El día que los robots murieron, y de cómo uno volvió a la vida
Algunas películas de ciencia ficción tratan el tema, pero, la verdad, es muy anticlimático. En la ficción, los robots no parecen tener problemas con las baterías. Tiene sentido, no diré que no. Es el futuro. Alguien ha descubierto alguna forma de almacenar energía (o de producirla) que ocupa poco espacio, es liviana y dura años. Para el caso, los héroes de las películas de acción no suelen tomarse ni un minuto para, por ejemplo, un vasito de agua entre balacera y balacera.
Así que no asombra que los robots de la ficción no tengan que recargar las baterías o solo lo necesiten cuando le conviene al guionista. O que no necesiten ir al service, excepto que en ese taller vayan a hackear al pobre androide con fines non sanctos.
El mundo real es bastante diferente, hay que decirlo. O, por lo menos, el mundo real de hoy, señores historiadores del futuro. Hace un par de semanas tuvimos dos incidentes aquí que fueron bastante traumáticos (bueno, no tanto) y a la vez significativos. El primero ocurrió con BB-8. Una mañana recordé que, por razones que no vienen al caso, hacía mucho que el simpático droide no andaba por la casa gastando carga (que es lo que le viene bien a las baterías de iones de litio) e importunando a los gatos. Pasaron cosas, no importa; la cuestión es que BB-8 estaba en un estante desde hacía no sé cuanto tiempo.
Lo llevé a la planta baja con su base de carga y lo enchufé. Casi de inmediato indicó con un colorcito azul sólido que ya estaba al 100 por ciento, y ahí me di cuenta de que teníamos un problema. Saqué a BB-8 de su base, lo puse en el suelo e intenté encontrarlo con el celular. Nada. Me fijé si había una actualización para la app, pero no. Probé con otro celular. Lo mismo. Finalmente, lo coloqué en su base, que se puso a titilar frenéticamente para señalar que estaba cargando. Pero –y esto era lo que me temía– un par de segundos después mostró el dichoso color azul sólido. O sea que BB-8 no tenía carga, pero se recargaba en dos segundos. Ya saben lo que eso significa: sus baterías estaban out, finiquitadas, kaputt.
El hecho era que BB-8 se había convertido en un adorno. Podíamos intentar conseguir la batería de repuesto e incuso ver si comprábamos otro, pero con droides tan queribles como R2D2 o BB-8 esa solución sonaba casi a ignominia. No es que hayamos hecho una escena ni nada, no piensen mal, pero fue bastante revelador el que, a los fines prácticos, y al menos de momento, las baterías imponen una expectativa de vida a los robots. A todos los equipos, esa es la verdad, pero no es lo mismo un smartphone que BB-8 o nuestro dron, Ruperto.
Y era solo el principio. Eso ocurrió un sábado. Es uno de los días en que aquí trabaja Rumbi, una Roomba 877 que tenemos desde hace dos años y ocho meses. Para que la aspiradora robótica se ponga a hacer su trabajo solo hay que apretar un botón. Cosa que hice, como siempre, sin prestarle demasiada atención. Solo que esta vez no hizo nada. Nada de nada. ¿Habían fallado las baterías de dos robots el mismo día? Era demasiada casualidad, francamente. Pero podía ser. Rezongando, me fijé que los contactos estuvieran limpios y todo eso. Solo conseguí que se encendiera la luz de la base, y luego ni siquiera eso.
Pero tenía una teoría.
Autónomos hasta ahí
Las baterías de iones de litio tienden a dar señales de que ya no les queda mucha vida útil; por ejemplo, es normal que pierdan autonomía. Y aunque es verdad que las baterías son el punto débil de las Roomba, nuestra aspiradora había funcionado sin perder nada de autonomía, y según mis cálculos todavía le quedaba bastante vida útil por delante. Aparte de que no me gustaba la idea de ponerme a buscar las baterías de repuesto, algo me decía que había pasado otra cosa. Otra cosa que solo tenía sentido con una aspiradora robótica (o con los androides de la ciencia ficción). Me explico.
De suyo, uno mismo es el que enchufa un aparato para que se cargue. Ningún dispositivo va y se conecta solo a su cargador. Excepto las aspiradoras robóticas y algún otro equipo de esa clase que no se me ocurre en este momento. ¿Y qué pasaría si después de su ciclo de limpieza no lograra (por la razón que fuera) conectarse correctamente? O si un perro inquieto la desconectara inadvertidamente. Bueno, es uno de los escenarios más nefastos para las baterías de iones de litio: quedarse sin carga durante mucho tiempo. En el medio, como adelanté, pasaron cosas, y Rumbi estuvo más de una semana descargándose paulatinamente. Estos equipos nunca se apagan del todo, así que la sangría eléctrica continuó durante todo ese tiempo.
Si mi teoría era cierta, se abrían dos caminos posibles. Uno, que esas baterías no volvieran a la vida. Dos, que solo necesitaran un poco de electricidad y de paciencia. Aposté por la segunda opción. Por la primera no había nada que apostar; había que ir y comprar un pack de baterías nuevo.
Para eso, me aseguré de que estuviera correctamente conectada a la base e incluso le saqué una de las ruedas, de acuerdo con lo aconseja el sitio del fabricante para estas situaciones. Era un poco un disparo en la oscuridad, porque ahora Rumbi no solo no daba ninguna señal de vida (lógico) sino que la luz de la base tampoco se encendía (lógico también). Pero como ya he visto muchas cosas extrañas en mi vida geek, dejé al robot en su base y esperé. Algo así como dos o tres días. Incluso nos olvidamos del asunto. Hasta que el lunes o el martes, mientras estaba oyendo música, sonó algo raro de fondo. No le presté atención, al principio. Más tarde, volvió a oírse un trino lejano. Posiblemente, venía de la calle.
Pero a la tercera vez mi ojo izquierdo advirtió allá lejos que se encendía una luz cerca del piso. No era una luciérnaga. Era Rumbi, que me pedía que estableciera el día de la semana y la hora. ¡Había vuelto a la vida! Y, por supuesto, se había reseteado. Excepto que nada es sencillo con algo que acumula energía, que puede prenderse fuego de forma inesperada y que anda sobre pisos de madera o alfombra, entre muebles y cortinas.
Diálogo en código
Me ocupé de establecer el día de la semana y la hora y, satisfecho porque, al menos, ahora veía el indicador de carga (en rojo) y la máquina había vuelto a responder, seguí con lo mío. Como a los 10 minutos, la aspiradora volvió a reiniciarse. OK. Fui a verla y otra vez me pedía día y hora. Como casi seguramente no lo hacía de puro caprichosa, supuse que, por haberse quedado casi baterías, ahora estaba enviándole toda clase de señales contradictorias al sistema operativo y a la base respecto de su estado de carga. Le di OK sin ocuparme de configurar fecha y hora, porque supuse que el fenómeno iba a repetirse. Cosa que efectivamente ocurrió. Unas cincuenta veces. Hasta que, por fin, se calmó y el indicador de carga se mostró en verde. Solo quedaba una cosa por probar. Apreté el botón de arranque y Rumbi salió marcha atrás, pitando como si fuera un camión de treinta toneladas, y se puso a limpiar el living como siempre. Esto duró alrededor de tres minutos. Entonces se apagó. Por completo. Fui a verla. Nada. Cero. Sin pulso.
Bueno, OK, la descarga había arruinado las baterías, no había muchas dudas al respecto ahora. Pero de pronto, y para mi sorpresa, se encendió de nuevo, produjo un gorjeo dichoso, y continuó con la limpieza, como si nada. Un desmayo. ¡Teníamos un robot que sufría desmayos!
Tres o cuatro minutos después, se apagó de nuevo. Conté hasta diez, y –ahí vamos, en 3, 2, 1– volvió a despertarse, y siguió con su tarea. Mi mejor teoría es que el diálogo entre la batería y la computadora estaba poniéndose al día, porque los desmayos tardaban cada vez más en producirse. La dejamos trabajar y completó un ciclo de limpieza sin problemas (desmayos aparte). La autonomía fue la que tenía antes (salvo los desmayos) y volvió a la base por las suyas. Esta vez, naturalmente, me ocupé de revisar que estuviera correctamente conectada y cargando.
Al siguiente sábado, no sin cierto desasosiego, apreté el botón Clean y Rumbi inició sus labores como si nada hubiera pasado, sin desmayos y sin novedad. Al menos por ahora, el único problema es que se había olvidado la fecha y la hora, y seguramente los datos que había recopilado durante casi tres años acerca de las dimensiones del living y sus muebles. Pero me pregunto qué habría pasado, si el hacendoso robotito tuviera una consciencia.