¿Dónde le gustaría que vivieran sus hijos?
Diga que la superficialidad es superficial, que si no, quitaría el aliento por su abismal tontería. Y más cuando algunos temas fundamentales son visitados con esa alegre, irresponsable y juguetona liviandad con que se maquilla una ecuación explosiva: ignorancia + miopía.
Claro que uno de los problemas de los superficiales es que no se puede profundizar con ellos. No sólo lo simplifican todo, sino que cometen sin descanso, como aterrados de que acaso un día su bastedad salga a la luz, el pecado del reduccionismo. Si no cabe en sus delgadísimas conciencias laminares, entonces se lo descarta. Por esto mismo, sólo piensan en el corto plazo; hoy y mañana, y después se verá.
No se les puede demostrar, ni siquiera con dibujos simples en una servilleta de papel –sería inútil proveerles un texto de más de dos párrafos– que esto o aquello es más serio, más complejo y más peligroso para nuestros hijos y nietos de lo que ellos pretenden. Es como apagar un incendio con nafta de alto octanaje. Casi cualquier idea que sugiera dificultad, sutileza o la necesidad de reflexionar y debatir, descartando así la ley del más fuerte, recibirá como respuesta una descalificación, si no chabacana, brutal y despectiva. En su concepto, todo es simple, y lo más simple es que o estás con ellos o estás contra ellos.
La privacidad es uno de esos temas que uno se harta de ver enlodados en esos charcos poco profundos.
Escrito en basalto
Todos tenemos nuestro lado frívolo, nuestros ratos de tontería ligera, todos simplificamos demasiado cada tanto, sobre todo en esas áreas en las que tocamos de oído. Pero hablar, actuar y decidir con estulticia sobre temas que podrían convertir la vida de nuestros hijos en una pesadilla es algo criminal.
Así, el argumento más estúpido que he oído en mi vida al respecto fue: "A mí la privacidad no me preocupa, yo no tengo nada que ocultar".
Esta frase es ejemplo de no haber entendido nada de nada desde el día uno de la historia de la civilización.
A ver. La privacidad no es un derecho básico porque seamos una banda de delincuentes o depravados. Privacidad no es necesidad de ocultar, sino derecho a proteger los actos privados. Tales actos no tienen que ser ni vergonzantes ni ilegales. Pueden ser, por ejemplo, información útil para el secuestrador, o para el autócrata.
A qué hora como. A qué hora me levanto y salgo a trabajar. A qué colegio van mis hijos. Con qué frecuencia voy al supermercado, o a jugar a la pelota vasca, o al badminton. Qué libros leo, qué religión profeso, cuál es mi orientación política.
En mayor o menor grado, todos somos bastante predecibles en nuestros hábitos. Sólo es cuestión de encontrar el patrón. En muchos casos, se trata de datos relativamente inocuos, como cuánta electricidad y gas consumo por mes, si pago o no un seguro de retiro, o si empleo este o aquel servicio de asistencia al automotor.
Es norma que el superficial eche aquí mano de la inducción, pasando rápidamente de lo particular a lo general. Sin turbación aparente, dicho sea de paso. El que exista una excelente ley de protección de datos personales en la Argentina (la 25.326) parece no hacer mella en el basalto vitrificado de sus mentes. La privacidad es cosa de débiles, y punto.
Para el resto de nosotros, resultará obvio, sin embargo, que no es lo mismo que la tarjeta de crédito sepa que tengo auto, a que sepa con quién viajo, cuándo y a dónde; no es lo mismo que sepa qué medicina prepaga contrato a que conozca mi historia clínica.
La Constitución argentina contempla los actos privados en su artículo 19. Así que no hay acá mucho margen para simplificar, pasar por alto o bobear. Además, ese artículo dice: "Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe". Pero no sé si esta afirmación no será demasiado complicada .
La Constitución de Estados Unidos, en cambio, ignora el asunto, por lo que una serie de enmiendas debieron agregarse luego: la 9ª, 3ª y 4ª, e incluso la 5ª (nadie puede ser forzado a testificar en su contra y tiene derecho a juicio justo; artículo 18 de nuestra Constitución).
Gattaca era una fiesta
La semana última, dos grupos que defienden la privacidad en Estados Unidos le pidieron a la Federal Trade Commission (Comisión Federal de Comercio; FTC) que creara una lista de datos privados que los avisadores on line no podrán rastrear, a menos que tengan consentimiento de los usuarios. Típicamente, información sobre salud.
Aquí el "no tengo nada que ocultar" no sólo no funciona, sino que funciona cada vez menos con la edad. ¿Llegaremos a convalidar esta afrenta hasta el punto en que el secreto profesional se convierta en encubrimiento?
La petición de estos dos grupos, la Federación de Consumidores de Norteamérica y la Unión de Consumidores, tiene que ver con la propuesta de la FTC de que la privacidad sea un asunto autorregulado por la industria de la publicidad on line. Microsoft fue una de las primeras en comentar sobre el tema, diciendo que estaba de acuerdo, pero que la privacidad también era importante para las personas y que esperaba que el Congreso sacara legislación al respecto.
De modo que, al menos en Estados Unidos, un derecho básico está por convertirse en tan sólo un opcional importante para las personas . Viniendo de la Comisión Federal de Comercio o de empresas como Microsoft y Google, que están en el negocio de los avisos on line, se entiende. Lo que me preocupa es el ejército de inocentones que creen sinceramente que la privacidad es cosa del pasado, como el miriñaque, el aceite de ricino o la regla de cálculo; y que luego votan a los que legislarán con idéntica cortedad de miras.
En esta discusión estamos decidiendo no ya si podremos tener trabajo o una jubilación más o menos digna en el futuro cercano, sino el modelo de mundo, de sociedad, en la que vivirán las generaciones siguientes. Dicho más clarito: nuestros hijos y nietos.
Lo que el superficial no parece poder ver es que aquí no estamos debatiendo si está bien que un sitio Web sepa cuántos pares de zapatillas compro por mes o si le hice clic a un banner. ¡Es obvio que el sitio Web tiene que saber que le hice clic a un banner! ¿De qué vivirían, si no?
Estamos hablando de que se divulgue mi predisposición para sufrir una enfermedad invalidante, o una bancarrota. En un mundo sin privacidad, Stephen Hawking nunca hubiera tenido la oportunidad siquiera de estudiar la disciplina que él mismo luego ayudó a enriquecer, casi a refundar. Y Richard Wagner, noveno hijo de una familia cuyo padre falleció a los pocos meses del nacimiento del músico, casi seguramente no habría accedido al crédito necesario para estudiar un arte que luego impulsó a nuevos, insospechados horizontes.
Estamos hablando de que las empresas transmitan, como hizo Yahoo! en China, nuestros datos filiatorios a un gobierno que ejerce la censura.
Estamos hablando de que un día se nos prohíba tener una familia, sencillamente porque tenemos un historial familiar o personal de divorcios. O de hijos con asma.
Estamos hablando de que nuestra sociedad puede ser Gattaca o puede ser un mundo libre. Depende de que dejemos de hablar como zafios de los cimientos mismos de la civilización.
Y cuando digo todo esto, adivine qué me contestan.
"¡Ay, Ariel, no exageres!"
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