El astrónomo que predijo todo lo que está mal con internet
"No es que no la haya pasado bien en internet, (…) pero hoy tengo mis dudas", escribía el astrónomo y experto en computación Clifford Stoll hace poco más de 22 años en la revista Newsweek. Su nota, cuyo título original era "¿Internet? Bah", era un recorrido de muchas de las predicciones de la época, seguido por ácidos comentarios escépticos. Stoll estaba mayormente equivocado, pero algunas de sus intuiciones hoy pueden darnos un poco de escalofríos.
En 1995 la web tenía cinco años, casi nadie tenía una conexión hogareña, Google no existía y encontrar algo en internet era no era para nada fácil. Ahora sabemos cómo siguió la historia, pero no debería sorprendernos que por aquel entonces pudiera todavía caer como una moda e inagotable fuente de exageraciones.
Cada tanto la nota es redescubierta por algún medio. En 2010 fueron Boing Boing, Slate e incluso la misma Newsweek. De algún modo nos fascina todo este asunto de las predicciones fallidas. Casi como si se tratara de la moraleja de insistir con relatos pesimistas: el futuro siempre es mejor.
Y son justamente las predicciones hiperbólicas sobre el futuro lo que Stoll tenía en mente. Sus críticas apuntaban contra los futurólogos que predecían compras por internet, clases virtuales, trabajo remoto o bibliotecas interactivas, todos augurios que eventualmente fueron realizados.
Quizá lo que faltó fue un poco de imaginación. "Leer en pantalla es una tarea muy desagradable", decía con toda razón. Pero no supo adelantarse a las pantallas de tinta electrónica, los celulares e incluso a los filtros de luz azul que hoy son moneda corriente. Tuvo razón, pero no por mucho tiempo.
Material para mofarse de su escepticismo sobra, pero quizá lo más interesante sea aquello que las burlas no tienen en cuenta: todos los punzantes comentarios de Stoll que dieron en la tecla.
Internet iba a resolver los problemas de gobierno, y mucha eficiencia agregó a sus procesos, pero la eficiencia funciona para los dos lados: nunca hubo tantas herramientas para el monitoreo, espionaje y abusos variopintos de la privacidad por parte de los Estados.
Internet iba a resolver los problemas de la educación, pero tirarle tecnología a los desafíos pedagógicos resultó ser una solución mucho más cosmética que profunda. El truco no está, ni nunca estuvo, en el dispositivo; y si bien la tecnología debe ser una parte crucial de la experiencia educativa, no debe ser la experiencia educativa.
Internet iba a resolver los problemas de comunicación en una aldea global y democratizar el acceso a la información, pero "cuando todos hablan, muy pocos escuchan". La supuesta democratización mediática generó la propagación de noticias falsas y fundamentalismos de todo tipo, y no tanto de "buen periodismo". Los ataques en las redes y a través de ellas se multiplican con preocupante ritmo y la idea de mayor conectividad como inherentemente buena se resquebraja patéticamente.
Internet iba a reforzar nuestras democracias, pero el panorama se volvió oscuro antes que brillante. Stoll menciona a "[los visionarios que creen que] la libertad de las redes digitales hará al gobierno más democrático. Patrañas". La forma en que Facebook y WhatsApp terminaron involuntariamente colaborando con la propagación de noticias falsas y la incitación al odio religioso desdibuja cualquier sonrisa burlona.
Es muy fácil, e incluso divertido, desestimar los comentarios exagerados y desatinados de Stoll como si se tratara de un anciano gritándole a una nube, pero es perderse de una lectura mucho más sutil y equilibrada. Escuchamos de los beneficios de la tecnología con negligente credulidad, como si el polvo mágico digital todo lo resolviera.
Incluso cuando nunca tuvimos mayor acceso a tanta información en la historia de la humanidad, este acceso es meramente potencial si no educamos para perseguir la curiosidad y la incorporación de recursos que fomenten el alfabetismo digital. El conocimiento acumulado del mundo está al alcance de nuestros dedos, pero de nada sirve si no damos la contraseña.
Stoll no era ningún comentarista de pacotilla: su reputación se había consolidado en los 80s como una suerte de "cazador de delincuentes informáticos", responsable de exponer a Markus Hess, que luego de infiltrar redes de EEUU, Europa y Asia del Este vendió información clasificada a la KGB soviética. El relato de sus aventuras en El huevo del cuco (1990) al día de hoy es una de las lecturas más atrapantes sobre seguridad informática.
Cuando la nota fue reflotada en 2010, Stoll mismo salió a reconocer que sus comentarios habían estado mayormente errados, pero que su motivación había sido la de bajarle el tono al coro de "internet resolverá todos nuestros problemas". Bastante más alejado del foro público, Stoll decía que ahora cuando piensa que sabe qué es lo que está pasando, trata de calmar sus pensamientos: "Podrías estar equivocado, Cliff…" se repite.
En 2015 le dijo a Los Angeles Times que prácticamente desde que la escribió no releyó la columna y que se arrepentía del tono pero que mucho no importaba. "Internet me dejó atrás", dice, pero no parece importarle.
La tentación de cantar la posta sobre lo que pasa en el mundo cuando los marcos de referencia varían con insoportable velocidad puede que sea cada vez mayor, pero la enseñanza no es menor: "podrías estar equivocado…" es algo digno de tener presente.
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