Cómo fue que casi me borro de Spotify
Sabía perfectamente que no debía hacer eso. Conocen la sensación. Más te prohíben algo, más te cuesta sacártelo de la cabeza. Así que, al final de un día en el que había estado vaciando cajas y valijas llenas de CD y los había ido acomodando como pude en las nuevas bibliotecas, ya atiborradas de libros, cedí a la tentación. Busqué el reproductor de compactos, lo conecté al sistema de audio y puse el Concierto de Colonia, de Keith Jarrett. Siete segundos después tenía toda la intención de cancelar mi suscripción a Spotify e incluso, por si acaso, dar de baja la conexión con Internet.
Me contuve, es verdad, pero la diferencia entre el CD y el streaming me impactó como un gancho al mentón. Es que desde la mudanza en 2015, cuando libros y CD quedaron encerrados en cajas, mis dos fuentes de música habían sido, primero, mis discos pasados a MP3 (o sea, compresión con pérdida), y luego, Spotify (ídem). Cuando el Bösendorfer de la Ópera de Colonia empezó a sonar en el living con calidad de CD, tuve la impresión de que me habían sacado gruesos algodones de los oídos.
Estaba francamente maravillado, y entonces la música se cortó. Obvio, tenía que pasar. No sólo porque ese pobre reproductor había trabajado a destajo durante años, sino porque lo de Murphy es posta.
Bueno, no iba a darle muchas vueltas. El reproductor no iba más. Algo había sospechado cuando tardó casi un minuto en empezar a leer el disco. Intenté un par de veces más, pero no hubo caso. En total, fue una suerte que no me borrara de Spotify (bueno, no iba a hacerlo de todos modos), pero me había quedado con las ganas de volver a oír mi música como antes. Imagínense. Cientos de discos –menos uno, del que hablaré a continuación–, y estaba totalmente imposibilitado de escucharlos.
Para peor, en mi estudio guardo no menos de cuatro reproductores de CD para PC, precisamente para cuando sea difícil conseguirlos. Pero colocar una computadora con una buena placa de sonido ahí, en el living, podía causar una crisis decorativa terminal. Y ya he provocado varias. Así que desistí.
Adiós, George Frideric
En cuanto al compacto que falta, es un doble con los conciertos para órgano de Händel, del sello alemán Archiv Produktion, interpretados por The English Concert, bajo la dirección del gran Trevor Pinnock. En realidad los discos están ahí, como puede verse en la imagen que abre esta nota, pero una zona significativa se ha vuelto transparente. Ahí, la capa de aluminio que funciona como espejo para el láser, ha desaparecido por completo. Es un disco realmente viejo, de 1984.
Sí, 1984. En esa época las discográficas solían ponerle una pieza de espuma de poliuretano (que aquí llamamos gomaespuma), no tanto para proteger los discos, sino más bien para darles a los cristalinos y por entonces muy novedosos soportes un aspecto como de objeto de lujo. Lamentablemente, cuando la gomaespuma se degradaba, se comía la capa de laca sobre la que se imprime la etiqueta, justo debajo de la cual se encuentra la delgadísima capa de aluminio. Cuando te dabas cuenta, la reacción química (cualquiera que fuese) ya se había puesto en marcha y no había forma de detenerla. De esa suerte quedó devastado el doble de Händel, uno de mis favoritos.
La espuma de poliuretano no era la única peste que podía arruinar un CD. En ambientes calurosos y húmedos también podían ser atacados por hongos. El segundo disco del doble The lamb lies on Broadway, de Genesis, que compré en la misma época, está acribillado por misteriosos agujeritos del tamaño de la punta de un alfiler. No sirve más.
¡Hola de nuevo, George Frideric!
La buena noticia es que hace doce años, cuando noté que la promesa de que los CD durarían para siempre (así los publicitaban en los ‘80) era, digamos, exagerada, hice una copia de respaldo de la mayoría de mis discos en formato FLAC. Hombre prevenido vale por dos, dicen, y ahora es cuestión de buscar la copia de ese álbum de Händel y restaurarlo a su formato original. FLAC comprime sin pérdidas, por lo que al descomprimirlo se obtiene el CD original. Hay, además, equipos capaces de reproducir directamente el formato FLAC.
Pero antes de revivir a Händel debía vencer un obstáculo mucho mayor.
Tirá un número
Cuando un soporte deja de ser el más usado, conseguir un reproductor bueno a precio razonable se va volviendo cada vez más arduo. Es lo que descubrí, sin mucho asombro, estos días. Calculé que conseguir uno para DVD, que pueden también leer compactos, iba a ser más o menos sencillo. Pero tampoco. O bien son una figurita difícil o bien son de marcas que me inspiran poca confianza. A no desesperar, que todavía hay en oferta. Pero mucho menos que antes.
En el otro espectro del dial están las firmas ilustres, con equipos que rozaban el medio millón de pesos (Audio Research, Naim). Los de buen linaje están en varias decenas de miles de pesos (Denon, Marantz, Tascam, Yamaha). Usados, un cero menos.
Buscaba algo intermedio, digamos. "No, no hay nada –me dijeron en una casa de audio cuando los consulté sobre qué tenían en stock que fuera nuevo, pero no tan caro–. Te puedo ofrecer un Harman Kardon [una buena marca, hoy en manos de Samsung] por 4000. Usado. Si te vas a los nuevos, ahí tenés que pensar en 30.000 para arriba". Lo mismo me dijeron en un par de comercios más y que comprobé visitando los sitios Web de algunas casas de audio locales. Eso, acá. Como es usual, la electrónica es mucho más accesible en Estados Unidos, donde un reproductor muy bueno anda en los 200 a 300 dólares.
Se me ocurrió entonces averiguar los precios de bandejas giradiscos, las que se usan para oír vinilos, una tecnología que es todavía más de nicho que el CD. Un muy buen equipo anda (en la Argentina) en 6800 dólares. En MercadoLibre vi máquinas de casi 600.000 pesos. En serio.
Aparte del precio, la otra variable (la poca disponibilidad) también parece cumplirse con las bandejas giradiscos. En los minoristas de electrodomésticos o no hay nada (como ocurre con los de DVD/CD) o hay unas demasiado básicas, al menos para mi paladar. Es decir, el que tiene una gran discoteca en vinilo va a pagar más y le va a costar más encontrar un equipo decente. Un Winco muy parecido al que padecí en mi adolescencia (había que pegar una moneda al pickup para que la púa no saltara) está en 1000 pesos, más o menos. Las bandejas con conversor a MP3 integrado arrancan en unos 2500 pesos, mil más que los reproductores de DVD/CD convencionales. Hablaba el otro día con Martín Wullich sobre todo esto, y me mencionó otro ejemplo típico: los VHS y, todavía más, formatos como Betamax y Betacam. Ambos atesoramos videograbadores VHS (Wulich tiene tres), no porque se vea mejor que Netflix, sino porque tenemos registros familiares en ese formato y en algún momento planeamos digitalizarlos.
El fenómeno, si uno lo piensa un poco, es lógico. Los vinilos son piezas de culto. Están experimentando un resurgimiento notable, en cuanto a las cifras, pero hoy la música se oye en Spotify, Deezer o equivalente. Los CD van por el mismo camino. Mal que nos pese a los que crecimos en un ambiente de alta fidelidad, hoy hay muchísima más disponibilidad de música, pero se la oye (no diré que se la escucha) con los parlantes irrisorios de los celulares o con auriculares mínimos. Con ese hardware, si es un MP3, streaming, CD o vinilo, da igual.
Hubo una época en la que no había música grabada. Si tenías los recursos, contratabas a un músico y tocaba el piano cuando hacías una reunión con tus otros amigos de la nobleza; Beethoven, por ejemplo, se ganaba la vida así. Había conciertos cada tanto, pero, digamos, ni cerca de la nutrida agenda cultural de hoy. Luego llegaron las grabaciones y el costo de oír música empezó a bajar. También lo hizo la calidad, claro, pero haríamos enormes avances en ese sentido durante los siguientes 100 años.
Hoy estamos en el otro extremo. Jamás podría haberme pagado la discoteca de música clásica disponible en Spotify. Ni en diez vidas. Pero, si bien suena mucho mejor que un gramófono, el otro día, cuando hice lo que no debía hacer y puse un CD, me di cuenta de que hemos retrocedido mucho en calidad de audio. (Y, antes de que lo pregunten, sí, tengo una cuenta de Spotify premium con el streaming de alta calidad activado.)
La buena noticia es, imagino, que en algún momento podremos transmitir por streaming con calidad de CD, primero, y luego, con calidad de estudio. O, lo que es más probable, daremos un nuevo salto técnico y tendremos toda esa música con una calidad muchísimo mejor que todo lo desarrollado hasta ahora.
Mientras tanto, y aunque tenga que caminar un poco más, conseguiré un reproductor decente de discos compactos y pondré a Jarrett cada tanto. Y a Händel, claro.