El distanciamiento social está muy bien, pero sería imposible sin Internet
De que no se trata de un resfrío común estamos casi todos convencidos. Existen voces muy autorizadas que dudan de que Covid-19 (por Corona Virus Disease - 2019) no sea sino otro resfrío común, pero, francamente, tengo mis dudas de que un resfrío cause, como fue el caso de Italia el miércoles, 475 muertos en un día.
De verdad, lo dudo. Así que, a largo plazo, prefiero pasar por exagerado o excesivamente prudente antes que minimizar un brote, una epidemia y, ahora, una pandemia como la que está en curso. La principal razón para adoptar (e invitar a adoptar) esta decisión tiene que ver con un dato cristalino: sabemos muy poco de este coronavirus. Por ejemplo, y el dato es clave, ignoramos si una persona adquiere inmunidad una vez que se infecta. Si no es así, el panorama se oscurece todavía más.
Ahora, miremos el mapa desde lejos. La influenza de 1918, que causó (se estima) unos 50 millones de muertos, apareció en el discurso público varias veces estos días. Me temo que es una comparación inadecuada. Por entonces, la mayoría de las tecnologías que hoy ayudan a salvar vidas no existían. Antibióticos, sin ir más lejos, en caso de que la infección viral se complique con una bacteriana. Mucho menos los antivirales, las tomografías, los kits de diagnóstico rápido, y sigue la lista.
Eso sí, tampoco existían los vuelos de línea. Ambos están relacionados, por otro lado. En 1918 ya volábamos, pero no en masa. Faltaba la tecnología para eso. Llegaría después, lo mismo que la asistencia respiratoria y la terapia intensiva. Si le agregamos a la ecuación de 1918 los vuelos de línea, pero le sacamos los avances médicos, el desastre habría sido muchísimo mayor. Y, como ejercicio intelectual es una pérdida de tiempo, porque toda pandemia es contextual.
De vuelta en 2020, no podemos dejar de colocar en la ecuación a Internet. Por varios motivos. Antes, sin embargo, un aviso.
El celular es tan omnipresente que solemos pasarlo por alto al momento de pensar en la higiene de nuestras manos. Llegamos a casa. Nos lavamos bien las manos. Si estuvimos en un lugar muy concurrido –evítenlo a toda costa– ponemos la ropa a lavar y nos duchamos bien. Y después, sintiéndonos más sanos (eso es subjetivo, por supuesto), tomamos el smartphone que antes habíamos operado con las manos sucias y nos pasamos una hora en las redes sociales y WhatsApp. Cuidado con eso. Este coronavirus parece ser bastante resistente fuera del cuerpo, por lo que en la rutina de higiene preventiva no deberíamos dejar el celular de lado. Aquí tienen una nota con las instrucciones correctas para desinfectar el teléfono.
Aparte lo dicho, Internet es una variable clave en la situación, para mi inédita, que está viviendo la civilización. Y, como adelanté, por varios motivos. El primero, y a mi juicio fundamental, es que, de no ser por la tecnología TCP/IP, todo esto del distanciamiento social sería impracticable. Distanciamiento social significa que vas a trabajar desde tu casa. Bueno, hay un número de individuos, al parecer importante, que creyeron que distanciarse era irse a la playa. Sin comentarios.
Trabajar desde casa equivale a conectarse a alguna plataforma (depende de tu profesión y oficio) y hacer lo mismo que hacías en la oficina, pero desde tu casa. Lejos de los demás. ¿Para no contagiarte? ¿Para no contagiar? No importa. Lo que cuenta es cortarle la ruta de propagación al virus. Sin Internet no podríamos hacerlo. Pero también es cierto que resulta muy, pero muy difícil imaginar un siglo XXI sin una red informática global. Empezando por Clarke, Heinlein y Silverberg, muchos escritores la imaginaron; y la ciencia ficción puede adelantar o atrasar con las fechas, pero al final se hace realidad.
Así que es en gran medida una suerte que una pandemia de este tipo no nos haya golpeado con una industria aerocomercial pujante, pero sin Internet. En la década del ‘80 del siglo pasado, pongamos por caso. Mis clases en la universidad son, desde el comienzo de este ciclo lectivo, remotas. La experiencia no es la misma, pero la plataforma es muy buena, muy intuitiva y posiblemente incluso habrá, en algunos aspectos, ciertas ventajas. Consumiré menos combustible, por ejemplo, lo que conducirá a que contamine menos el ambiente; aunque, ojo, Internet también produce gases de efecto invernadero.
Nostradamus, ¿en serio?
Por desgracia, Internet es también un aliado del virus. Los criminales y los pánfilos, en ese orden, que hacen circular ridiculeces monumentales, pero con un grueso barniz de verosimilitud, no ayudan en nada a combatir la emergencia. Me llegó el otro día el dato de que Nostradamus había predicho en 1555 esta peste. Vamos, díganme si no es un dato fun-da-men-tal. Quien me lo mandó estaba que trinaba por el nivel de delirio de la supuesta predicción. Pero le dije que, en mi opinión, ese no era el problema. El problema era que tal predicción no servía para nada. Me explicaré.
Habrán visto cómo interpretan a Nostradamus. El "año de los gemelos" se convierte rápidamente en "2020", aunque podría ser el año en que nacieron los Barros Schelotto, Guillermo y Gustavo (1973), o cualquier otra duplicidad. Es vago, adrede, como toda forma de ingeniería social. De modo que incluso si (Dios me perdone) impartiéramos a los epidemiólogos los textos del señor Nostradamus en la universidad, los pobres doctores no sabrían por dónde empezar para saber cuándo va a venir un golpe. ¿En 1973, en 2020, en 2121?
Dicho simple, Nostradamus es el típico caso de que todos somos unos genios con el diario del lunes. En fin, la cuestión, simple, directa y clara, es que Internet se ha poblado estos días de tal cantidad de noticias falsas que, tanto como nos ayuda en el distanciamiento social, no colabora ni un poco en la batalla contra este coronavirus y en algunos contribuye a empeorar la situación.
Pero a la vez es un recurso inédito en la historia humana para encontrar información de calidad. Siempre y cuando no consumas los textos de Nostradamus, claro. Hablando en serio, desde el sitio de la OMS hasta los de cientos de medios que se toman su trabajo en serio, el acceso a información verificada viene a sumarse a la posibilidad de ver miles de películas y series, comprar libros electrónicos, hacer trámites de forma remota, escuchar música y docenas de cosas más que, sin la Red, habrían requerido nuestra presencia. Aparte de hacer más tolerable el distanciamiento, todos somos una posible vía de contagio. Esa es la cuestión. No hay que pensarlo tanto como un asunto de sálvese quien pueda, y nada me importa mientras no me toque a mí. Lo que debería preocuparnos, ya que nos llenamos tanto la boca con la palabra solidaridad, es no contagiar a los demás, y, en última instancia, acorralar al virus hasta que se extinga el incendio.