Cómo es una mina de Bitcoin en el corazón de un barrio porteño
Estamos habituados a las inmensas instalaciones en países lejanos, pero la posibilidad de minar criptomonedas está más cerca de lo que imaginamos; cuánto cuesta, cuánto rinde y cuáles son los recaudos
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Mis amigos economistas dicen que estoy equivocado, y tienen razón. Comprar tecnología no es una forma de ganarle a la inflación, porque los dispositivos electrónicos, como los autos y los electrodomésticos, son inflacionarios por definición. Es decir, empiezan a perder valor tan pronto los comprás, contento de tener chiche nuevo.
Así que no me lo digan, ya lo sé, tienen razón. Técnica y objetivamente comprar tecnología no te sirve para preservar el valor de tus ahorros. Pero ahí es donde entra en escena algo que descubrí estos días: la diferencia entre precio y valor. Está en un nivel de análisis por completo diferente de la inflación, las inversiones y todo eso, concedido. Pero la inflación no solo tiene un efecto sobre nuestro poder adquisitivo, sino también sobre nuestra psiquis. Aparte de todo el daño que causa, la inflación nos lleva a obsesionarnos con el valor del dinero, en lugar de enfocarnos en el valor de lo que podemos comprar con ese dinero, que, en todo caso, y no siempre, es lo que tiene cierta importancia.
Respecto del poder adquisitivo, la solución, en caso de que te sobre algo de dinero para guardar (cosa excepcional, en un país con más de 40% pobreza) es recurrir a algún instrumento que no se evapore tan rápido como el peso. Te da cierta tranquilidad mental, y no es poco. Es lo que recomiendan, con lógica, los economistas. Y sobre esto habrá, al final de la nota, una vuelta de tuerca inesperada. Tiene que ver con una palabra que empieza con “Bit” y termina con “coin”.
Pero hay otra salida, a mi juicio. Supongamos que por una vez, como me ocurrió estos días, te queda un poco de dinero extra que no vas a gastar en lo inmediato. Si lo dejás en el banco, se evaporará a razón de un 50% al año. Si, lo sé, es algo desquiciado, pero el dinero argentino se volatiliza casi tan rápido como el alcohol. ¿Bonos, dólares, plazo fijo? Probemos otra cosa.
Un avión
Como no uso mucho la máquina para jugar (un par de simulaciones astronómicas, y solo cuando tengo tiempo, lo que es raro) me había ido quedando atrás con el hardware de mi desktop principal. Hace unos meses actualicé lo más importante (cerebro electrónico, memoria RAM y almacenamiento) y como consecuencia me encontré haciendo más cosas (música, de nuevo) y corriendo simulaciones más potentes. Solo que todo eso pedía a gritos más poder en la placa gráfica (o GPU). Es decir, una placa de video más potente. Quiero decir: muchísimo más potente. Mala mía, no lo había tomado en consideración.
Como las placas de video se usan para minar criptomonedas y como además hay escasez de chips, este hardware cuesta más o menos lo mismo que un avión. Así que tuve que esperar. Simplemente, no podía pagar una placa de video de alta gama, ni siquiera una no del todo nueva, pero sustancialmente más potente que mi antigua GeForce GT 720. OK, sí, bueno, no hacía falta que se rieran.
Hace unos días, y gracias a algunas conferencias que di en noviembre y diciembre, pude hacer una diferencia y me encontré con que tenía en el banco lo suficiente para comprar una tarjeta decente (ni por casualidad la más top del mercado) y, ya que estamos, un monitor más grande y con mejor tecnología.
Después de mucho darle vueltas, compré un monitor de LG de 27 pulgadas, con G-Sync, HDR y tasa de actualización de 144 Hz. Que es lo que menos les importa, por supuesto. ¿La placa? Ah, sí, una GeForce GTX 1660 Super.
Desastre
Al revés que mi 720, que es de la época en la que las placas de video todavía parecían placas de video, este monstruito tiene el aspecto de un radiador de coche de alta gama combinado con dos ventiladores de techo y caño de escape de moto presuntuosa. En serio, parte de la solución térmica incluye un grueso tubo de bronce. Pensé que iba a ser más complicado instalarla, pero no, excepto por un pequeño detalle.
Cuando, confiado, le di arranque a la máquina, tras enchufar todos los cables y ubicar la computadora en su lugar definitivo y ya cerrada (esperen, no se agarren la cabeza), no pasó nada. Ninguna de las tres pantallas dio señales de vida. Una sola mostró un parpadeo entre tímido e incómodo, pero básicamente, me había quedado sin computadora. Alcé las manos al cielo, me tropecé con la caja del monitor y dije algo reproducible, pero inconveniente. Reinicié. Lo mismo. Repetí mis plegarias, por llamarlas de alguna manera.
Como hace más de 30 años que ejerzo el sutil arte de armar mis propias máquinas, no entré en pánico (era sábado a la tarde, por si quieren más presión) y fui hasta el respaldo del equipo. Desconecté los cables de datos (los que conectan la placa con los monitores) y los volví a enchufar. Santo remedio. Ya sé, ya sé, no debería ser así. Pero si algo funciona, un sábado a la tarde, no preguntás.
Luego vino el desafío de configurar múltiples pantallas en Windows. Podrían hacer un programa de competencias televisivas con esto. En fin, acá me salvó el haber usado mis máquinas sin mouse durante muchos años, porque de pronto a Windows no le daba la gana de que el puntero pasara a las otras pantallas, así que tuve que usar Tab, barra espaciadora y Enter para configurar todo. Hay un motivo por el que configurar tres pantallas se ponga un poco áspero a veces: Windows no puede saber cuál monitor tenés a la izquierda, cuál en el centro y cuál a la derecha. Pero de todos modos podrían implementarlo mejor. En Linux es más fácil, de hecho.
En total, me había llevado solo media hora desarmar, armar y reconfigurar mi desktop. Después vino la etapa de bajar e instalar los controladores. Por fin, puse en marcha mi simulación favorita (Space Engine) y en tres milésimas de segundo entendí la diferencia entre precio y valor. Es verdad, había invertido 218.000 pesos (la cifra suena delirante, ya sé) en una pantalla y una placa de video que se iban volviendo obsoletas a cada segundo, pero la experiencia era mucho más valiosa que los intereses que podría haberme dado un plazo fijo, el dólar o lo que prefieran. Así que había hecho la elección correcta.
Además, una placa de video se usa para un montón de otras cosas, aparte de los juegos. Por ejemplo, cuando hago música, contribuye a la síntesis de sonido, y cuanto más poder de cómputo, más calidad de sonido (o, para ser muy preciso: más polifonía con la misma calidad de sonido). Al hacer diseño 3D pude, finalmente, poner en práctica algo que ya es estándar: utilizar un método (CUDA, en este caso) para acelerar el renderizado de escenas usando la placa de video. Grosso modo, lo que hace veinte años habría demandado un día ahora quedaba listo en un tres minutos y monedas. Con Blender, sí.
Sin emplear la placa de video, usando solo con el procesador (un Core i9 de 20 núcleos a 4 GHz), la imagen que se ve arriba tardó 13 minutos en terminarse. Combinado con la placa de video, 3 minutos y veinte segundos. ¿Cómo hace la tarjeta gráfica para reducir el tiempo de renderizado a la cuarta parte? Sin extenderme, mediante procesamiento en paralelo. En lugar de 20 núcleos de propósito general, como el procesador principal, la GTX 1660 Super tiene 1480 núcleos (que, además, están diseñados para ciertas tareas específicas).
En la mina
Y, como dije más arriba, las placas se usan para minar criptomonedas. Mi proveedor de hardware me invitó a visitar su pequeña mina de Bitcoin, que emplea siete placas de video que trabajan 24 horas por día, todos los días del año. Le saqué una foto para compartirla con ustedes, porque uno tiende a fantasear con las instalaciones gigantescas aireadas por ventiladores colosales, pero esto era mucho más cercano al resto de nosotros.
El costo de esa mina es de más o menos 1 millón de pesos (en este momento, al valor oficial –ejem–, son unos 10.000 dólares). Está conformada por siete placas de video; cinco en una plataforma y dos en la otra. Las placas son: cuatro GTX 1070 (de hace unos 3 años), dos GTX 1660 Ti y una GTX 1660 Super. Como la mina trabaja todo el día todos los días y no se usa para nada más, no tiene conectado un monitor, como pueden ver en la foto. Si hace falta, acceden al equipo mediante algún software de escritorio remoto (hay varios).
Con la cotización actual de los bitcoins, mi amigo le saca 12 dólares por día a su mina y calcula que en 9 meses más habrá terminado de amortizarla y todo lo que produzca a partir de ese momento será ganancia. En su opinión, es más rentable que muchas otras inversiones y, en un momento, señalando su humilde mina doméstica, me dijo: “Esta es mi jubilación”. Admite, sin embargo, que como cada vez hay más minas y son cada vez más poderosas, su plataforma rinde cada vez menos, excepto que le agregue más placas de video; o sea más plata. En todo caso, es un mundo fascinante que, como pueden imaginarse, despertó mucho mi curiosidad y lo bombardeé a preguntas. Por ejemplo, si usara mi GTX 1660 Super para minar bitcoins, en un año y dos meses la habría amortizado. Si no la uso para ninguna otra cosa, se entiende.