Cómo es estudiar en la Escuela Digital de la Antártida, la más austral del planeta
Dieciséis chicos y adolescentes estudian en la escuela ubicada en la Base Esperanza de la Antártida Argentina. Allí cuentan con un aula digital equipada con notebooks ultra resistentes, wi-fi, impresora 3D, proyector y kits robóticos
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En la Antártida, allí donde los hielos son eternos, el sol no se pone en verano, el viento es feroz, pero en las noches despejadas se ven infinitas estrellas, también se estudia y se aprende. La escuela provincial Nro 38 “Raúl Ricardo Alfonsín” funciona en la Base Esperanza de la Antártida Argentina, y allí concurren todos los días -siempre que las condiciones climáticas lo permitan- dieciséis chicos que cursan desde el nivel inicial hasta el secundario.
“Argentina es el único país que mantiene familias viviendo en el continente antártico, desde fines de la década del 70″, comenta el teniente coronel Gustavo Cordero, jefe de la Base Antártica Esperanza.
Fundada en 1952, la Base es hoy una estación científica con 61 habitantes. Entre ellos, “hay un niño en nivel inicial, once que cursan la primaria y cuatro el secundario, además de dos jóvenes que están cursando estudios universitarios a distancia”, detalla su esposa, Ariadna Cordero, quien es docente secundaria y tutora del SEADEA, (Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino), un sistema con el que estudian más de 10.000 alumnos en todo el país y el mundo: hijos del personal diplomático, de agregados militares en misión de paz, y deportistas federados.
Vivir y estudiar en la Base tiene muchas particularidades, y entre ellas está el hecho de que las familias cumplen funciones específicas y son seleccionadas según los trabajos que es preciso realizar cada año. Hay una pareja de docentes primarios y las esposas del personal antártico trabajan en la escuela o en la radio (LRA 36 radio Arcángel San Gabriel) que es también la “más austral del mundo”.
Argentina tiene presencia en la Antártida desde 1904 y actualmente cuenta con 13 bases, entre permanentes y temporarias. En 1959, fue uno de los 12 países que firmó el Tratado Antártico, declarando al continente blanco como zona de paz dedicada a la investigación científica.
Estudiar donde el mundo se acaba
El ciclo lectivo en la Antártida se rige según el calendario escolar de Tierra del Fuego para el ciclo inicial y primario, terminando las clases el 20 de diciembre; y según el calendario del SEADEA para el secundario, que terminará a fin de noviembre. Y aunque las temperaturas y la irradiación solar varían entre invierno y verano, las clases se dictan de lunes a viernes de 8 a 12.30 para todos los niveles; y de 15 a 17.30 el primario y de 15.30 a 17.30 la secundaria.
Las clases presenciales se alternan con contenidos digitalizados, sobre todo en la secundaria. También se organizan algunas clases por Zoom, en la que los alumnos de la Antártida “se conectan con sus pares que están en otras provincias del país y lugares del mundo, generando experiencias muy enriquecedoras”, comenta Cordero. Los contenidos vienen preparados en formato digital y los docentes y tutores se enfocan en acompañar a los alumnos en la comprensión de los temas y la realización de las tareas. “Es un sistema diferente al tradicional en el que el docente dicta clases y el alumno estudia y hace las tareas sin acompañamiento. Pero los resultados son realmente muy buenos”, aclara. En cuanto a las evaluaciones, en el primario están a cargo del maestro, como en toda escuela, y en el secundario “se hacen en forma escrita, y se envían a corregir al continente, por parte de docentes pertenecientes al SEADEA”, explica.
“Al mediodía se corta para que cada uno almuerce en su casa, que aquí en la Base, la más lejana está a 100 metros”, dice la docente. Todos los chicos llegan caminando, generalmente acompañados por sus padres. “Muchas veces las ráfagas de viento superan los 120 kilómetros por hora y tenemos que suspender la presencialidad. Siempre hay que andar con cuidado porque te podés patinar en el hielo y si hay nieve muy blanda, te hundís”, describe.
Por lo demás, las rutinas escolares son similares a las de cualquier establecimiento del continente: hay materias curriculares, extracurriculares y Educación Física. En los recreos y los fines de semana, los chicos juegan a la Play, al metegol, o salen a matear en la nieve.
La tecnología juega un rol fundamental para poder estudiar en este inhóspito y sorprendente rincón del país. La escuela, cuyo ciclo primario depende de la provincia de Tierra del Fuego, y el secundario del SEADE, cuenta con un aula digital completamente equipada.
A partir de un acuerdo de cooperación entre el Comando Conjunto Antártico y seis empresas tecnológicas (ASUS, Banghó, BenQ, Intel, Microsoft y PC Arts), este año fueron donadas 25 computadoras portátiles resistentes a temperaturas extremas, golpes, caídas, choques y derrames; un router para alta conectividad; un mueble móvil de almacenamiento y carga energética, un proyector; kits de robótica y software educativos. Además, los docentes fueron capacitados en el manejo de recursos tecnológicos para el aula.
Vivir en la Base
“Es una experiencia única, una oportunidad que esperamos durante 16 años”, cuenta Ariadna Cordero sobre la vida de su familia en Base Esperanza. Su esposo, Gustavo Cordero, pasó su primera “invernada” en 2005, en la Base Belgrano. Y a partir de allí, la pareja empezó a gestionar la posibilidad de pasar una temporada en el continente blanco. Finalmente lo lograron este año, viajando con tres de sus cuatro hijos. “La mayor, que tiene 22, prefirió quedarse para avanzar en su carrera de abogacía. Vinimos con el de 20, que cursa la universidad en forma online y rendirá libre; la de 13 y el de 11″, comenta.
“Cada familia tiene asignada una vivienda, y los que son solteros viven en el edificio principal. Durante la semana, los cocineros de la base se encargan de preparar almuerzo y cena, que vamos a buscar con nuestros tupper. Solo el domingo cada familia cocina su propio menú, y los sábados a la noche tenemos pizzeada dónde nos juntamos todos.Es una tradición en todas las bases antárticas”, cuenta Ariadna y destaca que “vivir en la Antártida te hace valorar muchas cosas que antes dabas por sentadas. Acá tenés que cuidar el agua, porque el frío congela y revienta los caños. Por eso en cada casa tenemos un tacho con agua de nieve para el baño, o para lavar platos y ropa. Si se acaba, hay que ir a palear nieve afuera”, comenta. “Y desde lo psicológico, tampoco es fácil el encierro y la oscuridad”, admite.
La gestión de los residuos también es importante. “Hay que generar lo menos posible. Todo lo que son plásticos y reciclables se colectan y se llevan a Tierra del Fuego para ser reciclados, y lo biológico hay que incinerarlo. La comida es diferente. Aunque este año arrancamos con una huerta hidropónica gracias a un acuerdo con el INTA, en la que cultivamos lechuga, rúcula, perejil y próximamente tomate; no se consiguen frutas ni verduras. Hay que traerlas envasadas o disecadas. Nos tenemos que acostumbrar a cocinar usando huevo en polvo y enlatados”.
Pero cuando el tiempo lo permite, “se puede salir a caminar y los paisajes son increíbles. Disfrutamos mucho las noches con estrellas, las nubes nacaradas, el cambio del mar azul picado, a quieto y congelado como una pista de hielo”. También es posible observar un “parahelio”, un raro y bello fenómeno óptico que se genera cuando el sol se refleja como dentro de una aureola.
Sin duda, una temporada en la Antártida es un aprendizaje para toda la vida. Para los chicos y adolescentes que cursan en la escuela antártica solo un año (ya que la población de la base antártica se renueva anualmente), es una experiencia inolvidable e irrepetible.