El cumpleaños en la residencia de Olivos: el problema es que la foto no era una foto
Y los videos no eran videos. Los dilemas de un poder que se ha vuelto obsoleto e ignora los cambios que están ocurriendo a su alrededor
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Las imágenes de la celebración de un cumpleaños en la residencia presidencial de Olivos durante el aislamiento estricto originaron una comprensible indignación. Deberían haber originado dos, por lo menos. Una tiene que ver con que el responsable de liderar una crisis planetaria como hacía al menos un siglo que no se veía haya ignorado que tiene la responsabilidad suprema de dar el ejemplo. La otra es, a largo plazo, mucho más grave y alcanza a toda la dirigencia, prácticamente sin excepción.
Lo resumiré en un par de líneas. El escándalo del cumpleaños en la residencia presidencial viene a confirmar que hay un subconjunto de la sociedad que sigue pensando el mundo como si internet y las computadoras de bolsillo no existieran. Dicho todavía más claro: la dirigencia, salvo honrosas excepciones, dirige los destinos de la nación (y en muchos sentidos esto puede generalizarse a todas las naciones) como si estuviéramos en 1970. O en 1960. O en los ‘80. Da lo mismo. En 1810. En 1789. Da exactamente lo mismo. Todo (subrayo todo) lo que regía antes de que las personas pudieran reenviar un video a cualquier lugar del mundo con un solo clic desde un dispositivo de bolsillo dejó de regir. No existe más. Fue. Caducó.
Pueden seguir dando discursos altisonantes, mirar para otro lado, movilizar muchedumbres y hasta intentar el gesto patético de la tropa militante online, el troll rentado, pero es igual. Los cambios de paradigma causan estos terremotos en el poder que el poder no comprende.
¿Había alguna forma de que esas fotos y videos no se dieran a conocer? Sí, claro. No registrarlos. No sacar fotos. No grabar videos. El problema es que entonces no habría sido un cumpleaños hecho y derecho. Y la pretensión del poder es siempre la misma: estar por encima, tener la supremacía, pronunciar la última palabra; es decir, estar aparte de todos los demás, del resto de nosotros. ¿De qué sirve, si no, el poder? Sí, eso fue sarcástico, concedido. Y lo que nunca debió ocurrir es la reunión; las fotos no son el verdadero problema. Pero sigamos.
Los grandes conflictos que ha enfrentado la civilización tienen que ver directamente con el poder. No sé si está mal o no. En todo caso, parece obvio que la búsqueda del poder está en la naturaleza humana. Definitivamente, no es lo mismo que el poder quede en manos de un persona justa que de un psicópata, pero el poder está en la raíz de todo conflicto humano. Para peor, existe el consenso de que el poder corrompe. No estoy seguro de que sea siempre así. Hay ejemplos en la historia de líderes que incluso en la cima del poder se mantuvieron inmunes a las tentaciones que esa condición impone. Pero también es verdad que fueron muy pocos.
El problema que enfrenta el poderoso cuando algo cambia la realidad también está directamente relacionado con el poder. Ocurrió con la imprenta a partir de 1455, cuando el poder dejó de tener control sobre el flujo de la información y surgieron ideas delirantes como la democracia, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión y de culto, el derecho a vivir sin miedo, las ciencias, la Revolución Industrial, y así. Tan colosal fue ese movimiento orogénico que todavía hoy, 500 años después, siguen existiendo personas que defienden sistemas políticos que ignoran alegremente que sin libertad no existe progreso humano alguno.
Pero claro, al poder no necesariamente le preocupa el progreso humano. Con aterradora frecuencia al poder solo le preocupa el poder. Olvida que el ser humano no puede evitar ser libre. Está en nuestro ADN, es lo que nos pone aparte de toda otra forma de vida. Con sus innumerables matices, la libertad es nuestro instinto último. Cuando deja de ver esto (pasó miles de veces), el poder se ciega y no advierte que alrededor se están desmoronando diques y montañas, que la realidad cambió y que no importa quien tomó la foto. Lo que importa es que una foto ya no es una foto sino una cadena de unos y ceros. Que las cadenas de unos y ceros circulan libremente, sin fiscalización posible (no importa cuántas leyes promulguen) por una red de redes a la que están conectadas todas las personas en el mundo industrializado (y más allá también). Y que incluso los gobiernos más autoritarios no tienen otro modo de controlar ese flujo de unos y ceros, excepto desconectar a toda la población de internet y dejarla anclada a una realidad que dejó de existir 30 años atrás.
Las tecnologías relacionadas con el lenguaje humano, ese rasgo que nos diferencia del resto de los seres vivos, son las que provocan estos terremotos en el poder, y a la vez producen otras formas de poder. La escritura, la imprenta, las computadoras, internet. Todas tienen algo en común: son tecnologías lingüísticas, basadas en la doble articulación del lenguaje y en nuestra refinada destreza simbólica. Es obvio en el caso de la escritura y la imprenta, foto y músculo de la palabra. ¿Pero qué tienen que ver las computadoras e internet con el lenguaje? Si la clase dirigente tuviera esto claro, estaría actualizada. Pero no es así. Y supongo que no será así durante todavía bastante tiempo.
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