis: ¿Por qué no publicamos la información sobre salud? Uno, en Estados Unidos, por miedo a perder el seguro médico. Pero eso se puede regular. La otra es el miedo a perder un trabajo. Pero también se puede legislar para que no haya discriminación cuando alguien esté enfermo. También hay miedo por el rechazo de nuestra comunidad. Pero en este caso habrá que actuar sobre la comunidad, esto no es la Edad Media, nadie debería sentir vergüenza por estar enfermo. Compartiendo información sobre la salud se pueden extraer grandes beneficios para todos: más datos pueden llevar a más conocimientos y, tal vez, a salvar vidas.
Nicholas Carr: Cuando nuestra salud y nuestros signos vitales están siendo rastreados por un reloj de Apple o con la pulsera Fitbit, se nos plantean más preguntas: ¿tienen las compañías aseguradoras o los gobiernos acceso a esta información? Por eso es importante que sepamos qué está siendo recogido y cómo está siendo usado.
Los límites en la privacidad
Jeff Jarvis: Hay muchos. No todo deber ser público. Lo primero, porque resultaría tremendamente aburrido. Todos tenemos una privacidad. En última instancia, es lo que no decimos. El problema no es la tecnología, sino el mal uso que otro ser humano le pueda dar.
Nicholas Carr: Necesitamos más información de cómo están siendo rastreados y almacenados nuestros datos. El mejor modo de evitar la manipulación es poder ver cómo se usan y tener un control sobre ellos.
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