El arroz sirve, pero hay métodos mejores
Está científicamente comprobado que los teléfonos celulares tienen una tendencia natural a caer en el agua; la cuestión es qué hacer a continuación
Si algo así te ocurría 10 años atrás y te quedabas viendo el desdichado móvil en el fondo de la pileta, ¿qué veías? Un aparato para hablar por teléfono. En idéntica situación, ¿qué ves hoy? Tu correo electrónico, tu Facebook, Twitter, tus fotos y videos, ¡WhatsApp!, la Web, Wikipedia, el GPS, el pronóstico del tiempo, el reproductor de música, la linterna para cuando llegás a tu casa, la luz se cortó y tenés que buscar las velas, el reloj despertador y el libro que venías leyendo antes de dormir. Ah, y un teléfono.
Le pasó hace un par de semanas a un buen amigo mío, que se cayó por accidente al agua. Por accidente significa que tenía su smartphone en el bolsillo. Según lo que me contó, hay pocas esperanzas de recuperarlo. Luego del chapuzón la pantalla se mantuvo encendida unos segundos y se apagó. Tras una serie de maniobras de resucitación celular, la situación continuó siendo la misma: pantalla de inicio un instante y apagado espontáneo.
Pero me dejó pensando. Nunca fue divertido ver caer tu teléfono al agua. Pero hoy no sólo no es gracioso, sino que, dependiendo de un número de factores, la situación va de seria a muy grave. Muchos de nosotros dependemos del smartphone para trabajar, por ejemplo. Ayer nomás caminábamos con un colega por la calle, se le cayó el celular y adiós pantalla. Era como si, 30 años atrás, le hubieran sacado la máquina de escribir, el archivo, la agenda de contactos y el teléfono de línea, todo a la vez.
Así que, ¿qué hacer si se te cae el smartphone al agua?
Oh, bueno, esa no es (todavía) la pregunta. Primero, ¿por qué es tan peligrosa el agua para los equipos electrónicos? Bueno, caramba, tampoco esa es (todavía) la cuestión. Mejor sería decir, ¿por qué es tan dañina el agua para un dispositivo electrónico que está encendido?
Una catarata en casa
Una anécdota que tiene casi un cuarto de siglo servirá de ejemplo. Un amigo me había dado su PC de escritorio –de las que tenían un enorme gabinete tipo torre– para que revisara algo que no marchaba bien. Me la llevé el fin de semana a casa y para el domingo a la tarde estaba lista. También estaba lista una de esas tormentas tipo fin del mundo que a veces nos regala el verano. Eso, sumado a un vecino que desconocía los principios básicos de la hidráulica, hizo que empezara a entrar agua a raudales en mi casa y, porque de otro modo no sería una anécdota, la gruesa cascada recayó directamente sobre la computadora de mi amigo. Una escena difícil de olvidar.
Después de recitar algunas estrofas del Paraíso Perdido de Milton, puse manos a la obra. Hube de desarmar todo el equipo; quiero decir, desarmar por completo, todo, hasta el último componente. La fuente de alimentación estaba perdida, no había modo de desarmar y secar bien esa pieza que, además, recibe los 220 voltios de la red eléctrica. Bueno, salvo que quieras jugar a hacer saltar el disyuntor. Pero tenía un repuesto, por fortuna.
En cuanto a lo demás, puse hasta el último tornillo, plaqueta, módulo, interruptor, conector y cable sobre unos diarios y los sequé tan bien como pude. Luego les pasé un secador de pelo al máximo hasta que se me durmió el brazo. Después, de nuevo. Y otra vez. Un secador de pelo nunca pasa de 60 grados, y eso está por debajo de las temperaturas que pueden alcanzar los componentes de una computadora. Así que es seguro.
Herencia del ecléctico taller de mi padre, había en casa una lata con más o menos un kilo de silica gel o, en español, gel de silicio (en la jerga le seguimos diciendo silica gel). Es un desecante bastante potente que suele verse en bolsitas pequeñas dentro de los gabinetes de las computadoras y otros equipos electrónicos.
Bueno, tenía como un kilo de eso y sopesé la alternativa de poner un trapo sobre todos los componentes y cubrirlo con gel de silicio. Pero me abstuve. Esta sustancia puede ser tóxica (en rigor, puede estar contaminada con tóxicos) y viene en esferitas que ruedan con facilidad. Una mala idea si tenés gatos. Así que aposté al secador de pelo y al paso del tiempo. Dejé todo desarmado una semana, aguardando que la evaporación hiciera su trabajo.
Pasado ese período la volví a armar, crucé los dedos y la encendí. Arrancó sin problemas. Un arranque limpio, diríamos, si no fuera por el susto que pasé. Pues bien, esa máquina brindó servicios durante varios años. De hecho, mi amigo ponderó en varias ocasiones la longevidad de esa PC. Por supuesto, también intercambié algunas amables palabras con mi vecino sobre el comportamiento de los fluidos.
¿Fue sólo suerte?
Ahora, ¿por qué funcionó? ¿Fue suerte? No, en realidad. Se combinaron varios factores.
El principal es que la máquina estaba apagada. Que es exactamente lo que no ocurre con nuestros teléfonos. Ese es el motivo por el que lo primero que tenemos que hacer es sacarle la batería. O apagarlo, en aquellos que no tienen tapa trasera.
Con aquella PC el truco dio resultado además porque pude desarmar prácticamente todo y secar hasta el último intersticio. Que es otra cosa que, en buena parte de los casos, no podemos hacer con un teléfono.
Pero a no desesperar, que quizá lo salvamos.
Aparte de apagarlo cuanto antes, hay que reaccionar todo lo rápido que se pueda. No es momento para lamentaciones. Cuanto más tiempo esté bajo el agua y cuanto mayor sea la profundidad (es decir, la presión), menos chances hay de volverlo a la vida. Esto de los reflejos rápidos es tan importante que amerita otra anécdota.
Cuando Betty, la perrita que rescaté en Costa del Este, se escapó en medio de una tormenta, pasé como una hora buscándola y llamándola bajo la lluvia con mi Galaxy S4 en el bolsillo trasero del pantalón. Me empapé, claro, y al día siguiente descubrí que el teléfono no cargaba. Andaba perfectamente, pero había dejado de cargar. Traducido: no se sumergió ni nada, pero mucha lluvia durante mucho tiempo alcanza para dañar un smartphone.
¿Pero qué pasa con el agua?
El agua es mala para los dispositivos electrónicos por varios motivos. Primero, porque conduce la electricidad. Salvo que tengas la suerte de que se te caiga dentro de un recipiente con agua altamente destilada, cuya conductividad es muy baja, el líquido pondrá en corto todos los circuitos que toque. Por eso, si el equipo está encendido, es probable que algún componente quede, como se dice en la jerga, frito. Entonces, adiós, no hay nada que hacer, excepto llevarlo al service.
El segundo problema es el óxido. Por eso me pasé tanto tiempo secando aquella acuática PC, pieza por pieza. Aún si el equipo vuelve a funcionar, el agua residual irá dañando las partes metálicas de forma inexorable.
El secado no es siempre una solución completa, sin embargo. Si en el agua hay muchos minerales disueltos, se depositarán en los contactos cuando se evapore y también interferirán con el funcionamiento de la electrónica.
La buena noticia es que un celular no tiene muchas posibles entradas para el agua (el conector USB, el de audio, los botones de volumen y encendido, y así) y además dentro del equipo (he desarmado varios) queda poco espacio para que el agua circule libremente. Por eso es vital reaccionar muy rápido. Esto cuenta también para los que son sumergibles o a prueba de lluvia y salpicaduras. Una tablet es sumergible durante cierto plazo y a cierta profundidad (estos datos figuran en el manual). Como sabemos, pocas cosas hay más insidiosas que el agua.
Bueno, ¿pero entonces qué se puede hacer?
Aparte de reaccionar muy pero muy rápido, hay que secarlo todo lo que se pueda con un paño, toalla, repasador, remera, servilletas de papel o lo que tengamos a mano; en serio, el tiempo es vital.
A partir de aquí, cada maestrito tiene su librito y toda sugerencia será bienvenida. Pero hay algunas recetas muy poco recomendables. Ponerlo en el horno no va. Lo vas a destruir rápidamente. Lo del secador tampoco es una idea útil, excepto que te las arregles para desarmar el teléfono; con algunos es viable, con otros, no. Sacudirlo, soplarlo o pasarle aire comprimido podría tener como consecuencia que el líquido se meta más adentro del dispositivo; no queremos eso. Microondas, ni lo piensen, porque van a secar el teléfono, pero también lo van a prender fuego. Recuerden que no se puede poner nada metálico en estos hornos. Además, todos los cafés que te hagas en el futuro van a tener un aroma, ¿cómo decirlo?, raro. Como a plástico quemado.
¿Arroz? Es algo que solemos tener a mano y puede ayudar a desecar el smartphone hasta que consigamos unas cuantas bolsitas de gel de silicio. En las ferreterías –me han dicho– podrían mirarte raro si pedís silica gel, pero no en todas. Una búsqueda en la Web me dio varios resultados positivos, incluidos vendedores de MercadoLibre. El gel de silicio es mucho más eficiente que el arroz para absorber la humedad. Algunos aconsejan poner todo en un contenedor más o menos sellado, de modo que el gel de silicio sólo absorba humedad del teléfono y no del ambiente. Pueden usarse contenedores de plástico para alimentos, bolsas con cierre y así. No lo he probado, pero también tiene sentido intentar con los productos antihumedad para placares y tal. Sin sacar el producto desecante, por supuesto. De nuevo, todo dentro de un recipiente cerrado.
Pero el factor crucial es el tiempo. Arroz, gel de silicio o plegarias en latín, la clave es darle tiempo al desecante de que haga su trabajo y, donde sea posible, que el agua se evapore. Las condiciones ambientales son incluso una variable. Por ejemplo, en el Delta te va a llevar mucho más tiempo que en la Puna (salvo que consigas un contenedor 100% hermético).
Ahora, ¿cuánto tiempo? Prefiero, en este caso, por el tema de los cortocircuitos, pecar por exceso. Si al teléfono se le volcó un vaso de agua encima, bastarán unas 12 horas. Incluso es posible que no haga falta nada de arroz. Pero si el accidente fue catastrófico (hablo de la piscina, por ejemplo), esperaría varios días. Una semana, mejor. Sí, es verdad, una semana sin una herramienta de trabajo es casi tan malo como perderla del todo. Es ahí donde aconsejo tener un muleto, aunque sea uno de esos smartphones viejos donde solo podés tener el correo y no mucho más.
Por todo lo dicho, tengo una regla que intento seguir con bastante severidad: mantener el smartphone lejos del agua. Sé que en algunos casos es difícil, pero, la verdad, entre nosotros, disfrutar de un lindo día de sol en la pileta no requiere del teléfono.