Consejos políticamente incorrectos para un teletrabajo perfecto
Con el resurgimiento repentino y frenético del teletrabajo, una ola que acompañó al arranque catastrófico de la pandemia de covid-19, los consejos sobre como hacer home office arreciaron desde todos los sectores (spoiler: a mi juicio home office y teletrabajo no son lo mismo). Muchas son sugerencias válidas. Otras, un delirio rutilante; por ejemplo, eso de hacer un descanso de diez minutos cada dos horas. ¿En serio, muchachos? Miren que hay empleos en los que ese lujo es inalcanzable.
Muy bien, luego de leer bastante de ese material, y con unos antecedentes que procederé a detallar, me gustaría sumar otra mirada, mucho menos teórica, desde la trinchera, por así decir, sobre eso de trabajar desde tu casa.
Antecedentes: desde el final de mi adolescencia, mi padre se convirtió en un emprendedor, con lo que nuestro hogar pasó a ser también una oficina, una suerte de pequeña fábrica y un depósito. Fue un poco después de que empezara mi carrera como periodista, a los 17 años, en la revista Humor Registrado. Durante los siguientes 12 años trabajé de forma independiente y solo alrededor de los 30 obtuve un empleo fijo en un medio. Además, conozco muy de cerca las multinacionales, especialmente las de tecnología, por razones obvias, y allí el teletrabajo no es la excepción, y, aunque tampoco es la regla, tienen las herramientas de home office muy aceitadas y es muy normal que hagan sus tareas desde sus hogares. Para ellos, la transición de la pandemia prácticamente no se sintió.
Con lo dicho, aunque no quiero recurrir al criterio de autoridad, porque es una falacia lógica, sí pretendo demostrar que no toco de oído en estos asuntos.
Adaptable
Algo que creo que es prácticamente irrefutable es que, al revés de lo que pasa en la oficina, en casa el trabajo debe adaptarse a cada persona, y no al revés. Es decir, deberíamos aceptar que haya un teletrabajo por cada individuo, idiosincrásico y único. El emprendimiento de mi padre fue muy exitoso, y el teléfono sonaba desde temprano a la mañana. Lejos de los estándares que uno tiende a figurarse, él, que siempre odió levantarse temprano, atendía desde la cama. Resolvía la consulta, se daba vuelta y seguía durmiendo. Apuesto lo que quieran a que eso no figura en la lista de buenas prácticas de teletrabajo. Pero funcionó de maravillas durante años. Cuando teletrabajás, nadie sabe que estas en ojotas, digamos.
Por eso, una cosa es teletrabajo y otra home office. Podemos intercambiar los términos, en español, para no caer en redundancias. Pero home office es cuando replicás la oficina en una habitación de tu casa, sin que medie mayor diferencia entre un entorno y el otro. Teletrabajo fue lo que hice durante los primeros años de mi carrera.
La única forma de conseguir ganancias significativas era producir mucho. Mucho en serio. Por lo tanto, mi máquina de escribir (todavía no había PC) estaba sobre una mesita en mi dormitorio. Trabajaba hasta que se me cerraban los ojos de sueño, dormía un par de horas, me levantaba, me hacía un café, y volvía al teclado. Fueron varios años en los que se me confundían el día y la noche, pero sacaba notas en cantidades industriales. De nuevo, todo mal, de acuerdo con las buenas prácticas, pero, sin proponérmelo, estaba ensayando esta teoría que propongo aquí. Una cosa es replicar la oficina en tu casa y otra es adaptar tu trabajo a un número de factores, desde la productividad que necesitás alcanzar hasta la conformación de tu núcleo familiar. Es más o menos claro que trabajar en casa con dos niños pequeños es muy diferente a hacerlo si sos soltero, no tenés hijos o si ya se han independizado y viven en Suecia.
Ninguno de los dos caminos es mejor que el otro. Depende de vos, de lo que hagas y de cómo te sientas más cómodo. Dejando de lado una cantidad de variables, una conclusión es obvia: es muy diferente ir a trabajar que quedarse a trabajar en casa. Millones de personas lo están experimentando de forma sostenida por primera vez a causa de esta pandemia. Para ponerlo en números, el 56% de los argentinos pasaron por esto de trabajar sin ir al trabajo por primera vez desde que se dictaminó la cuarentena, según un estudio de Adecco, y el 44% restante lo había hecho de forma esporádica antes. O sea que el teletrabajo era en la Argentina todavía una entelequia, hasta que explotó la crisis.
Más es más
Que te resulte más cómodo es fundamental porque, al revés de lo que muchos siempre creyeron, en tu casa vas a trabajar más. Y vas a trabajar más por muchos motivos. Como no tenés que viajar hasta la oficina, arrancás antes. Como no salís de la oficina, seguís hasta más tarde. Si sos de madrugar, pero algunos de tus colegas no, es probable que arranques a las 7, y que a las 22 sigas contestando mensajes de WhatsApp.
Además, algunas tareas son más simples en la oficina. No hace falta echar mano de accesos remotos y la conexión es casi siempre mucho más veloz en la compañía que en el hogar; para empezar, es simétrica. Así que también vas a trabajar más porque algunas tareas (no todas, se entiende) son más lentas, tortuosas o difíciles desde tu casa.
Hay otra razón por la que uno tiende a invertir más horas en sus tareas, pero la trataré más adelante, porque es de un orden más bien psicológico.
Así que, aunque lo de parar una vez por hora para estirar las piernas queda re lindo como consejo, en la vida real hay que tomar medidas más drásticas. Vas a trabajar más horas, aceptalo. Tratá de que sea más confortable, del modo que se te ocurra. E intentá poner una hora de inicio y otra de finalización. Es lo que hace la gente que trabaja en las multinacionales. Hay días en que son horas y horas de videoconferencias sin pausa. Por eso, se ponen una hora de salida. Salida virtual, claro, pero salida al fin.
Por supuesto, con este delirio de estar siempre disponible (miren esta nota, y es de 2015), gracias a toda clase de mensajeros, es muy posible que la actividad siga hasta más tarde. Pero es importante que haya ciertos límites para el trabajo, como los ponemos para cualquier otra cosa.
En general, las empresas más habituadas al teletrabajo tienden a proponer una agenda muy sólida, lo que marca los límites con suficiente claridad. Ahí, a mi juicio, hablamos más de home office que de teletrabajo.
Creo que no estoy haciendo nada
Pero cuando hacés teletrabajo, es decir, cuando adaptás los procedimientos laborales a tu estilo, usos y costumbres, aparece un desafío adicional. Empezás a sentir que no hacés nada. En realidad, estás trabajando más, pero la mente, como estás en tu casa, tiene la sensación de que lo tuyo estos días es puro ocio. No es así. Hay que pelear contra esa percepción, porque puede ser perjudicial para tu salud y para los resultados. Anotatelo: cuando estabas preparando la pasta y a la vez contestabas media tonelada de mails, eso era trabajar también.
Otro aspecto que contribuye a esta desagradable sensación de que no estás haciendo nada (con home office eso se nota menos, porque replicamos la oficina en casa) es que de pronto tenés más tiempo libre para vos. ¡Lógico! Dos horas que no invertís en viajar, para empezar. O más. Un montón de tiempo en reuniones que ahora se resuelven con un mail o tres mensajes de WhatsApp. Sí, sentís que te sobra el tiempo, pero en realidad ese es tiempo que antes invertías en otras cosas, no siempre útiles. Usalo para vos o para mejorar tus resultados, pero no creas que salió de tu horario laboral. Una buena idea, en todo esto del teletrabajo (insisto, home office es diferente) es volverse resultadista. ¿El trabajo está hecho y está hecho de la mejor forma posible? Genial. No importa si lo hiciste en una hora o en ocho. Ese independizarse del mandato laboral clásico es uno de los estados mentales más difíciles de alcanzar en este terreno; pero se puede.
Otra cosa que va a pasarte es que vas a extrañar a tus colegas; es normal. Dejalo ser. Decíselos, llegado el caso. Yo echo de menos a mis colegas del diario, y no podría ser de otro modo. En ocasiones, uno pasa con ellos más tiempo que con su cónyuge. Nos hemos visto atravesar momentos personales muy difíciles y hemos navegado juntos por aguas turbulentas en la Redacción. Salvo que tengas una temporada muy mala, está bien extrañar a tu equipo.
Rutinas. Ay, las rutinas. Son el andamiaje de todo empleo. Aunque gran parte de esas rutinas son inútiles o existen exclusivamente porque todavía no inventamos la teletransportación, algunas cumplen una función clave. Marcan la cancha, por así decir. En casa muchas de esas rutinas van a estar ausentes. Por lo tanto, las imágenes del teletrabajo desde un jardín florido al lado de la pileta o desde un sofá y en pijama son muy bonitas, muy tentadoras, venden bien, etcétera. Pero son un cuento de hadas. Y uno peligroso.
No es necesario que te pongas saco y corbata, cierto. Pero arrancá tus días como siempre. Si el fin de semana estás en remera y jeans, olvidate del pijama. No te lleves la compu al jardín. Va a funcionar un par de veces. Es más, anoto, aunque sea contradictorio: quizás el teletrabajo (no así el home office) realmente funcione mejor así para algunas personas; por eso digo que es adaptable y único en cada caso. Pero, en general, si confundís ocio con espacio laboral (y viceversa) van a seguir al menos un par de consecuencias.
Primero, vas a asociar el pijama, el sofá y el jardín con el trabajo. Y eso no está bueno. Amo mi trabajo y lo elegí siendo un adolescente; en casa, cuando era chico, no había un límite claro entre el diario donde trabajaba papá y el hogar. Pero sé que es menester reservar espacios donde lo laboral no llega. ¿Por qué? ¿Acaso porque odiás tu trabajo? No, precisamente por todo lo contrario. Si todos los espacios de tu hogar se asocian al trabajo, el día que te retires, como le ocurrió a mi padre, vas a sentirte realmente extraviado.
En segundo lugar están las distracciones. No importa si dedicás una habitación exclusivamente a home office o si, como es mi caso, trabajo desde mi estudio o desde la cocina (mientras cocino, sí). Es muy importante eliminar las distracciones. A veces se puede. A veces, no. Pero hay que intentar no multiplicarlas. En el jardín, con un hermoso día soleado y 32 grados de temperatura, ¿de verdad pensás que tus resultados van a ser los mejores? ¿Estás hecho de acero templado que vas a resistir la tentación de una zambullida?
No les hables a los malvones
Así que podés afeitarte menos, pero no boicotees la concentración. Ninguna tarea sale bien sin esta condición. Pero hay más.
Para muchos, para la mayoría, incluso para los que tenemos un trabajo muy vocacional, volver a casa es un placer. Bueno, eso no existe más cuando hacés home office, lo que puede ser bastante perturbador al principio. Es una de las contras del teletrabajo y es menester habituarse a esa condición. No te voy a dar recetas en las que no creo, como la de abrazar a tus seres queridos o salir al balcón a hablarles a los malvones toda vez que terminaste con tus tareas del día. Aceptalo y ya. La buena noticia es que perdés menos tiempo en traslados.
El otro problema es, diríamos, el opuesto. Durante años, durante décadas te habituaste a cierto entorno, a cierto clima. Eso, para vos, es estar en el trabajo, eso es ganarse la vida. Bueno, eso tampoco existe más. Ni hay recetas para resolverlo (excepto la de registrar en alta calidad los sonidos ambientales de tu oficina y pasarlos todo el día; no va a funcionar, te adelanto). Del mismo modo que lo de volver a casa, hay que admitir que una cosa es ir a trabajar y otra quedarse en casa a trabajar. Son diferentes. Los resultados pueden ser mejores o peores. Quizá te resulte más descansado o todo lo contrario. Hay empleos que son muy complicados de forma remota. Otros andan bien. Y aún hay otros que funcionan mejor. Pero porque son instancias laborales diferentes. Habida cuenta de la pandemia y de que casi lo único que hemos descubierto que funciona para frenar a este coronavirus es el aislamiento, no hay mucho lugar para el pataleo. Es tómalo o déjalo.
De todos, me temo que el desafío más grande es descubrir e integrar la idea de que te pasás el día intercalando tu vida hogareña con tu vida laboral. Esa micro-administración del tiempo es una destreza a la que nos resistimos porque las cosas nunca fueron así. Pero es también un signo de los tiempos. Hace 5000 años no existía el trabajo de oficina. Todo cambia.
Consejo del estribo: como todo, trabajar desde tu casa requiere un aprendizaje, es un proceso, a veces lento; lleva tiempo. Para muchas personas es algo demasiado nuevo, demasiado perturbador. Desorienta. Pero a no asustarse. El mundo se ha transformado profundamente con la llegada de estas tecnologías de ciencia ficción (la miniaturización, las computadoras, los smartphones, Internet, la videoconferencia, la realidad virtual, la realidad aumentada, el GPS, la inteligencia artificial) y hoy nos permite formas de presencia que hace solo tres décadas estaban reservadas a una élite y hace medio siglo eran imposibles. Calma, date ese tiempo. Tu trabajo no ha cambiado tanto. Lo que más cambió fue la realidad.