Con Elon Musk, el absolutismo podría llegar a Twitter
Ofreció comprar el 100% del paquete accionario de la red de los trinos porque, dice, quiere desbloquear su potencial y garantizar la libertad de expresión; pero lo que necesita la compañía es otra cosa
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Calificarse a sí mismo como “absolutista de la libertad de expresión” y al mismo tiempo querer comprarse Twitter suena, como mínimo, un poco contradictorio. Para empezar, todo bien con lo de “absolutista”, pero, Elon, de onda, por ahí no era la mejor palabra para usar en este contexto. En serio lo digo. Habría sido más digno poner, parafraseando: “No estoy de acuerdo con lo que mucha gente dice, pero invertiré 43.000 millones de dólares en garantizar que puedan seguir diciéndolo”.
El problema es que esta compra no garantiza nada; más bien es al revés. Tal garantía se basa en una promesa, es la palabra de Elon contra el resto del mundo. ¿Por qué? Porque una vez que el fundador de Tesla y SpaceX tenga el 100% del paquete accionario, la compañía se volverá privada. Eso quiere decir que dejará de ser pública. O sea, desaparecerán una serie de salvaguardas (con las que Elon no se lleva bien y que, en una mirada de largo alcance, uno podría debatir) que le imponen las autoridades estadounidenses a tales organizaciones (una contabilidad transparente, por ejemplo). Dicho simple y brutal, como le gusta a Elon: el magnate podrá hacer con Twitter lo que se le dé la gana. Y lo de absolutista lo pronunció él, que conste.
Starlink has been told by some governments (not Ukraine) to block Russian news sources. We will not do so unless at gunpoint.
— Elon Musk (@elonmusk) March 5, 2022
Sorry to be a free speech absolutist.
Dicho sea de paso, aunque al margen, porque da para otro análisis: considerando que Musk participa de no una sino tres industrias fuertemente reguladas por los gobiernos en todo el planeta (los viajes al espacio, la energía y los coches), quedarse con el Gran Megáfono Occidental (léase Twitter) suena, por lo menos, sospechoso.
La parte de la amenaza (ahí donde se apresura a aclarar que no es una amenaza) tampoco está a la altura de las circunstancias. ¿Es una compra hostil? Está en el borde, digamos. El papel de Twitter llegó a valer 77 dólares. Musk ofrece 54,20. ¿Se podrá negociar? El propio Musk se ocupa de despejar esta duda: no, no está abierto a una negociación. “Es mi última oferta”, escribió.
El hombre es imprevisible, pero no del todo. Hace unos días, cuando adquirió el 9,2% de Twitter y se convirtió en su principal accionista, aunque de ninguna manera en el mayoritario, algo no terminaba de cerrar. ¿Era un caprichito? ¿O quería ver si se sentaba en la mesa de directorio e imponía su voluntad? En la mesa de directorio se encontró con que ahí tenía un voto entre 12 y que, además, esa posición le imponía un límite de compra de acciones de 14,9 por ciento. Así que se bajó. Después de eso se abrían dos caminos. O se compraba todo Twitter o se sacaba de encima ese 9,2 % (y tal vez fundaba su propia red; lo bueno de Twitter es que si se la compra ya tiene un montón de problemas resueltos).
Pues bien, como todo buen hombre de negocios (hay que concederle eso) dejó abiertas ambas puertas. O aceptan un valor que es generoso, pero que de ninguna manera se acerca al tope de lo que llegó a valer Twitter, o “tendré que reconsiderar mi posición como accionista”. O sea, olvidarse de Twitter, que es una papa caliente donde, incluso sin su absolutismo libertario, ya hay suficientes problemas.
Con todo, es mejor que haya un Twitter a que no lo haya. Especialmente, en su estado actual, como empresa pública y con una mesa de directores. No hace falta que deje de ser pública ni que venga un superhéroe que nos garantice la libertad de expresión. Los problemas de Twitter tienen que ver con su modelo de negocios y en parte con su ecosistema, bastante endogámico, no con la libertad de expresión. Así que, con un absolutista en el trono, no sabría qué esperar.